Sentado en el dique de mi sofá

Una persona contempla el horizonte.
Solo en la soledad

Cumpliendo órdenes que a casi nadie conforta, que no tienen sentido, o bien son un sinsentido en sí mismas.

Sentado en el dique de mi sofá

No estaré sentado frente al sol, tan solo esperaré a la tarde que aparezca y se compadezca.

No podré ver cómo entran los barcos ni ver cómo se alejan de nuevo.

Estaré de espaldas a la ventana de ese balcón, donde mis geranios se dejan mimar y, en silencio, me piden agua cuando la sed les agita.

Ni podré ver cómo las mareas juguetean con la arena mientras ésta sumisamente se deja llevar y acariciar.

Lo que sí estaré es desperdiciando el tiempo sentado en el dique de mi sofá. Pensando, quizá, que siempre hay algo por lo que vivir, aunque se haga perezoso cuando pretendo que venga a mi lado y me cobije un rato bajo su aventura.

Sí que me parece que nada va a cambiar, que todo continuará siendo lo mismo que ayer, que antes, que siempre.

Tendré que hacer lo que la gente me diga que he de hacer, con o sin criterio; con o sin sensatez. Que siempre será un cachito de ‘sin’ al menos.

Cumpliendo órdenes que a casi nadie conforta, que no tienen sentido, o bien son un sinsentido en sí mismas.

Sí. Me quedaré sentado en el dique de mi sofá, reposando mis huesos cansados de pelear y sin armas que declarar. Tal vez, si acaso, un ramillete de ternura que regalar a todo aquél que la precisare. Tal vez…

Y, al terminar la inagotable jornada, tomaré la comida preparada que a las once en punto habré solicitado a Isha , maldiciendo a mi impericia en tareas culinarias y a esa soledad que siempre me acompaña sin haberle dado permiso de escolta persistente.

Y maldeciré otras muchas cosas más que no acaban de atraerme ni convencerme.

Llegaré a casa agotado y ahíto de máscaras que incomodan y hacen daño en las orejas; de indumentaria vieja, usada y desafinada en exceso.

Me sentaré en el dique de mi sofá y no concederé ni tiempo ni ganas de analizar cualquier asunto que pudiera merecer una alegría considerarlo y desgranarlo.

No gozaré de todo aquello que aburridamente me pueda complacer: un libro a leer, una canción a escuchar, una sinfonía que siempre, siempre, será inacabada.

Me sentaré en ese sofá que me hará de dique , que me separará de todo lo absurdamente declarado primordial.

Y me quedaré amodorrado escuchando , tal vez, las ‘ danzas sinfónicas’ de Rajmáninov o una antología en catalán de ese Serrat tan admirado.

Hasta que un sonido de aplausos - cada vez más débiles, cada vez mas cortos – interrumpa mi sosiego. A las ocho en punto de la tarde.

Una discreta cena me estará convidando a ese lecho que todas las madrugadas apaño antes de volver al dique de ese sofá, con una taza humeante de café elaborado y sin la ‘magia’ de mi cafetería ritual que habré puesto en una cafetera insulsa, rápida y de color cereza marchita.

Apretaré , casi sin ganas, el número uno del mando y aparecerá don Moisés, hablando sobre aquello que le han ordenado hablar, empezando por cifras estadísticas que ni me creo, ni me creeré.

Apagaré , echaré un vistazo de reojo a mi estampa en el amplio espejo del hall y tomaré el portante camino a la cochera para volver a empezar. Máscara en ristre e indumentaria (rala e infame) esperando.

Un día más “que se me irá colando de contrabando”.

Y, como dice la frase de una película: «mañana será otro día».

Los pajaritos no cantarán y a las nubes no habrá manera de levantarlas.

Sí. Mañana será otro día.

P.S.- Mi personal y humilde reconocimiento a Ottis Redding y su inagotable “Sitting on the dock of the bay”, que ahora mismo estoy escuchando y que jamás me hartará. @mundiario

Comentarios