¿Es el presidente Barack Obama una moderna Penélope que teje y desteje?

Obama dijo que los americanos exigen que sus políticos se queden en Washington. No lo hubiera dicho más claro la leal y doméstica Penélope, la matrona de las matronas de Ítaca.
La paciente Penélope, leal esposa de Ulises, esperó a su amado rey durante veinte años, los diez de la Ilíada y los diez de la Odisea. Mitología, y no bótox, debería usar el famoseo patrio, pues después de ese tiempo, Penélope aún tenía una muchedumbre de pretendientes, lo cual dice mucho de su atractivo y muy poco del rigor cronológico de Homero.
Aquel gentío de galanes que esperaban adueñarse del tálamo de Penélope vivió a costa del tesoro real de Ítaca por dos décadas. Y dice Homero en "La Odisea" que hacían "lubridio" con las siervas, y que se tomaban hasta el pulso y se comían hasta las palabras, "todo ello locamente". ¿Cómo pudo aquel símbolo de fidelidad conyugal mantener sus votos matrimoniales a pesar del acoso de tanto rondador ahíto de vino, comida y esclavas tiernas?
La consorte de Odiseo se comprometió a elegir nuevo esposo en el preciso instante en que terminara de tejer una mortaja para su suegro, Laertes. La reina fiel tejía y tejía de día, pero destejía a todo destejer de noche, con lo que el sudario de Laertes llevaba más retraso que las obras del AVE gallego.
La estratagema sirvió hasta que los aspirantes se dieron cuenta del engaño y acuciaron a Penélope para que eligiera ipso facto, aquí te pillo, aquí te mato. Menos mal que entonces llegó Ulises y puso a cada cual en su sitio, que, para la mayoría, fueron una cuantas tumbas.
En su reciente discurso a la nación sobre una intervención estadounidense en Siria, el presidente Obama dijo que los americanos exigen que sus políticos se queden en Washington y se centren en "construir una nación desde casa". No lo hubiera dicho más claro la leal y doméstica Penélope, la matrona de las matronas de Ítaca.
Pero, como a ella, no son pocos los que ahora urgen al presidente norteamericano a tomar una decisión enérgica. Al Tea Party, como al perro del hortelano, le da igual lo que Obama decida, ni come ni le deja comer, pero, si puede, le echa la mano al cuello; los "halcones" de uno y otro lado –también los hay demócratas– le exigen mano dura; las encuestas hablan de no mandar más americanos a la guerra; Kerry saca los pies del tiesto y mete más presión y los rusos, aprovechando que el Volga pasa por Volgogrado, exigen una solución diplomática; los noruegos le quieren quitar el Nobel; los saudíes y los iraníes quieren ser líderes de Oriente Medio… Todo el mundo pretende algo de Penélope Obama.
Y Obama teje una guerra contra el gobierno sirio y trenza una coalición en el G 20 y luego la desteje sometiéndose a la legalidad internacional, colgando el balón en el tejado del Congreso y apelando a la vía diplomática. Y entonces los analistas internacionales gritan unánimes "¡Aha!", que en el inglés de nuestros políticos significa "¡Te he pillado con el carrito del helao, Penélope!", y le llaman débil y cobarde y no sé cuántas lindezas más.
Y entonces, una idea peregrina acude a mis dedos. Es cierto que los pretendientes de Penélope saquearon el patrimonio de Ulises, pero su reina mantuvo intacta durante veinte años la autoridad real de Odiseo, que, al fin y al cabo, era lo esencial. Y lo hizo con paciencia, constancia, suavidad e inteligencia, que son, para este comentarista, arquetípicas cualidades femeninas, imprescindibles en este desalmado mundo actual.