El Brexit, un divorcio que ensombrece el sueño europeo

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Bandera europea. / Pixabay

El divorcio entre Reino Unido y la Unión Europea se materializa y con él la frustración de las expectativas que “los hijos de la nueva Europa” teníamos depositadas en la idea de un continente más próspero y solidario.

El Brexit, un divorcio que ensombrece el sueño europeo

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, recibía esta semana la carta en la que Theresa May invocaba el artículo 50 del Tratado de Lisboa; o, por decirlo de otra manera, el miércoles 29 de marzo Europa recibía la demanda de divorcio formulada por el Reino Unido, un divorcio anunciado en un matrimonio en el que uno de los contrayentes decidió que esta alianza no merecía una segunda oportunidad.

Ante esta tesitura, una Europa despechada se pregunta cuándo se acabó el amor, aunque posiblemente la pregunta deba ser otra: ¿Realmente alguna vez hubo amor?. Para contestar a esta cuestión no podemos sino remontarnos al inicio del romance, aquel que empezó en 1973 después de un preludio ciertamente tortuoso, pero la falta de confianza de los británicos se puso de manifiesto pronto; mientras Europa soñaba una relación de fidelidad y lealtad, Reino Unido ponía los límites y se resistía al compromiso manteniendo independiencia en aspectos de importante calado como es el caso de dos de los proyectos unificadores más relevantes: El acuerdo Schengen relativo a la eliminación de controles en las fronteras comunes y la implementación de una moneda única, el euro.

Lo cierto es que, independientemente de que la relación entre Reino Unido y Europa no fuese del todo idílica, nació el sueño europeo, ese sueño de unidad, de formar parte de un continente más libre, próspero y solidario, ese sueño de recorrer países sin pasaporte ni visado de trabajo y de sentir vecino a aquel que, aun no hablando el mismo idioma, es de alguna forma compatriota. Y en ese contexto, algunos crecimos creyéndonos de verdad esa Europa, sintiéndonos europeos y obviando que el sueño era más frágil de lo que creíamos.

Por este motivo, cuando esa generación en la que me incluyo escuchamos las consecuencias prácticas del divorcio, lo que de verdad sentimos es la desilusión por el desvanecimiento de lo que creíamos un derecho adquirido. Y es que las consecuencias económicas y legales se suplirán con los tratados bilaterales o multilaterales que garanticen la permanencia de un mercado globalizado que está por encima de la ruptura iniciada, pero, por el contrario, la ilusión frustrada, la decepción de los que nos sentimos “hijos de la nueva Europa” tiene una solución más complicada.

En definitiva, por todos aquellos que creímos que el sueño era real, por los que sentimos que esa bandera llena de estrellas era también la nuestra, por los que todavía confiamos en una Europa inclusiva, hagamos terapia de pareja, revisemos los votos maritales para que esto sea una llamada de atención, una llamada a la reinvención y no la primera piedra de más muros. El divorcio está en marcha, pero afortunadamente en este caso el matrimonio no era sólo cosa de dos.

 

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