¿Se dan cuenta los niños de las predilecciones de los adultos?

A sus ojos ella no sería nunca la más guapa ni la más lista de sus nietas.
A sus ojos ella no sería nunca la más guapa ni la más lista de sus nietas.

Los adultos mostramos, a menudo involuntariamente, nuestras predilecciones. No obstante la mayor torpeza es la de pensar que los niños no se dan cuenta.

¿Se dan cuenta los niños de las predilecciones de los adultos?

Los adultos mostramos, a menudo involuntariamente, nuestras predilecciones. No obstante la mayor torpeza es la de pensar que los niños no se dan cuenta.

A la madre de María le costó mucho escribir aquel telegrama. Su mayor preocupación era como confesar a su marido que había dado a luz a "un niño", como si esto hubiese sido un error irreparable. ¿Para qué entrar en detalles? ¿A quién le importaba su soledad, la nostalgia de su familia, las complicaciones del parto o el agravamiento de su enfermedad?

A partir de ese momento el objetivo de todos sería el de transformar a la pequeñísima María (siete meses al nacer) en una réplica exacta de aquel hijo tan deseado. Antes de que su padre regresase de su larga campaña, tenían que convertir poco a poco a María en "Mario".

A María la situación le divertía muchísimo. Todas esas cosas, que en los años setenta todavía eran consideradas más de niños que de niñas, a ella le gustaban y además mucho.

Le encantaba llevar el pelo corto, corretear libre por todos lados, bajar las escaleras de tres en tres con los zuecos, montar en bicicleta sin los ruedines, heredar las camisetas Lacoste y los pantalones Wrangler de los niños que veraneaban en la casa de su abuela (a los que ella adoraba), escaparse a la finca de los caballos,  y un sinfín de cosas de chicos, ¡claro!

A los siete años todo aquello dejó de parecerle tan divertido. La niña que llevaba dentro quería salir de su escondite, quería "gustar".

Por un lado, le fastidiaba que sus amigos se "fijasen” (me encanta este eufemismo), en sus primas o sus amigas y no en ella. Algo lógico: ella era "uno de los suyos".

Por otro, empezó a preguntarse por qué aquella mujer tan guapa, y a la que ella admiraba tanto, le hacía tan poco caso. ¿Por qué no la achuchaba como la otra abuela? 

Ella era una mujer joven, moderna (conducía un seiscientos amarillo), independiente, sofisticada, guapa y muy coqueta. ¡Todo un ejemplo a seguir!

Durante mucho tiempo, María pensó que no le interesaba por el hecho de ser fea, desgarbada y mala como un demonio. Llegó a parecerle normal que no le diera besos. ¿Cómo iba a compararse ella con todas aquellas primas (hijas de sus hijas) guapísimas, de grandes ojos claros, dientes blancos (sobre todo dientes blancos) melenas rubias y rizos de oro?

En su cabecita de niña todo cambió el día que le escuchó decir: "las hijas de mis hijas: mis nietas son; las hijas de mis hijos: ¡lo serán, o no!". Treinta años después, aún puede escuchar el tono de su voz...

Con el tiempo María comprendió que esas preferencias nada tenían que ver con el hecho de que fuese fea, guapa, niña o niño.

A sus ojos ella no sería nunca la más guapa ni la más lista de sus nietas.

Mi madre sería siempre una extrajera en su propio país.

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