La zozobra de aquel 23-F en Galicia en los recuerdos y vivencias de un periodista que los vivió

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El general Gutiérrez Mellado y sus recuerdos de aquel día. En la foto, con Fernando Ramos. / Mundiario

Tras el frustrado de Golpe de Estado del 23-F de 1981 pregunté al general Gutiérrez Mellado en qué pensaba cuando, a pecho descubierto, trató de detener al teniente coronel Tejero, quien cobardemente intentó derribarlo a traición. Y dijo: "Pensé en aquel momento que por nada del mundo vuelva a haber una enfrentamiento entre españoles".

La zozobra de aquel 23-F en Galicia en los recuerdos y vivencias de un periodista que los vivió

Han pasado 37 años de aquel episodio. Pero todavía hoy seguimos sin saber lo que realmente pasó el 23 de febrero de 1981. La trama civil nunca fue investigada a fondo. Alberto Oliart, que sustituyó a Rodríguez Sahagún, tras el intento de golpe de Estado, como ministro de Defensa declaró después El golpe de Estado no organizaron unos y lo ejecutaron otros”. Ya a esos otros no se llegó nunca. En sus memorias, el secretario general del Partido Comunista Santiago Carrillo dice: “Al anochecer [del 24 F], tras haber descansado un poco, el rey convocó en la Zarzuela a los líderes políticos. Acudimos Rodríguez Sahagún, Fraga, Felipe González y yo. Cuando llegamos estaba también Adolfo Suárez, presidente saliente que se había portado gallardamente esa noche. Una vez reunidos el rey nos leyó una declaración en la que, en definitiva, se nos exhortaba a hacer una política que superara hechos como los acaecidos, pues si se repetían no era probable que a él le dejaran las manos libres para sofocarlos. Se nos decía además que era preciso exigir responsabilidades a los jefes comprometidos, con energía, pero sugiriendo que la represión no alcanzase a demasiada gente pues podría provocar un problema mayor: aunque no fueran éstas exactamente las palabras pronunciadas, ése, inequívocamente, era su sentido”. Está claro.

La propia memoria

El 23 de febrero de 1981 yo era redactor de Faro de Vigo y tenía a mi cargo el suplemento dominical. Aquella tarde prometía ser una de tantas. A primera hora, la redacción se desperezaba y comenzaba la diaria rutina del diario. De repente, un compañero que tenía encendido un pequeño transistor a medio volumen, levantó la voz para comentar que había un follón enorme en el Congreso, pero como las escaramuzas verbales eran muy habituales aquellos días no le dimos mayor importancia y cada uno siguió a lo suyo, hasta que otro hecho singular nos hizo reaccionar.

Disponía el periódico de una sala donde los teletipos de las diversas agencias y servicios vomitaban noticias las 24 horas del día. Aquella tarde, el encargado de recoger los despachos y distribuirlos a los redactores de mesa, según las secciones, era un ayudante de redacción sin experiencia. Los teletipos de entonces tenía adosado un sistema de alarma, un ruidoso timbre que se disparaba para advertir que entre la interminable tira de noticias había una especialmente importante. Y ésta lo era. El Congreso de los Diputados había sido asaltado. No era un cortocircuito en la sala de teletipos.

Dos guardias en el periódico

Estábamos en ello cuando de la portería nos dieron aviso de que se habían presentado dos números de la Guardia Civil, en uniforme de servicio (con gorra montañera) y dotación de armamento reglamentario, con la orden de encargarse del resguardo del periódico.  Aunque el director era hijo del cuerpo (su padre era coronel del Benemérito Instituto), me encomendó a mí la labor de averiguar las intenciones de los dos civiles y si venían a escoltarnos o custodiarnos, lo que en el lenguaje de la institución no es lo mismo.

La verdad es que los guardias no sabían por qué estaban allí, aunque tenían orden de mantenerse a la espera de acontecimientos y órdenes de la superioridad.

Vigo era entonces sede del Cuartel General de la Brigada de Defensa Operativa del Territorio (BRIDOT VIII) que ocupaba el edificio que más tarde sería el primer Rectorado de la Universidad y que ahora es propiedad del Ayuntamiento. Durante años, el general jefe había sido Juste, el mismo que ahora mandaba la División Acorazada, decisiva en los episodios que se estaban desarrollando en Madrid. Juste era una persona educada que se aburría enormemente en Vigo, pero que –lo sé por haberlo tratado como directivo que era yo de la Asociación de la Prensa- acudía a todos los actos a los que era invitado. Después del 23-F hizo unas declaraciones escalofriantes, en el sentido de que, de haber recibido orden del Rey de unirse al golpe, lo hubiera hecho sin escrúpulos constitucionales, sentimiento desgraciadamente generalizado entre muchos militares de entonces.

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Escuela de Electrónica de la Armada en Vigo.

