Lampedusa exige asumir responsabilidades en materia de inmigración en Europa

Naufragio de una esperanza.
Naufragio de una esperanza.

La tragedia de Lampedusa saca los colores a la Unión Europea y plantea la necesidad de reformar para evitar la repetición de pérdidas de vidas, de naufragios de esperanzas desengañadas.

Lampedusa exige asumir responsabilidades en materia de inmigración en Europa

Llevo algunos años estudiando las consecuencias de la crisis financiera y económica global que azota el mundo occidental desde el año 2007, fundamentalmente las consecuencias jurídicas, e incidiendo más en las reformas legislativas que está adoptando España bajo el marco comunitario. Así que cuando oía, en reiteradas ocasiones, por cierto, que en realidad se trataba de una crisis de valores, yo pensaba “¿qué valores exactamente?” y volvía al debate desde la relativa objetividad jurídica. Sin embargo, el 3 de octubre lo entendí. Se trata de los valores universales que Europa alardeó de promulgar por el mundo. Justicia, igualdad, fraternidad, solidaridad.

Hoy, parece que todo lo vemos en términos económicos, de ahí que la hegemonía de la que gozaron los países europeos un tiempo atrás, y el soft power que hacía de la Unión Europea un destino atractivo, un modelo a seguir, estén quedando tan lejos. El mundo ya no es europeo, porque el futuro económico no nos sonríe como a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), porque no sabemos salir airosos de la crisis, y porque la decadencia de unas instituciones cuyo liderazgo y legitimidad se cuestiona constantemente, semeja innegable. Por eso, si hablamos en términos financieros, tal vez sea cierto que ya no estamos en la cabeza del mundo. ¿Pero queremos dejar de estarlo en términos de valores?

Un punto de inflexión en las decisiones sobre inmigración

El naufragio ocurrido en Lampedusa hace una semana debe suponer un punto de inflexión en las medidas adoptadas hasta ahora en materia de inmigración. Quinientos inmigrantes subsaharianos en una barca inestable buscando un futuro incierto. Quinientas personas que, hastiadas de sus condiciones de vida, se van a buscar suerte en una Europa que, para qué engañarnos, cada vez les es más hostil. “No hay pan para nosotros, porqué lo va a haber para los de fuera”, es una aseveración frecuente. Pero, ¿qué es fuera? ¿Es que realmente, tenemos derecho a más derechos por haber nacido en un determinado país o en otro?

Las migraciones son inherentes a la historia de las civilizaciones. Existen numerosos ejemplos de ello, desde los establecimientos en terrenos persas siglos antes de Cristo, a las migraciones de esclavos africanos hacia las colonias americanas en el siglo XVII. Y no olvidemos que durante el siglo XIX y el XX, Europa fue un foco de emigración por razones económicas hacia el sueño americano. Así que no está tan lejos el momento en que pasamos de ser" Estados emisores", a "Estados receptores" como para no poder abrir los ojos ahora. Significativo es que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano recoja el derecho de las personas a emigrar a otro territorio o país, pero no el derecho de entrar o residir en un país diferente a aquel en el que se es ciudadano. Esto, no obstante, debemos matizarlo con la regulación actual que ha evolucionado en muchos aspectos. 

Volviendo a Europa, en el Consejo Europeo de Tampere, el de Hampton Court, el Pacto Europeo de Inmigración y Asilo y el Programa de Estocolmo, pretenden integrar la regulación europea sin centrarse exclusivamente en la inmigración ilegal, pero parece que existen ciertos recelos a la hora de adoptar medidas profundas sobre la materia. Además, la UE, con una población cada vez más envejecida, ha reconocido que necesita inmigrantes, nada menos que unos 40 millones antes de 2050 para mantener el nivel de Bienestar del que gozaba, dada la baja tasa de natalidad tendencia en los últimos años.

Soluciones urgentes para evitar más víctimas

La tragedia de Lampedusa ha puesto de manifiesto la necesidad de una normativa que afronte la inmigración como una realidad más que como un problema, y que establezca las bases para la situación legal de unas personas que necesitan Europa y a las que Europa necesita, común a los Estados miembros y que evite ese traspaso de la cuestión de un país a otro. Medidas concretas, como se pedían a Letta y a Durao Barroso en Italia, son ahora igual de necesarias que siempre, y por eso, tan urgentes como nunca, porque el número sólo va en aumento, no puede disminuir.

Desde el ámbito teórico se ha tendido a la integración, que se refiere, como señala Eliseo Aja, a la optimización de las relaciones entre los grupos de extranjeros y la sociedad de acogida. Pero las maneras de abordar la integración admiten numerosas posibilidades,  y la mayoría vinieron dadas por contraposición a sistemas anteriores fallidos (de las racistas Jim Crow Laws estadounidenses del separated but equal al crisol del melting pot que pretendía americanizar a los extranjeros, son ejemplos de esa evolución de la búsqueda del sistema adecuado). El multiculturalismo pretendió defender las singularidades originarias como base de la convivencia. Y el interculturalismo, como otra teoría resolutiva, que aboga por el compromiso de toda la sociedad de asumir los derechos, valores y obligaciones, respetando la diversidad.

Expuesta la dificultad de optar por una solución teórica del fenómeno migratorio, y vista la incapacidad actual de ponerse de acuerdo al respecto desde instituciones internacionales, y, parece, que desde la propia Europa. También es necesario que, en el propio país (Italia y España tienen en común ser objeto de deseo de muchos inmigrantes en críticas situaciones) se reconozca esta cuestión en todas sus perspectivas y se aborde con realismo. Además del perfeccionamiento de las políticas de integración (educación en la diversidad y en la riqueza de la recepción de inmigrantes, una mayor definición de los derechos y las obligaciones que se adquieren), medidas de control y regulación (es ahora lo que urge, el acceso al territorio, el socorro ya no solo de las autoridades, sino regular el socorro de aquellos que, por miedo, se niegan a ayudar a cientos de personas que están en peligro de naufragio), y políticas de nacionalidad sobre el acceso a la comunidad política y los derechos y reconocimientos que a los recién llegados se les reconozca. Quizás, si se convierten en votantes, dejen de ser un número, pese a todas las incógnitas futuras sobre demografía y segundas generaciones. Nos queda afrontar muchos retos, en 2009, según la Organización Internacional del as Migraciones, se había triplicado el número de inmigrantes desde el año 1970, por la mundialización, los avances tecnológicos, la internacionalización del trabajo y la interconexión global en todos los ámbitos.  

Hoy, 2013, desde la ciudad italiana piden que se escuchen sus gritos. Podemos oírlos o no. Son gritos desesperados en nombre de quienes perdieron para siempre una esperanza que era el único equipaje que traían al sueño europeo.

 

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