Un viaje sin enchufes: Crónica de una travesía en semi-AVE de Galicia a Madrid

Ordenador portátil conectado en un tren.
Ordenador portátil conectado en un tren.

Un viaje en tren de Galicia a Madrid en el siglo XXI. Pero no hay enchufes. La nueva tecnología (móviles, pcs...) se queda sin batería y no hay donde repostar.

Un viaje sin enchufes: Crónica de una travesía en semi-AVE de Galicia a Madrid

Un viaje en tren de Galicia a Madrid en el siglo XXI. Todo en orden. Nuevas máquinas, mucho menos tiempo, cafetería surtida, comodidades varias... Pero no hay enchufes. La nueva tecnología (móviles, pcs de trabajo, etc) se queda sin batería y no hay donde repostar. Esta es la crónica de un itinerario... sin carga.

Sucede que decidí viajar de Santiago de Compostela a Madrid en tren. Suelo hacerlo por el aire, pero ahora se han reducido los tiempos por vía de hierro y uno arriba en la estación de Chamartín en unas 5 horas y 35 minutos. Cinco horas y media ya no son aquellas ocho, diez o doce de no hace mucho tiempo. El tren es un modelo Alvia, o sea , un semi-AVE, y la línea, en el 40% del recorrido (o algo menos) ya es de nuevo trazado; desde Medina del Campo alcanza los 220 kms/h. Aunque, en el largo trecho que va de Ourense a Zamora, el comboio (como lo llaman por tierras lusas) circula por las vías… llamémosles “históricas”: as veces chirría, o se bambolea, o transita a 25 por hora, recordando viejos tiempos.

Uno elige el tren, entre otros motivos, para poder aprovechar el tiempo durante el viaje. Así fue en mi caso. Trabajé a gusto hasta que el ordenador y también el móvil quedaron lógicamente sin batería. No había problema. Dirigí el enchufe, todo confiado, al espacio entre los asientos, como suelo hacer cuando viajo en los TRD (Tren Regional Diesel) entre Santiago y A Coruña. Me dispongo a introducir ahí el cable pero veo asombrado que este Alvia tan moderno… ¡no tiene enchufes!.  Solo aparece el agujero para los cascos de la televisión.

Pregunto a uno de los revisores. Me dice que en este Alvia solo hay enchufes en los aseos. Después del desconcierto voy al más cercano. El enchufe no va, a menos que me pase todo el tiempo presionando con la mano. También hay en la cafetería, detrás de la barra, me dice luego el revisor.

El enchufe de la cafetería del Alvia está en estos momentos ocupado por un calienta-biberones.  Es lógico, pienso. Otra demanda imprescindible para enchufar ante tantas horas de tránsito. Cuando finaliza, le paso mi cable. El empleado me previene de lo siguiente, con una frase que –deduzco– ha expresado en muchísimas ocasiones: “Le advierto que el aparato se le puede quemar ante posibles subidas de tensión”, exclama. Le pregunto: ¿Cómo es posible que en este tren, el más moderno, no haya enchufes, y sí en un Tren Regional Diesel? Él me contesta: “Mire, yo son sólo un tabernero. Yo no sé nada. Lo único que sé es que en otros Alvia sí hay enchufes. Quizás en este se han olvidado de colocarlos...”.

Son las 12 del mediodía. Quedan dos horas y media de viaje.  Mi vagón acaba de pasar Puebla de Sanabria. Llevamos varios minutos circulando a 29 kilómetros por hora. El paisaje se dibuja ancho y lento como una foto fija. (Así no se habría inventado el impresionismo, pienso.)

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