¿Quién no recuerda aquel verano donde los besos siguen siendo nuestra verdadera memoria?

El amor y su sed. La vida henchida en ese primer estío de ensoñación. Early summer se derrama en las notas que Ryo Fukui despliega sobre el amanecer del piano.

¿Quién no recuerda aquel verano donde los besos siguen siendo nuestra verdadera memoria?

Sus publicaciones se limitaron a colaboraciones en revistas marginales como Centauro enamorado, Versiones de lo eterno o Radiografía escrita. Eran libretos elaborados a mano y, por tanto, de edición numerada que no superaban los cincuenta ejemplares. Si bien Radiografía escrita llegó a alcanzar la centena. Salvo en esta última que logró mantenerse hasta 10 números, las ediciones se limitaron a la primera. Efímero proyecto que se adecuaba al perfil de su creador, más interesado en experimentar que en perdurar. Se vendían al precio que considerara el comprador porque como rezaba en los créditos “la lectura es un privilegio, exclusivamente, del lector. De ahí que sólo él determine el valor de lo que lee o selecciona con ese fin”.

Pedro Manuel Sánchez Melendo no tenía oficio ni beneficio, salvo el de la escritura que no le procuraba ningún ingreso económico. Más bien lo contrario. Era hijo del éxodo rural. Su familia emigró a la ciudad de Sevilla desde la población cordobesa de Villa del Río. A comienzos de los setenta, la tercera parte de la población vivía en las ciudades de más de 100.000 habitantes. Se dedicaba a consumir su libertad en las bibliotecas. Era un lector voraz. Huía de los “apósitos literarios” como él definía a quienes se revestían de la elegante superchería cultural para granjearse el favor de la nueva hornada política y sus intereses alejados de lo que sentenciara María Zambrano, “La cultura es el despertar del hombre”.

España en 1977 regresaba de los tonos grises que había expandido la dictadura a través del NO-DO, y cantaba “todo es de color” en las voces gitanas de Lole y Manuel. Su trayectoria fue apenas un fulgor pero lo suficientemente intenso para rememorar la peculiar formulación literaria, impregnada de insaciable sensibilidad. Así, en uno de aquellos “manuales de nostalgia” como él mismo gustaba nombrar a las revistas –el azar me las descubrió, ajadas por el tiempo y la humedad, en una antigua librería de lance en el barrio de Triana ya desaparecida- y que conservo en la cajita de plata de las emociones antiguas que aún respiro, escribe: “En mi existencia, tejado agrietado de dos aguas, el huerto de tu casa crece en esa pequeña hendidura que la ausencia forjó de luz. Allí todo es azul y mi conciencia se pierde. Dejo de tener pasado. Tus besos son mi memoria”. Sutil elegancia del suicida, que se vistió de gala para saltar al vacío desde el cuerpo de campanas de la Giralda donde reza esta inscripción, "Turris Fortissima Nomen DNI. Proverb. 18". Era el verano de 1979. Su muerte, una anotación en el periódico local cuando aún, como los atraques de los barcos en el muelle, se nombraban a los muertos con nombre y apellidos.

SCENERY, CUANDO EL JAZZ DEJÓ DE SER NORTEAMERICANO

En 1976 un joven pianista japonés, autodidacta, apenas 28 años, grababa una excepcional obra que supuso el retorno al jazz mentor de toda una época de esplendoroso swing. Ryo Fukui, secundado por dos excelentes intérpretes, Satoshi Denpo al contrabajo y Yoshinori Fukui a la batería, compone una bellísima entronización de la armonía a través de versiones y temas propios entre los que destaca Early summer. La pulsión de los instrumentos liderados por la finura y estilo del piano de Fukui, adquiere connotaciones en las que la vivacidad se contrapone a la melancolía y viceversa.

La superposición del tema sobre las intervenciones individuales, contrae en sí el principio de homogéneo discurso pero acrisolado en la brillantez personal de cada instrumentista. Los matices se acentúan para alumbrar la resonancia o definir el hilo de seda de este ensueño. Porque, ¿quién no recuerda aquel primer verano donde los besos siguen siendo aún hoy nuestra verdadera memoria?

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