 

La BRIDOT VIII tenía sus efectivos desplegados por las principales ciudades de Galicia (Ferrol, Ourense, Lugo y Pontevedra y Vigo), en tanto la otra gran unidad de Galicia, la Brigada Aerotransportable (entonces llamada BRIAT) se ubicaba entre A Coruña y Santiago. En Vigo, la representación del Ejército de Tierra, salvo el citado Cuartel General, no era muy numerosa: La Plana Mayor Reducida del Regimiento de Infantería “Murcia 42” (sin efectivos), el Batallón mixto de Ingenieros 8 y la Agrupación Mixta de Encuadramiento VIII. En total, unos 500 soldados y mandos. Pero la Armada disponía de otros 1.200, todos en la Escuela de Electrónica y Transmisiones, ubicada en a ETEA. El batallón de alumnos estuvo concentrado en el centro durante tres días, por si acaso, a las órdenes del entones capitán general del Departamento Marítimo de Ferrol.

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El Rey con los dirigentes de los principales partidos tras la asonada.

 

Así se recogía la información

En aquellos días –no había móviles ni Internet- en la redacción de Faro de Vigo disponíamos de una serie de casetas telefónicas, conectadas a un magnetófano, a través de las cuales se recogían las crónicas de los corresponsales, que luego eran transcritas por los ayudantes de redacción.

En nuestro caso, aquella tarde del 23 F de 1981, una de las medidas para conocer el eco que el intento de golpe de Estado podía tener en Galicia era averiguar la situación de las diversas guarniciones. A mí me tocó como periodista esta misión. Hice por tanto diversas llamadas con éxito distinto. En Ourense me atendió personalmente, con toda cordialidad, el entonces coronel del Regimiento de Infantería 'Zamora 8', José Camiña Rivas, a quien yo conocía desde sus tiempos de capitán de la COE 81. Como mi destino había sido la secretaría del coronel durante mi servicio militar en San Francisco, lo había tratado con frecuencia, cada vez que se presentaba a visitar a su superior. El coronel Camiña me confirmó que la tropa libre de servicio, como cualquier tarde normal, había salido de paseo, y que en el cuartel solamente quedaban la guardia, los servicios y el retén contra incendios. Era cierto.

Se daba a entender que ésta y otras unidades de la entonces Brigada Operativa del Territorio (Bridot VIII) no se habían alertado para cualquier contingencia y la jornada discurría con su ordinaria monotonía. Años después averigüé otros detalles. Al poco de que en octubre de 1987 fuera disuelto el Regimiento de Infantería Zamora 8 “El Fiel”, me trasladé al viejo caserón de San Francisco en Ourense con intención de recoger algún recuerdo. Entre los documentos que rescaté de la quema se encontraba uno especialmente interesante de la Escuela Superior del Ejército, titulado 'Orientaciones provisionales para el empleo táctico de la Brigada de Infantería D.O.T.'. Allí se relataba con todo detalle qué hacer en una situación como el 23-F. Eran las órdenes de despliegue ante una perturbación del orden público, la subversión social o “que el poder civil dé muestras de debilidad o desidia”.

La tropa en la calle

Era cierto, pues, que en Ourense la tropa salió aquella tarde de paseo. Pero también que se tomaron algunas medidas ante la necesidad de un eventual despliegue si fuera necesario. Y no me estoy refiriendo a otra cosa, quiero suponer, que defender el orden constitucional, como mandó el Rey. ¿Cómo reunir a la tropa? Yo tenía experiencia en eso. Durante mi servicio militar, me tocó estar de semana varias veces en los ensayos que entonces se hacían de “generala”. Como gran parte de la tropa pernoctaba fuera del cuartel, existía un eficaz sistema de avisos para que todo el mundo se presentara en su compañía, de suerte que en menos de una hora, el batallón estaba listo, municionado y en orden de marcha. Eso no era problema. Entre las medidas previsoras que aquella tarde se tomaron en Ourense, dentro de la normalidad, destacó la orden de que todos los vehículos del Regimiento, que contaba con 800 hombres y era una unidad “motorizable”, estuvieran repostados de carburante y en orden de marcha, por si fuera necesario. De todos modos, aquella flota de supervivientes de la guerra de Corea, fruto de la ayuda americana, apenas habría llegado A Coruña sin repostar.

Lo cierto es que algunos dirigentes sindicales y de izquierda se pusieron a buen recaudo en Portugal, y en Cangas, algunas organizaciones, llegaron a sepultar sus archivos en la mar. A medida que fue avanzando la noche, el planteamiento del periódico habría de irse adaptando a las nuevas noticias que nos iban deparando. Cuando el Rey apareció en la televisión nos tranquilizamos, pero no del todo. Al avanzar la madrugada, cansancio y tensiones nos fueron acotando. Fue un día largo para todos y nos sentimos orgullosos del comportamiento de nuestro Ayuntamiento, entonces presidido por Manolo Soto, que permaneció constituido toda la noche en defensa de la Constitución.

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Los regimientos gallegos estuvieron con la Constitución.

Tras el 23-F, en una visita a Vigo, le pregunté al general Gutiérrez Mellado en qué pensaba cuando trató de detener a Tejero, pese a sui edad y desarmado y dijo que "Por nada del mundo volviera a haber un enfrentamiento entre españoles". @mundiario

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