La monarquía y su refugio en los anaqueles de la historia

Símbolos de la justicia.
Símbolos de la justicia.
El principio de presunción de inocencia únicamente es aplicable en la Justicia.
La monarquía y su refugio en los anaqueles de la historia

Reina gran confusión sobre el concepto que se tiene de la monarquía. O bien se interpreta desde la fe, como algo incuestionable ajeno a la razón, o recibe un tratamiento correspondiente al raciocinio y al libre pensamiento.  

La cuestión no es baladí. La fe, como cosa propia de las creencias religiosas, se fundamenta en el mito y la leyenda inherente a las tradiciones de un pueblo o una cultura. Que la tierra era plana o sobre ella giraba el sistema solar, se sostuvo a través de los siglos sin base científica, sin exigencias de precisión y objetividad. La teoría resultó inexacta.

Dando al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, el estudio de la institución monárquica debe centrarse en la utilidad que se presume para la gobernanza de los pueblos. Históricamente, el saldo  es demoledor: Locos, avariciosos, déspotas y criminales sobresalen sobre quienes sí tuvieron disposición para hacer el bien. Lo que hoy se entiende como espíritu humanitario.

A la monarquía se atribuye origen divino y hasta hace muy poco, todavía las monedas llevaban la leyenda de “rey -o caudillo- por la gracia de dios”. Los reyes no eran ni son iguales a los demás, y en su delirio, la sangre no es roja como el resto de los mortales, sino azul. Los fundamentos de su código de conducta son el privilegio, la inviolabilidad y la irresponsabilidad (art. 56.3 CE).   

Nuestros reyes trastámaras, austrias y borbones, construyeron las respectivas dinastías reinantes en España desde la infamia, la traición, la violencia y el crimen. Incluso entre miembros de la misma Casa fueron desleales y regicidas. Lo único importante, a pretexto de preservar la corona, fueron ellos mismos.

Con esa historia personal, supuestamente heroica y digna, no se puede afirmar que los reyes hayan contribuido a dotar de dignidad y autoridad a su magisterio. Según resulte conveniente, se acude a ensalzar la persona o la dinastía. Pero es indudable que forman una cadena de indignidad y oprobio que ha de juzgarse a la hora de mostrar aplauso o rechazo a la institución. Si son reyes por hijos de tales, arrastran el pasado con todas sus consecuencias.

El rey Felipe VI no aparece en una gruta milagrosa. Es hijo de Juan Carlos I Borbón, nieto de Juan Borbón, biznieto de Alfonso XIII Borbón y demás antepasados. Ostenta la corona por derecho de sangre, no por elección, de ahí su legitimidad de origen. No es una cuestión de fe sino de genética Real.

Nada hay que salvar en la monarquía. Caduca, estéril, anacrónica y antidemocrática, solo le queda refugiarse en los anaqueles de la historia y dar paso a otra forma de Estado: República.   

Hoy, los demócratas sobrevenidos, luchan por mantener el vasallaje de la estirpe con la fe del carbonero. Y pues carecen de argumentos para sostener su impostura al margen de la historia, crean el mito de la “legitimidad de ejercicio” con afirmaciones tales como que nos han regalado  la democracia arrebatada por Franco, salvado de un golpe de Estado o atribuyéndose el progreso del país y otras lindezas.

Y no dudan en amparar o justificar conductas inapropiadas, acudiendo al principio de presunción de inocencia que únicamente es aplicable en la Justicia.  Es a los jueces y solo a ellos que se predica el mandato constitucional como garantía de un proceso imparcial. @mundiario

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