AMLO y el Manual del perfecto idiota: ¿aguantarán las instituciones?

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. Twitter @lopezobrador_
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. Twitter @lopezobrador_
La narrativa construida por el presidente mexicano ha sido la continuación permanente de un discurso de campaña. Pueblo bueno versus conservadores corruptos (o todo aquel que no apoye sus ideas). En realidad no hay diferencias.
AMLO y el Manual del perfecto idiota: ¿aguantarán las instituciones?

A estas alturas en México, muchos se preguntan, ya no si el proyecto presidencial tendrá éxito, sino si muchas de las instituciones soportarán la andanada de López Obrador para su desmantelamiento. No es poca cosa si consideramos que algunas de estas instituciones fueron quienes hicieron posible la alternancia política de manera creíble y legítima. Pero existen muchas otras que ya se han pulverizado sin que nadie se ruborice demasiado. Esto luce tan novedoso como triste porque hasta hace no tanto tiempo existía un pleno consenso de construir, empoderar y gozar instituciones sólidas e independientes. The Institutions Matter, (March – Olsen, 1984) nos recuerda la teoría neoinstitucionalista y, al parecer, durante esta gestión personalista mexicana, los nuevos arreglos institucionales pasan por la voluntad del  nuevo Tlatoani, con la anuencia de las Fuerzas Armadas.

En 1996 se publicó un panfleto titulado “Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano”. Creo que dice bien el sociólogo mexicano, Fernando Escalante cuando afirma que “se trata de una denuncia apasionada (y a veces divertida) de la «idiotez» de los tópicos más frecuentes en la retórica de la izquierda latinoamericana: el victimismo, el culto al Estado, el odio a los Estados Unidos.”  Escalante, autor de un libro ya clásico en México titulado (Ciudadanos Imaginarios 2012), explica con lucidez que es sintomático el apresuramiento de estos autores de este Manual por denostar los excesos de la izquierda latinoamericana, construyendo su retórica sin datos precisos. Afirmando por ejemplo que la Constitución Mexicana es “esencialmente socialista”. Este tipo de torpezas intelectuales lucen como parte del repertorio de los anticastristas de la Calle 8 de Miami. Este tipo de aseveraciones son la constante de este manual, dirigido claramente a un público poco exigente en el análisis y con un espíritu macartista bastante pronunciado.

Los autores de este manual son Plinio Apuleyo, crítico del terrorismo colombiano y autor prolífico; Carlos Alberto Montaner publica regularmente en El Nuevo Herald. Montaner criticó a Batista y, luego a Fidel Castro. Álvaro Vargas Llosa, hijo del nóbel, estudió en Princeton y escribió prolíficamente contra la administración de Fujimori. Así pues, este Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano no fue escrito por improvisados, sino por profesionales que, aunque incurrieron en generalizaciones y lugares comunes, es un hecho que se burlaban de colegas y no colegas por las posturas (a veces) ridículas de quienes defendieron “con su vida” las ideas emanadas del marxismo leninismo, del maoísmo y de la Revolución Cubana. Es importante decir que el contexto en el que se escribió este texto, era aquel en el que había ya colapsado el Muro de Berlín  y en el que se apostaba por “El Fin de la Historia” y se lanzaban loas al mercado. Y esto fue así, como sabemos, hasta la crisis hipotecaria del 2008.

