La escasez climática

COP26 en Glasgow. / Twitter @COP26
COP26 en Glasgow. / Twitter @COP26

Desde que se conoce el impacto de las emisiones de los combustibles fósiles sobre el clima, las empresas causantes han hecho de todo menos afrontar el problema o cooperar en su solución.

Es difícil entender que después de veintiséis conferencias internacionales, seis informes científicos y dos tratados internacionales sobre el cambio climático, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) no hayan dejado de crecer durante los últimos treinta años salvo el paréntesis de la pandemia.

El pasado mes de agosto se publicó el sexto informe del panel de científicos de la ONU sobre cambio climático (IPPC por sus siglas en inglés). Sus conclusiones son demoledoras. Los efectos sobre el clima de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) son ya una realidad perceptible en forma de sequias, inundaciones, huracanes y olas de temperaturas extremas. En otras palabras, ya tenemos el problema encima y partir de ahora el escenario y el reto son distintos. En primer lugar, tendremos que convivir con un clima adverso y sus consecuencias (escasez de recursos, incendios, migraciones, crisis económicas y lo que es peor, epidemias) En segundo lugar en los próximos diez años debemos reducir las emisiones de modo decidido para cumplir los objetivos del Acuerdo de Paris (1, 5º C) o de lo contrario el Cambio Climático serán ya catastrófico o muy catastrófico.

Con este panorama recientemente se celebró en Glasgow la última Conferencias de las Partes de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio climático (COP26) que ha finalizado, como siempre, con acuerdos de buenas intenciones. Muy lejos del reto y magnitud del problema.   

PERDEMOS TODOS, MENOS LO QUE CREEN QUE GANAN 

El cambio climático tiene causantes identificados. Según un informe del Climate Accountability Institue de EE. UU, solo veinte empresas emiten más del treinta por ciento del total de las emisiones de GEI mundiales desde que el problema ya era conocido. Todas estas empresas (petroleras, carboneras y gasistas) son de titularidad pública y privada de China, USA, Rusia, Arabia Saudita y Europa.

Otro Think Tank ambiental, como el Carbon Disclosure Project, aporta un dato similar. Cien empresas emiten el setentaiuno por ciento de los GEI mundiales. Con este diagnóstico la solución sería fácil. Solo habría que actuar sobre estas empresas o que estas fueran más proactivas.  Por esta vía se podría alcanzar los objetivos del Acuerdo de Paris.  Pero el problema es más complicado.

Las emisiones de GEI crecieron con la población mundial, el comercio internacional y la movilidad individual. Hoy las cadenas de valor son internacionales, muy largas y complejas. Esta circunstancia ha configurado un modelo económico muy carbonizado con dificultad para conseguir productos o servicios sin emisiones porque hay sectores básicos difíciles de descarbonizar. Cemento, acero, plásticos y transporte pesado marítimo, terrestre y aéreo. Pero hay un problema de fondo. Estos conglomerados industriales creen poder ganar un juego que perdemos todos.

NEGACIONISMO, GRUPOS DE PRESIÓN Y “RETARDISMO”

Desde que se conoce el impacto de las emisiones de los combustibles fósiles sobre el clima, las empresas causantes han hecho de todo menos afrontar el problema o cooperar en su solución.

En un principio adoptaron los mismos patrones que la industria tabaquera ante el cáncer de pulmón; negar la evidencia científica.  Para ello crearon una auténtica “Industria de la negación” financiando agencias de relaciones públicas, think tanks e incluso cátedras universitarias con el único objetivo de convencer a la opinión pública y autoridades regulatorias de que el problema simplemente no existe.

Hoy su posición es más sofisticada. Aparentemente todos hacen esfuerzos por combatir el cambio climático mediante proyectos “tecnológicos” poco útiles y siempre con financiación pública.    Captura y almacenamiento de carbono, compensación de emisiones mediante reforestación, hidrogeno verde, distintos esquemas de “cero emisiones” e incluso rehabilitar la energía nuclear. La última tendencia es el tecno optimismo representado por Bill Gates que piensa que una tecnología “visionaria” lo resolverá todo.

Pero el más pintoresco es el liderado por Amazon, The Climate pledge, que implica a empresas de todo el mundo para reducir las emisiones globales y cumplir los Acuerdos de Paris.  Hay que reconocer que es un proyecto bien pensado que podría ser útil pero muy poco creíble teniendo en cuenta que su líder, Jeff Bezzos, planea con otros “sostenibles” multimillonarios californianos irse a vivir a otro planeta dejando detrás miles de millones de toneladas de CO2 externalizadas en China.

Todas estas iniciativas son compatibles con poderosas prácticas de cabildeo o lobbying ante autoridades regulatorias nacionales, regionales e internacionales. Para muestra un botón. Según la organización The Global Witness, el número de representantes de empresas de petróleo, carbón o gas en la última COP26 fue de 503 mientras que la mayor, Brasil, fue de 479. En la misma línea la cooperativa de periodismo de investigación escocesa, The Ferret, informa de que los principales patrocinadores de la COP 26 emiten 350 toneladas de CO2, el doble que España en un año.

OTRA VERDAD INCÓMODA, EL FIN DE LA ERA DEL PETRÓLEO BARATO 

Pero la información sobre el cambio climático, a veces excesiva, ha ocultado la gran amenaza de fondo; los combustibles fósiles se están, económica y físicamente, agotando. Estas fuentes de energía no son renovables sino finitas.  El momento de su agotamiento se denomina pico petrolero o Peak Oil por su nombre en inglés. Paradójicamente el Peak Oil fue definido en 1956 por un empleado de la compañía petrolera Shell, M.K. Hubbert.  Dada su trascendencia, muchos años después (2005) el Departamento de Energía de Estados Unidos, encargó el llamado informe Hirsch. Este informe confirmó la teoría del pico de Hubbert y estableció posibles escenarios con distintas hipótesis y fechas, todos precedidos de tensiones de precios en los mercados energéticos y en toda la cadena de valor.

Por tanto, la lucha contra el cambio climático tiene una doble vertiente estratégica; evitar un clima adverso y preparar un futuro sin combustibles fósiles. Puede  entenderse que los mayores emisores de GEI apuren hasta el último dólar a cambio de una un clima “aceptable”.  Pero lo realmente incomprensible es que Gobiernos y grandes empresas a los que se les supone una cierta capacidad prospectiva, no estén haciendo gran cosa ante un futuro primero de escasez y carestía energética en una actitud que la congresista norteamericana, Alexandria Ocasio-Cortez, definió como “retardismo” o retrasar lo inevitable.  Quizá solo cuando adaptarse a una economía limpia y sin carbono sea vista como una oportunidad de negocio y no como una amenaza, el panorama será menos sombrío. @mundiario

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