Un reguerito de fuel que se apaga y vuelve a salir en forma de bola

Catástrofe del Prestige. / RTVE.es
Catástrofe del Prestige. / RTVE.es

Veinte años del hundimiento del Prestige. Veinte años también de una marea negra estimada de 65.000 toneladas de fuel pesado vertido al mar.

Un reguerito de fuel que se apaga y vuelve a salir en forma de bola

De Mariano Rajoy, a la sazón vicepresidente del Gobierno de José María Aznar, trascendió en el episodio del petrolero Prestige, la frase relativa a los "hilitos de plastilina". De Manuel Fraga, presidente entonces de la Xunta de Galicia, "Ya están aquí los cuartos", señalando una cartera que traía bajo el brazo izquierdo en la localidad coruñesa de Caión; del conselleiro de Pesca de la Xunta, Enrique López Veiga, quedó grabada su "Hay que sacar el barco de ahí de una puta vez". El delegado del Gobierno en Galicia, Arsenio Fernández de Mesa, se explayaba en su intento de no hablar de marea negra: para él, del Prestige salía "muy poquito combustible, un reguerito de fuel que se apaga y vuelve a salir en forma de bola; un manchón".

Y la marea negra se extendía, entonces -con el petrolero todavía a flote- en buena parte de la Costa da Morte.

A las 8 de la mañana del 19 de noviembre de 2002, el Prestige se partía en dos hundiéndose la popa a las 11,45 horas y la proa a las 16.18 horas. La popa se encuentra a una profundidad de 3.545 metros y la proa a 3.820 metros, separadas entre sí a una distancia de 3,5 kilómetros y a 250 kilómetros de la costa de Galicia. Este hundimiento se produjo después de que el buque, con una brecha de 50 metros de longitud en las planchas del costado de estribor, hubiese navegado forzadamente durante 243 millas (437 kilómetro) en un ir y venir errático que buscaba cumplir las órdenes del director general de la Marina Mercante, José luis López-Sors: alejar el buque de la costa, cuanto más mejor. 

Este pretensión permitió al fuel "atacar" de fuel directamente 1.137 playas existentes entre el norte de Portugal y las Landas (sur de Francia) y 450.000 metros cuadrados de superficie rocosa, en casi 3.000 kilómetros de costa que el fuelóleo derramado por el Prestige convirtió en cementerio para las ilusiones de más de 100.000 familias y en referencia para señalar a entre 105.000 y 230.000 aves marinas "petroleadas" por esa marea negra que motivó el grito único de "Nunca Máis". 

El mayor daño causado en Galicia por esa marea negra fue el económico. Pero muy significativamente también, el social, el político y el medioambiental. El vertido y sellado del buque significaron un coste de 12.000 millones de dólares, que el Estado español no ha recuperado al menos en su totalidad. El fuel que transportaba era de alta densidad y viscosidad tipo M-100. Su tripulación estaba formada por 7 oficiales y 20 marineros (19 filipinos y un rumano),

El día 16 de noviembre de 2002, el remolcador Ría de  Vigo alertó sobre el estado del petrolero. "Esto se parte en cualquier momento". El 17, López Veiga sostenía que "no se trata de una marea negra, solo es un vertido de fuel". Pero ya se movilizaban las barreras anticontaminantes, incapaces de contener los vertidos por la fuerza de las olas que rompían las propias barreras. A la vez se barajaban otras posibilidades:  bombardear el barco desde la fragata "Baleares" de la Armada española o lanzar sobre el Prestige bombas incendiarias desde aviones Harrier del Ejército español.. El plan se descartó: no existía seguridad de que el fuel ardiese. 

Veinte años del hundimiento del Prestige. Veinte años también de una marea negra estimada de 65.000 toneladas de fuel pesado vertido al mar y causante del mayor desastre ambiental registrado en España.

La respuesta de la sociedad civil ante lo sucedido, siempre por delante de los gobiernos, convirtió la catástrofe ecológica en el mayor acto de amor colectivo en defensa de la naturaleza que se recuerda. Muxía, zona cero de la catàstrofe ha homenajeado a todo el voluntariado que se encargó de la limpieza de las costas. Más de 300.000 voluntarios  hicieron visible, hace dos décadas, nuestra indefensión ante las consecuencias de la dependencia de los combustibles fósiles. Ahora es el sector pesquero el que recela de las consecuencias de la instalación frente a la misma costa de un puñado de parques eólicos que, muy probablemente, afectarán a las capturas de distintas especies de bajura. La supervivencia del trabajo no está garantizada. Y en esta supervivencia no juega papel alguno -a la vista- el nuevo accidente de un petrolero. @mundiario

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