Sin embargo, nadie imaginaba el resurgimiento de los populismos de izquierdas y derechas. El personaje más emblemático fue sin duda Trump. Pero en México fue diferente, ya que por primera vez se inauguraba una presidencia de izquierda. Gobiernos de izquierda en la región latinoamericana después del triunfo de la Revolución cubana no eran ninguna novedad. Pero ¡Hay de izquierdas a izquierdas! Y la de México ha sido una izquierda muy distinta a la de Ricardo Lagos, en Chile o; a la de Lula da Silva en Brasil. López Obrador surge de un nacionalismo de izquierda priísta, formado en las aulas universitarias de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Profundo admirador de su paisano Enrique González Pedrero, pero su proceder lo advierten más cercano a Tomás Garrido Canaval, acusaba el historiador Enrique Krauze. Después de todo, Obrador ha afirmado que gracias al cacique a Garrido Canaval Tabasco se convirtió en la Meca política del país. O citando a Obregón, debido a Garrido Canaval, “Tabasco se convirtió en el baluarte de la Revolución”. Al parecer el autoritarismo de Canaval nunca le pareció un problema a López Obrador. Pero a quien sí conoció y también admiró fue a Carlos Madrazo. El actual presidente de México se confiesa místico y religioso. Evangélico como lo es el 20% de los oriundos de su estado natal. Obrador predica de manera casi religiosa, satanizando a la derecha y sacralizando a la izquierda. Se asume como austero y, franciscanamente cree que el dinero corrompe. Aunque sus hijos no vivan precisamente en Cuba, sino en Estados Unidos en casas faraónicas.  Así, sin más. Sin embargo, aquellos empresarios que cooperen dentro de su proyecto político pueden redimirse y quedan beatificados. Son, en palabra del presidente, “buenas personas”.  Incluso, a los narcotraficantes el personaje mexicano les ha rendido cierta condescendencia. Para solucionar los problemas urgentes de seguridad pública ofrece tesis cepalinas y explica que todo se solucionara cuando se mejoren las condiciones y las “causas”. Para quienes hemos perdido familiares como bajas colaterales del narco esto resulta casi cínico.    

Permanente discurso de campaña

La narrativa construida por el presidente mexicano ha sido la continuación permanente de un discurso de campaña. Pueblo bueno versus conservadores corruptos (o todo aquel que no apoye sus ideas). En realidad no hay diferencias, salvo que desde el poder de la presidencia, su voz, tiene un mayor volumen y octanaje. Cada mañana se representa un performance con el que el presidente mexicano “informa” de sus actividades, avatares y ocurrencias con toda la infraestructura mediática que supone el gozar del poder político del Estado mexicano.

Pero volviendo al Manual, lo cierto es que en su momento este libro de supermercado fue todo un best seller. Porqué de alguna manera se recriminaba que a todos los promotores del cambio social mediante la revolución se habían equivocado estrepitosamente. Por esto, llama la atención que algunos líderes usen una retórica de la Guerra Fría que suponíamos superada. Quizá crean que después de todo siguen habiendo ricos y pobres y, en este sentido la lucha de clases siga vigente. En el expediente mexicano el presidente Obrador ha saturado sus pronunciamientos con esta idea. Sin embargo, existen otros rasgos mucho más preocupantes que la mera narrativa que acompaña a sus obras. En un primer lugar, problemas de carácter estructural para fundamentar sus acciones y su visión de país: El asunto de la verdad con la que justifica sus argumentos. Sin ningún rubor, sólo instala un “Yo tengo otros datos” y, asunto arreglado. Ni siquiera las cifras oficiales le son contundentes para desarrollar una autocrítica. No es algo menor, porque podría inaugurarse un estilo de gobernar en donde los datos duros no tengan relevancia alguna. Ni tampoco tengan sentido, si hacen comparsa a las afirmaciones y/o conveniencias presidenciales. El compromiso con las “reglas del juego” y con la democracia. Uno de las preocupaciones nodales tiene que ver con el debilitamiento del andamiaje institucional. La discusión se ha ventilado más por una falsa premisa de Estado-mercado. Esto ha sido así porque el presidente Obrador insiste en una visión panfletaria de conservadores (mercado) y; Morena (Estado de bienestar). En su narrativa México vive en un periodo pos-neoliberal. Lo cierto es que en lugar de construir las nuevas instituciones formales e informales para dicho propósito, ha concentrado todo el poder en su persona. El presidente habla de este periodo pos-neoliberal, ya que subraya, que durante este periodo se descompuso el país.

