La matanza en una escuela de Florida pone en la mira el culto a las armas

Nikolas Cruz. / El Nuevo Herald
Nikolas Cruz. / El Nuevo Herald

La masacre del 14 de febrero en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, en el condado de Broward, dejó un penoso saldo de 17 muertos.

La matanza en una escuela de Florida pone en la mira el culto a las armas

La matanza del Día de San Valentín en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, una localidad del condado floridano de Broward, se suma a una larguísima lista de tiroteos masivos que definen la pavorosa historia del crimen en los Estados Unidos.

La masacre de Parkland, que dejó un penoso saldo de 17 muertos, es la peor en una escuela desde la de Sandy Hook, en el estado de Connecticut, en 2012. En Sandy Hook, como ahora en Broward, los políticos repitieron la misma frase: “Nuestros pensamientos y nuestras oraciones están con ustedes”. Dijeron que rezarían por las víctimas, que se tomarían medidas para que el horror no volviera a pasar, que se controlaría la tenencia de armas y se haría más estricta la verificación de antecedentes. Nada de eso ha sucedido. Nada indica que suceda ahora.

Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud de 2010, en las naciones ricas, el 91 por ciento de los menores de 15 años muertos por armas de fuego vivían en los Estados Unidos. Esa cifra es tan aterradora como debería ser inaceptable.

En ningún otro país desarrollado –ni siquiera en ningún otro país subdesarrollado, salvo los azotados por la plaga del terrorismo– se producen las matanzas que con espantosa frecuencia estremecen a la nación norteamericana.

El índice de homicidios tiene una relación directa con la posesión de armas de fuego. En Australia no ocurre un tiroteo masivo desde 1996, cuando a raíz de una masacre en Tasmania el gobierno reguló estrictamente la tenencia de armas y restringió la venta de armamento de guerra. Pero en los Estados Unidos, una medida similar no encuentra apoyo entre la mayoría de los políticos y ni siquiera cuenta con el respaldo suficiente en el electorado como para cambiar la ley. Esta actitud se debe a un factor cultural y al mismo tiempo a una motivación económica.

La cultura de las armas está muy arraigada en la psiquis nacional. Es una herencia del proceso de fundación y expansión de la nación, cuando las milicias populares combatieron a las tropas de la metrópoli británica y luego los colonos arrebataron el país a la población indígena a tiro limpio. La historia norteamericana está vinculada al mosquete y luego al Winchester colgando de una pared de la cabaña; en la actualidad, esas armas han sido sustituidas por el AR-15, la popular versión civil del fusil militar M-16. El AR-15 fue el arma utilizada por Nikolas Cruz, el joven de 19 años que cometió la masacre de Parkland.

La tradición belicista fomenta un negocio multimillonario de venta de armas cuyo brazo propagandístico, la Asociación Nacional del Rifle, salpica a los políticos para inducirlos a no tomar las medidas salvadoras que hacen falta para detener la violencia.

Una visión torcida de la Segunda Enmienda de la Constitución –que estableció el derecho de poseer armas para los colonos a fines del siglo XVIII– equipara la tenencia de armas con la libertad individual. Pero la verdadera libertad que necesitamos y que deberíamos exigir con más energía es la libertad de enviar a nuestros hijos a la escuela sin el temor de que algo espantoso pueda pasar; la libertad de ir a un lugar público sin la inquietud de que un loco decida abrir fuego contra la multitud; la libertad de vivir sin miedo.

Una enmienda redactada a la carrera en medio de la guerra por la independencia, hace dos siglos y medio, ya no tiene vigencia y podría cambiarse. Pero la tendencia de muchos norteamericanos a ver la Constitución como un texto sagrado es aprovechada por los mercaderes de la muerte para mantener el negocio de las armas y frenar a cualquier político responsable que desee cambiar las cosas.

Vivimos en una sociedad violenta donde muchos se levantan cada mañana a ver cómo estafan al prójimo, en una economía regida por la competencia implacable y la insolidaridad; en una sociedad acostumbrada a que su gobierno resuelva las diferencias internacionales mediante la injerencia, la invasión y la guerra; en una sociedad donde la gente vive atrincherada en su propiedad y donde, como ha dicho el escritor uruguayo Jorge Majfud, “las armas son la segunda religión después del cristianismo”. Inevitablemente, ese tipo de sociedad crispada produce monstruos como Nikolas Cruz, el asesino de Parkland. La solución para detener las matanzas está en desechar el mito de la tenencia individual de armas, pero esa solución requiere un profundo cambio en la sociedad que muchos aún son incapaces de aceptar. @mundiario

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