Realidad e irrealidad en el cuadro de la Familia Real española

La familia de Juan Carlos I. / Antonio López
La familia de Juan Carlos I. / Antonio López

El llamado “secreto mejor guardado de Patrimonio Nacional, La Familia de Juan Carlos I", de Antonio López, parece un cuadro sobrevenido del otro mundo.

Realidad e irrealidad en el cuadro de la Familia Real española

El llamado “secreto mejor guardado de Patrimonio Nacional, La Familia de Juan Carlos I", de Antonio López, parece un cuadro sobrevenido del otro mundo.

Una parte substantivo de las fotos de la Familia Real Española, desde Felipe V a nuestros días son alardes de imaginería. Es decir, el pintor de cámara no reflejó, en no pocos casos, la secuencia de un posado de los personajes que retrata. Los fue imaginando, colocando, como las piezas de un puzzle. No parece que las cosas hayan cambiado en nuestros días.

El llamado “secreto mejor guardado de Patrimonio Nacional, La Familia de Juan Carlos I", de Antonio López, parece un cuadro irreal. Como sobrevenido del otro mundo. Y Dios me libre de criticar que haya tardado veinte años en ser realizado, ni la técnica, la calidad y el mérito de su autor. Pero, ¿valía la pena esperar tanto para esto?

Para empezar, se debe precisar que es el cuadro de “La familia real” en la fecha a la que corresponde el instante en que se supone fue iniciado. Porque en 2014, esa ya no es la familia real. Uno de los personajes del cuadro está apartada de la comunión con el resto de sus miembros y pendiente de ser procesada por complicidad en los delitos cometidos por su marido. La han mandado fuera para evitar la presión de los medios y evitar el repudio social que generan sus actos.

Quizá, porque todo es irreal, lo fue el modo en que se ha procedido a mostrarlo, rodeado de elementos melodramáticos, tras la presentación de la colección  "El retrato en las colecciones reales. De Juan de Flandes a Antonio López". No es de extrañar que el presidente de Patrimonio Nacional, José Rodríguez-Spiteri, haya confesado que desde que lleva al frente de la institución nunca conociera expectación, mayor convenientemente agitada.

Pero está claro que dentro de la campaña de relanzamiento de la imagen de la monarquía, que por fin se acabe este cuadro viene bien para volver el foco sobre una institución tan necesitada de noticias positivas que ayuden a la construcción en la mente de los ciudadanos del “imaginario monárquico”. De modos, que la muestra total de la que el cuadro forma parte, sea un homenaje a Juan Carlos y Sofía, que –haciendo como hacen vidas separadas- aprovechan para verse y mostrarse en público en este tipo de eventos, y luego, cada uno a lo suyo.

Cuando uno ve el retrato, quizá por la dulzura de sus tonos pastel, o por las peripecias de cada uno de los personajes que allí aparecen no puede dejar de sentir cierta compasión, pese a que el Rodríguez-Spíteri concluya que el retrato es “poderoso y de gran dignidad".

Llama la atención que los miembros de la familia aparecen dispersos, distantes, como pasaran por allí, frente al agrupamiento de otros cuadros reales. Con 3 x 3,39 metros es el cuadro más grande de Antonio López. Pero si uno observa, el cuadro refleja la distancia entre los personajes centrales, sin complicidad alguna (cuando el cuadro se inicia, los reyes ya no eran en el modo que el Derecho Canónico entiende la convivencia marital una pareja).

Y surgen las inevitables comparaciones con otros cuadros de esta familia que en algunos casos sufrieron peripecias parecidas.

La “familia de Felipe V”, de Van Loo tardó en pintarse varios años y algunos personajes bailaron de un lado para otro. Se trataba de subrayar la supremacía del Rey sobre todos los demás. En cuanto al famoso retrato de Goya, “La familia de Carlos IV”, aunque fue rápido  en rematar la obra, sus pinceles mejoraron sensiblemente la verdadera efigie de sus modelos. En aquel tiempo, Goya quiso servir a sus señores, se dijo, y lo hizo.

En “una monarquía hereditaria, la masa debía estar constantemente obsesionada con la omnipresencia del titular del poder soberano, debía pensar continuamente en él, sentir por todas partes su voluntad y su presencia, sin que el monarca llegara a confundirse nunca con uno de sus atributos”, dice Gugliano Ferreiro, quien concluye: “El rey, con toda su familia, no podía ser visto en ningún momento, en ninguna circunstancia y en ningún lugar como un simple mortal, como un simple hombre de carne y hueso” .

Cuando uno tiene delante este cuadro y repasa la vida reciente de sus personajes, me temo que le sobrevenga cierta decepción. Son demasiado de carne. Y de hueso.

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