Sin embargo, si nos atenemos a este argumento tendríamos que reconocer entonces que, antes de que México comenzara a modificar su modelo le precedieron dos sexenios verdaderamente lamentables en la historia del siglo XX mexicano. Tanto el gobierno de Luis Echeverría (1970-76); como el de José López Portillo (1976-1982) se caracterizaron por la megalomanía inflada de estos presidentes, por la pésima administración pública y por el clímax del presidencialismo mexicano. Es imposible no comparar el estilo presidencial actual con el de aquellas administraciones. De hecho, fue con estos gobiernos cuando se sepultó el “Milagro Mexicano”, llamado así por las altas tasas de crecimiento sostenido. El modelo neoliberal solventó muchos de los problemas que provocaron estos gobiernos pero el índice de crecimiento nunca fue suficiente como para que el “derrame” de dicha prosperidad llegara a los grupos más necesitados. Fue un goteo constante, pero sólo eso, gotas que no alcanzaron a resolver el problema de la inequidad social.

Cuando comenzó este golpe de timón mexicano y, se modificó el patrón de acumulación se optó porque fuera el capital privado el promotor para la generación de riqueza y, ya no el Estado. La democracia mexicana aún no descansaba en las instituciones que la salvaguardaran. Tardaría años y muchas movilizaciones, así como gastos económicos onerosos, la construcción de las nuevas reglas del juego. Muchas instituciones como el dedazo, el tapado, el fraude electoral, etcétera quedaron atrás y se creyó que nuca se volvería hablar de eso. Nadie imaginó que a estas alturas un partido que se presume de izquierda, traería este tipo de caracterizaciones a la democracia mexicana. Especialmente porque fue la izquierda quien padeció muchos de los excesos presidenciales del pasado. Quizá tenga que ver con los orígenes y formación política del presidente y la mayor parte de la nueva nomenclatura.

El manual del perfecto idiota en México se entendió con gracia, pues como se ha dicho, el país ya estaba construyendo el nuevo modelo pos-estatatal y, la preocupación era la democracia que no acababa de ser edificada.  Una especie de Perestroika sin Glasnot para usar la terminología de la época. Y es en este sentido en el que toda esta retórica estatista se sentía superada. Los cambios eran incluso epistemológicos. En alguna entrevista, el expresidente Ernesto Zedillo decía que tuvo que estudiar y entender la economía dos veces porque la que había aprendido no le servía para entender la nueva economía neoclásica. Ludolfo Paramio explicaría lucidamente como este nuevo saber impactaría para siempre las ciencias sociales. También hubo excesos dentro de los nuevos paradigmas, ya que todo lo referido a “lo social” se quería explicar usando cálculos estadísticos. Mario Vargas Llosa escribió Pantaleón y las Visitadoras para, entre otras cosas, hacer mofa de las nuevas pedagogías.  

Y entonces, la pregunta válida es por qué un discurso que se creía superado, lo recuperó un candidato y lo sobreexplotó para llegar al poder y, después para tratar de concentrarlo mediante un performance todas las mañanas. Casi religiosamente pide, no un abandono epistemológico del pensamiento “único”, sino un cambio ontológico con imágenes religiosas, panfletos morales y una dramatización que el mismo protagoniza diariamente. El narcisismo de este presidente populista lo hacen explicar los proyectos que tiene en mente, para cuando termine su sexenio. La primera respuesta a la pregunta que aquí se apunta es porque funciona. Pero al parecer habría que ser un poco más finos en el análisis. La pregunta potente tendría que ser: ¿Cómo es que a pesar de que básicamente en todos los parámetros los resultados gubernamentales han decrecido, el presidente mexicano siga sosteniendo altas tasas de popularidad? El propio ´presidente ofrece una respuesta tan mesiánica como narcisista: Porque es él quien personifica al pueblo de México. O al menos a la mitad de los mexicanos a donde llegan sus programas clientelares y los cuales le permiten gobernar. Pero existe otro componente dentro de la ecuación que explica la popularidad del presidente, incluso con pésimos resultados de gobierno. Y esto tiene que ver con la narrativa que ha polarizado a la sociedad mexicana de manera crónica. Si bien este recurso de campaña lo han  utilizado distintos gobernantes –de manera muy irresponsable- en muchos casos. Seguramente el expediente de Trump es el más sintomático, aunque el de Putin acabó por ser más dañino. En el caso de López Obrador descalifica y estigmatiza a aquella mitad de la sociedad que no votó por su partido. La mitad que simpatiza con él la victimiza y la “defiende”. Y, quizá lo más importante, esa mitad que simpatiza con +este, aunque no tenga muy claro si de verdad su mundo de vida ha mejorado, al menos tiene la sensación que están lastimando, humillando y castigando a aquellos “privilegiados” contra quienes siempre ha privado un resentimiento en silencio, sólo que ahora dicho resentimiento goza  del apoyo institucional y con la legitimidad que brinda la “verdad” presidencial. En esta nueva parábola bananera del Amo y el Esclavo hegeliana, el presidente llama a “ser como los pobres”. En el fondo romantiza la pobreza como durante tantos años lo han hecho las telenovelas mexicanas. Es decir, el impacto simbólico no es nada menor para un país que la mitad de su población se sabe pobre. Los préstamos “a la palabra”, apelando a la bondad del pueblo nuevo nunca se pagaron. Estos boquetes en el erario se seguirán paliando con los recursos públicos. Lo importante es sentir que existe un presidente que se “chinga” a los ricos para darle a los pobres. Y ante esta narrativa poco pueden importar las críticas de sus opositores, ya que como explicó Fukuyama, estas políticas inyectan la sensación de dignidad (2019). .

