Franco y su obra: ¿la monarquía indiscutible?

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¿Continuidad dinástica?

Fernández de la Mora lo explicó en sus memorias: “Ningún monarca español había hecho por su heredero lo que realizó Franco por el príncipe, porque no se redujo a aplicar el derecho sucesor tradicional, sino que, literalmente, le hizo rey casi desde la nada. Ni el ordenamiento jurídico ni la opinión pública lo reclamaban".

Franco y su obra: ¿la monarquía indiscutible?

La instauración, restauración o reinstauración (que de tal modo se denominó el proceso, según el caso y la ocasión) de la Monarquía en España, en la persona de un miembro de la familia que por cuatro veces perdió la corona y otras tantas la recuperó, tiene causa originaria que, con toda precisión –y sinceridad- expresa uno de los personajes que más tuvo que ver, intelectualmente hablando, en este proceso, el ex ministro Laureano López-Rodó, quien a tal efecto escribe en su libro “La larga marcha hacia la Monarquía” (Barcelona, Noguer, 1977, página 14.): “El verdadero punto de partida de la larga marcha que había de conducir a la implantación de la Monarquía fue el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936”.

A los cuarenta años de la desaparición del dictador resulta llamativa que se vuelva a hablar tanto de él y se insista en condenarlo y se reivindique con ardor la “Memoria histórica”, pasando por alto la pervivencia de la más evidente consecuencia del Franquismo, la Monarquía. En el libro de recientemente fallecido Ricardo de la Cierva  “Episodios históricos de España. La transformación de España”, número 48 (años 1956-1972)”, se reproducen unas interesantes palabras de José María Pemán, hombre siempre a medio camino entre Franco y Don Juan, en las que el escritor gaditano alaba la inteligencia del generalísimo y emplea la expresión “Adoptio a la romana” para resumir el modo en que el vencedor de la guerra civil acoge, promociona y hace su sucesor al hijo del Conde de Barcelona, pero como jugando con los dos candidatos. La adoptio era un modo a través del cual los emperadores romanos instauraban a sus herederos que no fueran de su misma sangre:

Dice Pemán:

El general Franco ha logrado cuanto ha querido de los españoles; y uno de los más difíciles milagros ha consistido en crear en torno de la institución monárquica una atmósfera anuente que va desde el asentimiento resignado al entusiasmo lírico. …El que mejor podría certificar eso es el propio Generalísimo Franco. Él quiso montar una operación dinástica personalísima en torno a un padre y un hijo, solicitando de ellos cometidos dispares que exigen toneladas de discreción y de silencio. Esto puede concebirse cimentando sobre uno los presupuestos más clásicos y más difícilmente convincentes para una mente joven y pragmática de la institución: esa especie de patriotismo fisiológico que nace de una identificación de la vida pública con la vida privada. Con este lubrificante ha podido montar, más que una sucesión clásica, una adoptio a la romana, a nivel de nieto con dos abuelos; uno para suministrarle el prestigio de la historia y otro para suministrarle el prestigio del presente. El Generalísimo ha podido comprobar hasta dónde puede operarse políticamente con desenvoltura teniendo como materia prima personas de estirpe regia. Ha contado con un barro dócil y blando, que sólo se logra, casi carismáticamente, cuando la biografía se convierte por sí misma en historia.

Sobre esa capacidad de crear reyes a su antojo, recuerda Casals  que reyes de España, por voluntad de Franco, pudo ser el actual monarca u otro cualquiera que el caudillo decidiera. Toda tentativa de explicar la historia reciente de la Corona en España comporta también narrar la de sus candidatos perdidos: “Hemos de asumir que “la era de Franco” no fue un mero paréntesis, sino un período en el que la restauración o instauración de la Monarquía pudo discurrir por muy distinto camino”, concluye.

 

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Juan Carlos I nunca fue "Príncipe de Asturias".

 

Guste o no, el dictador actuó como profetizó Pemartín en 1937, fue un “hacedor de reyes” y Fernández de la Mora así lo explicitó en sus memorias: “Ningún monarca español había hecho por su heredero lo que realizó Franco por el príncipe, porque no se redujo a aplicar el derecho sucesor tradicional, sino que, literalmente, le hizo rey casi desde la nada. Ni el ordenamiento jurídico ni la opinión pública lo reclamaban. La instauración por Franco de una monarquía hereditaria fue lo más parecido a una creación constitucional ex nihilo, no cumplida súbitamente, sino mediante una cuidadosa gestación que se prolongó durante más de un cuarto de siglo. No es difícil comprender el amor que el creador llegó a profesar a su criatura política”.

