El uso político del derecho ha probado ser inútil en la tensión con Cataluña

Sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

Desde Aznar la recentralización predomina mucho sobre la descentralización, que es real pero solo administrativa. El cortoplacismo tiene que ver con la mediocridad, una epidemia que padece también la UE. Problemas políticos reclaman remedios políticos, y la explosión del 1-O lo ha demostrado.

El uso político del derecho ha probado ser inútil en la tensión con Cataluña

Cataluña: ¿cabe un balance apresurado? Este enfoque es redundante porque un intento de balance, en este momento, cuando las cosas ni siquiera han terminado de balancearse, solo puede ser apresurado y provisional, pero los profesores tenemos que aportar nuestro modesto grano de arena a la comprensión de la realidad aquí y ahora. A día de hoy, intentando separar el grano de la paja incluso antes de que pase el polvo del cañoneo, incluso en pleno cañoneo, sugerimos algunas cuestiones.

1. El Gobierno es autoritario, y quizá la sociedad española, o una parte, también.  Y en 2017 no puede ser herencia franquista porque muchos autoritarios son jóvenes. Ha habido demasiados “a por ellos, oé” en las despedidas espontáneas a la Guardia Civil, como si marchasen a la Guerra de Marruecos. Este autoritarismo —no podemos omitirlo— al final no se detuvo ante el uso de la fuerza. Y la sociedad no se ha distanciado suficientemente.

2. Hemos asistido a un ejercicio de “single-mindedness” y pensamiento único. Los distintos medios no catalanes decían básicamente lo mismo. Las tertulias incumplían la básica regla de oír también a la otra parte. Pero solo con seguir un poco los medios portugueses (sí, portugueses) ya se abría la perspectiva. Dicen que en Cataluña ha habido un secuestro mental contrario y paralelo, pero eso, si es así, no es un consuelo. 

3. Conectado con lo anterior: estamos ante un grado de sumisión y control de la opinión pocas veces visto (ni siquiera en el Franquismo que yo puedo recordar, el del final); una conformidad que a veces casi parecía —cómo decirlo— gozosa. La abdicación del raciocinio y del espíritu crítico han sido la norma.

4. Ya no es realista sostener que la bandera española es una bandera de concordia, paz e inclusión; ya no "cabemos todos" bajo ella.

5. Y ya no se puede negar la existencia de un nacionalismo español. No hay nada malo en ello, pero es que ese nacionalismo no está siendo moderado; incluso ha tenido ribetes de "hate speech". Este nacionalismo tiene su bandera, tiene enemigo(s) y me temo que en el fondo no les parecería mal suprimir las autonomías.

6. En materia territorial no es realista esperar que España-Madrid ceda nada sustancial. La Constitución es de 1978: en 1982 se aprobó la recentralizadora LOAPA y desde entonces las transferencias han pesado menos que la recentralización, lanzada a fondo últimamente, desde la jurisprudencia del Tribunal Constitucional hasta las leyes de mercado único (2013) y estabilidad presupuestaria (2016). Desde Aznar la recentralización predomina mucho sobre la descentralización, que es real pero solo administrativa. En el fondo, España raramente cede: estando los trenes a punto de chocar, Montoro regaña agriamente a las autonomías y les dice que no le "lloren" financiación (septiembre 2017); los trenes han chocado ya, y el PP mantiene que no ha habido referendum y que la policía fue moderada. El mejor ejemplo de que España si puede, nunca cede, es Galicia: la comunidad que Feijóo ata de pies y manos y pone ante Madrid como sumisa y modélica, al no crear problemas, es siempre discriminada y se le niega una transferencia tan inocente como la autopista Coruña-Vigo.

7. El comportamiento de Madrid parece ciego y cortoplacista (lo último es una plaga de la democracia española). Ya fue ciega (y autoritaria) en América en 1810-1820 y en Cuba en 1898. Los partidarios de aplicar el 155 e incluso mandar al ejército (algunos de ellos, personas cultivadas y viajadas, amigos y familiares), parecen no preguntarse en ningún momento: y después, ¿qué? ¿Qué consecuencias traerá? ¿Qué dirá el resto de Occidente? ¿Quién restañará las heridas?

8. El cortoplacismo tiene que ver con la mediocridad, una epidemia que padecemos también en la UE, con políticos ineptos como Juncker y otros. No hay Kohl ni Adenauer, ni De Gaulle ni Churchill, ni siquiera Pujol (fuera lo que fuera, mediocre, no era), Fraga o Anguita. Nadie parece capaz de señalar algún rumbo político.

Si uno escuchaba a Soraya y Rajoy parecía que hablaban de un litigio contencioso-administrativo o penal

9. "Last but not least", la juridificación de un conflicto, que siempre fue político, ha fracasado. Como dice un amigo, si uno escuchaba a Soraya y Rajoy parecía que hablaban de un litigio contencioso-administrativo o penal. (En el fondo, algo parecido a la ominosa normalización del estado de excepción y al nefasto derecho penal del enemigo).

Resultado: la legalidad ha quedado reducida a instrumento de gobierno, los jueces, a "longa manus" del ejecutivo; el Tribunal Constitucional, sin el escaso prestigio que tuviera tras la mutación constitucional que modificó sus funciones. La política es la política y el derecho es el derecho; problemas políticos reclaman remedios políticos, y la explosión del 1-O lo ha demostrado. Además de ser perverso, el uso político del derecho ha probado ser inútil.

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