El presidente de manera bastante neoliberal cuida que el peso no se devalúe. Se dice en México, ¡Presidente que devalúa se devalúa! Cuida también que el gasto público no se financie con préstamos internacionales ni produciendo más billetes, sino anulando otros programas y fideicomisos que dice que son una carga para el país. No importa que el crecimiento económico sea inexistente, ni tampoco que sus ocurrencias no se soporten con política pública alguna. Lo que importa es que el pueblo sienta que el presidente Robin Hood tabasqueño los defiende y le transfiere esos recursos. Incluso inauguró un organismo que se denomina: Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado.  Las pifias y tonterías gubernamentales ya se han naturalizado en el presente sexenio. Hay una larga lista de ideas sobre las rodillas que se han echado a andar con los recursos públicos. La lista es enorme. Incluso, se ha atacado sistemáticamente a la entidad que lo llevó al poder de manera legítima. Nada importa mientras alcance para que el presidente no pierda popularidad. Básicamente desde esa lógica se explican las decisiones. Incluso con las cifras oficiales se demuestra la ineficacia de sus propuestas. El presidente gobierna con la mitad que necesita y, con eso es suficiente. Además, tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia, Donald Trump, el Cartel de Sinaloa, un puñado de actores y comentócratas, el Partido Ecologista mexicano, algunos políticos priístas, algunos de los empresarios conspicuos y la delincuencia organizada que  el presidente dice, merecen ser defendidos porque también son humanos. Y la mayoría de los mexicanos con escasos estudios y que reciben algún beneficio económico mediante sus programas clientelares.  Del otro lado se encuentra la otra mitad del país: Las clases medias, la prensa, España, Iberdrola, el gobierno colombiano,  el Partido Demócrata de Estados Unidos, la Unión Europea, la OTAN, la OEA, los científicos y académicos mexicanos, la mayoría de los deportistas que no le rinden pleitesía, la mayoría de los artistas que no lo reconocen. Y el 92% de los mexicanos que tienen escolaridad universitaria con estudios de posgrado. Al parecer está por escribirse otro manual para contrarrestar y defenderse de los políticos que recuperaron la demagogia de los idiotas que nos han gobernado y, que ahora, semánticamente, edulcoran el populismo.  Es pertinente preguntarse si a la “corcholata” que escoja el presidente optará por copiar el estilo obradorista con el propósito de mantener la popularidad como lo ha hecho el presidente hasta ahora. Un estilo en donde no importan los resultados ni las ocurrencias, sino la habilidad para convencer a la mitad de los mexicanos que el presidente en turno los está defendiendo pero, sobre todo, dándoles su merecido a esa otra parte de los mexicanos que no corresponden al pueblo bueno e inmaculado. Aquellos que no lo perciben como el prócer que se empeña en ser recordado. Sin embargo, difícilmente la historia lo absolverá, parafraseando las lecturas presidenciales. @mundiario

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