Franco lo dejó claro

El 22 de julio de 1969 Francisco Franco Bahamonde acudió al Palacio de las Cortes acompañado del Presidente Antonio Iturmendi Bañales, para anunciar su sucesión. Comienza con la repetida alusión a la guerra y al movimiento salvador de España para pasar revista al aparato doctrinal y jurídico de su régimen, cuya continuidad y una persona que él va a elegir deberá quedar garantizada.

El Caudillo fue rotundo: “En este orden creo necesario recordaros que el Reino que nosotros, con el asentimiento de la Nación, hemos establecido, nada debe al pasado; nace de aquel acto decisivo del 18 de julio, que constituye un hecho histórico trascendente que no admite pactos, ni condiciones.

Como dice Madrigal Tascón, la Monarquía que propugnó la Ley de Sucesión, como forma de asumir la Jefatura del Nuevo Estado, tiene tal título de autoridad, no en derecho dinástico alguno, sino en un acto instituyente conforme a Ley. Esto es, no preveía la Ley de Sucesión precisamente una reinstauración monárquica, sino una nueva instauración. Luego se jugó con las palabras y acabó siendo una reinstauración.

Franco-Rey: restitución de la Nobleza y otorgamiento de títulos

Una de las evidencias más notables de que Franco actúa como Rey, es la Ley de 4 de mayo de 1948 por la que Se restablece la legalidad vigente al 14 de abril de 1931 en cuanto a las Grandezas y Títulos del Reino. Entre otras cosas, en la exposición de motivos de dice:

Los títulos y dignidades nobiliarios se han respetado y conservado secularmente, pues el pueblo español, amante siempre de sus tradiciones y su historia, en ningún momento dejó de reconocer e identificar a sus titulares con las dignidades que ostentaban, prueba evidente de la fuerza social de la tradición sobre los vaivenes de la política y los tiempos.

Tras aludir a las acciones heroicas llevadas a cabo en “La Cruzada”, y "dado que España es un Reino, por voto unánime de las Cortes, ratificado por referéndum popular", se dice que es llegado el momento de restablecer la legalidad vigente con anterioridad al Decreto de primero de junio de mil novecientos treinta y uno, confiriendo al Jefe del Estado la tradicional prerrogativa de otorgar Grandezas de España y Títulos del Reino, que no sólo honren a quienes los ostenten, sino que sirvan de enseñanza y estímulo a las generaciones futuras y dé testimonio perdurable de las acciones que los merecieron.

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Palabras de Franco.

 

Como monarca en ejercicio, entre 1948 y 1974, Franco concedió 40 títulos nobiliarios. Dieciséis fueron para militares que le secundaron en la rebelión contra la República. Las primeras dignidades, del 18 de julio de 1948, recompensaron a título póstumo a José Antonio Primo de Rivera (duque de Primo de Rivera, a su hermana Pilar, condesa del Castillo de la Mota); José Calvo Sotelo, político asesinado en vísperas de la Guerra Civil (duque de Calvo Sotelo), y Emilio Mola y Vidal (duque de Mola), además de una cuarta para el capitán general José Moscardó Ituarte, convertido en conde del Alcázar de Toledo. Más tarde les llegaría el turno a otros colaboradores en la guerra. El dictador reconoció también cerca de 200 títulos carlistas como recompensa por el apoyo del carlismo a la Cruzada. Uno de ellos, el de vizconde de Barrionuevo, lo rehabilitó en 1982 el padre del exministro del Interior socialista José Barrionuevo, y la titular es ahora su hermana, Matilde Barrionuevo Peña.

Una de las peculiaridades más llamativas del papel que asumió Juan Carlos como sucesor del Caudillo a título de Rey pasaba por la propia denominación con que debía llamársele. Por un lado era el “Príncipe de Asturias” para los leales a su padre, a quien denominaban “El Rey Juan III”, pero por otro, como sucesor del general Franco se inventó para él lo de “Príncipe de España”. Pero en  el colmo de la desvergüenza, en biografías y escritos se le denomina ahora “Príncipe de Asturias, como si hubiera sucedido a su padre, que nunca fue rey, y al caudillo que lo nombró.

No deja de ser curioso que el ahora Rey emérito, cosa que no aparece en la Constitución, negó a su propio padre la distinción de la que disfruta Juan Carlos I.

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