La muerte de Samuel

Samuel Luiz Muñiz. / RR SS
Samuel Luiz Muñiz. / RR SS
Algunas reflexiones sobre una sociedad donde jóvenes matones llenos de alcohol y drogas se dedican a dar una “malleira mortal” a quien no se mete con nadie.

“Nos quitaron la única luz que iluminaba nuestra vida, gracias por el cariño que nos dais y que nunca más ocurra otro día negro como este”. Es un fragmento del mensaje que dejó el padre de Samuel Luiz Muñiz en el lugar donde mataron a su hijo, un mensaje admirable, sin una palabra envenenada, sin un deseo de venganza hacia los asesinos de su hijo.

Parece increíble que en la ciudad coruñesa, abierta al pensamiento, liberal, hospitalaria y tolerante, ocurran actos violentos como este en el que un grupo de desalmados llenos de alcohol y drogas, acabaron con la vida de un joven que no se había metido con nadie.

Según sus allegados, este chico de 24 años “disfrutaba con su trabajo de auxiliar de enfermería en el geriátrico Padre Rubinos”, institución asistencial modélica en A Coruña. “Era muy buena persona, tranquilo y tierno, la gente lo quería”, señala una joven amiga, que destaca su comportamiento responsable –“yo beberé un refresco, que mañana trabajo”– cuando salía con los amigos.

Líbreme Dios de criminalizar a la juventud que porta en sí misma la plenitud de posibilidades biológicas e intelectuales y en su seno están los recambios de la sociedad del mañana. Pero sí merece reproche severo la sociedad de hoy que falla en el eslabón de la cadena formativa.

Un estudio del profesor Xavier Altarriba de hace unos años concluía que un 61 por ciento de los adolescentes consume alcohol, porcentaje que sube al 87 por ciento en los jóvenes de 18 años. El modelo estrella era entonces el botellón, que hoy sigue contando con la permisividad y la tolerancia social, aunque oficialmente esté prohibido.

Es increíble que nadie se alarmara con las conclusiones de aquel estudio –seguro que los datos de hoy son peores–, que constataba que los jóvenes beben desde los 14 años. Por eso, esta sociedad, es decir, todos nosotros, debemos tener la mente alterada porque nos ocupamos de asuntos triviales y asistimos impasibles a la autodestrucción de los jóvenes con el alcohol y las drogas. No todos son iguales, pero, dice un internauta, “el resultado son muchos jóvenes matones que se dedican a beber y liarla con otros que no se meten con nadie”.

La pérdida de valores en toda la sociedad y la dejación de funciones de las familias, de los gobernantes y educadores que no hacen pedagogía sobre los peligros del alcohol, ni buscan alternativas de diversión atractiva y sana para los jóvenes, trae como consecuencia “malleiras mortales”, como la que recibió Samuel.

La profesora Adela Cortina sostiene que no estamos aprendiendo las lecciones de la Covid para cambiar y mejorar nuestras conductas. Puede que nos consideremos progresistas, pero como individuos y sociedad somos unos irresponsables. @mundiario

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