Niemeyer es un icono equiparable a Wright, Le Corbusier y pocos más

Tras la muerte de Niemeyer, cabe destacar sobre todo su pasión por la vida, y la coherencia de su recorrido vital. Este gran arquitecto murió comunista, como comunista era de estudiante.
Niemeyer es un icono equiparable a Wright, Le Corbusier y pocos más

Brasilia - The Cathedral

Obra emblemática de Niemeyer / Christoph Diewald via Compfight

En un listado de grandes arquitectos a lo largo de la historia, pocas dudas hay de que Niemeyer tendría plaza fija en los primeros puestos de la lista. La potencia de su obra, la longitud de su vida – rio, y el avatar de ser el hombre adecuado en el momento preciso para ligar su historia a la del Brasil, hacen de él un icono equiparable a Wright, Le Corbusier y pocos más.

Fue en una colaboración con Le Corbusier que inició su carrera edilicia en 1936, con la sede del Ministerio de Educación, primer edificio moderno en Río de Janeiro, e hito del alborear del extraordinario proceso de modernización y desarrollo del Brasil del S. XX. Pero si Le Corbusier fue siempre para Niemeyer el padre de la arquitectura moderna, él pronto se emancipará, y partiendo de la admiración, y de las mismas concepciones de plástica y funcionalidad, desarrollará una semántica propia, que el mismo Niemeyer definió de esta manera: “No es el ángulo recto lo que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, inventada por el hombre. Solo me atrae la curva libre y sensual; la curva que hayo en las montañas del Brasil, en el curso armonioso de sus ríos, en las olas del mar, o en el cuerpo de la mujer amada. El universo está hecho de curvas”. Así, profundizando en el Movimiento Moderno, y cultivando al mismo tiempo una distancia crítica, Niemeyer desarrolla en poco tiempo ese lenguaje propio, haciendo suya la herencia moderna de la relación forma – función, pero buscando también la emoción de la belleza y la invención.

Con estos presupuestos, desarrolla el cuerpo principal de su obra entre 1936 y 1970, con una madurez extraordinaria, y siendo capaz de producir arquitectura a un tiempo sencilla, grandiosa, y perfectamente identificable como suya. El azar, y la intersección de su camino vital con los de Lucio Costa y el Presidente Kubitschek, hará que Niemeyer tenga a su cargo en los años 40 el desarrollo urbanístico de Pampulhas (Belo Horizonte), prodigio de madurez creativa, y a partir de los 50, la oportunidad única de mostrar todo su potencial, construyendo “ex novo” una ciudad capital. La respuesta a ese reto son los magníficos palacios de los distintos ministerios, el edificio del Congreso Nacional, o la Catedral Metropolitana. Y tanto a la altura estuvo del empeño, que los palacios de Alborada o Planalto, o las torres y cúpulas del Congreso se convirtieron en el símbolo no solo de la capital, sino de todo el país, y Brasilia fue declarada Patrimonio de la Humanidad, en un caso único de que su autor fuese testigo en vida de tal reconocimiento.

El hito de cierre de su periodo cumbre de madurez creativa podemos situarlo en el edificio de la sede del Partido Comunista francés, en París, de 1965, o en la Universidad de Constantina, en Argel, equilibradas síntesis de modernidad reflexiva, belleza funcional de sinuosas curvas, y dominio audaz de las posibilidades técnicas del hormigón. A partir de ahí, la potencia del lenguaje propio (algo que consiguen muy pocos creadores), hizo que Niemeyer se fuese reescribiendo, a veces hasta casi la reiteración de sí mismo. Pero poco se puede decir en su contra, cuando fue capaz de entrar en una segunda madurez, y producir en el 91, con 83 años, la extraordinaria delicia del Museo de arte contemporánea de Niteroi, o ya en este siglo el nuevo Museo de Brasilia, o el Centro Cultural de Avilés, entre otros.

Tras la muerte de Niemeyer, cabe destacar sobre todo su pasión por la vida, y la coherencia de su recorrido vital. Murió comunista, como comunista era de estudiante, siendo hasta el final un rendido amante de la belleza femenina, de la arquitectura, y de la cálida sensualidad de la magnífica topografía de Río. Fue capaz de hacer la dulce revolución de las formas en la que la belleza también es función.

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