Camino de ida y vuelta a la felicidad

Una historia sobre el rural gallego.
Rural de Galicia.
Galicia, majestuosamente rural, ofrece experiencias únicas al recuerdo y la imaginación. Aquí se expresa una vivencia para el concurso de Zenda e Iberdrola #historiasrurales / Relato
Camino de ida y vuelta a la felicidad

El sol de Carracedo es especial, hace la hierba lucir con ese verde conmovedor. Es la aldea en que nació mi madre, primogénita de seis sanos hermanos, cuya costumbre de contar historias, siempre que se juntan, es interminable. Quizá el sol del pasado era más fuerte para ellos: cuando iban al molino, a segar el campo, a llevar las vacas al monte a pacer… Sin duda, Carracedo es una tierra de fortaleza, cuando los senderos de piedra permanecen incorruptos desde hace siglos.

Sin embargo, cuando vi que han eliminado el gran pilón que se alimentaba del manantial, donde felices nos bañábamos en verano, sentí destruirse la construcción del recuerdo. Cuando había sido reconstruido después de que reventase al arrojarse toda la chavalada, anécdota que se añadió a la historia de la familia.

Son cuatro mujeres y dos hombres los más jóvenes, el pequeño le lleva un año a mi hermana (su sobrina). Sus amigos eran genuinos y encantadores. Iban a jugar al fútbol al quinteiro, como le llaman en el rural gallego a un área de esparcimiento. También tenían una canasta en un linde con la carretera (llena de baches y “bostas” de vaca) y, sobre todo, un robledal donde la aldea celebraba sus fiestas, cuando la felicidad era tan intensa que no se podía hacer más que bailar.

El tío pequeño corría detrás de nuestro coche siempre que, al atardecer, nos volvíamos a la ciudad. Era como si perteneciésemos a dos mundos. Nosotras éramos princesas, ellas amazonas luchadoras. Sin embargo, creo que no aprecian del todo la riqueza de su sabiduría. No obstante, mamá conoce decenas de dichos populares que expresa con naturalidad, ¡ahora no se me ocurre ninguno!

“El perro de san Roque no tiene rabo, porque san Roque se lo ha cortado”, coreé al saber, puesto que había un vecino que no era capaz de entonar las erres. Al principio me lo decía y yo reía, pero seguí pidiéndoselo y se cansó, aunque no se enfadó. Creo que a un francés también le pasaría, ¡y a día de hoy lo considero para la fonética gallega!

Había otro acertijo que sigo sin entender: “¿De qué color es el caballo blanco de Santiago?” Filosofé sobre ello, pero no me decían sí o no. Supongo que es un secreto secular del rural gallego que nos une y que callamos…

Estábamos jugando al escondite por toda la aldea, uno se puede figurar que es un juego con muchos recursos en semejante enclave.

Yo corría por entre los maizales como una india americana, hasta que el buscador me encontró. Estaba viviendo tanto el juego, que corrí con todas mis fuerzas para no ser pillada, y resbalé con la arena de la estrecha carretera. Inmediatamente, el tío mayor detuvo el juego. Me había herido bastante en el codo, sangrando mucho.

—¿Lloras ahora que ya pasó?— me dijo mi hermana, porque fui fuerte, lloré por la herida después, cuando todos me rodearon compadeciéndose.

El tío me hizo unas curas y me tapó con esparadrapo. Los días siguientes, me recomendó curar al aire. La herida echaba pus al apretar, y yo me ponía a apretar. No pude bañarme en el pilón, porque se me ablandaba la postilla y me daba impresión.

Conservo todavía la cicatriz de aquella caída. Entre tantos golpes que da la vida, creo que sangrar, a veces, es natural.

El abuelo fue desprovisto de sus vacas a raíz de la concentración parcelaria, mientras sus hijas fueron casándose y abandonando la casa. A pesar de que la familia ha crecido, parece que esos cuentos están viejos, como si un alma del lugar estuviese llorando al llover.

—La abuela me pregunta por ti, quiere verte —me comenta mamá a veces. Yo me veo en la responsabilidad de hacerla feliz, ¿y quién soy yo para hacerla feliz?

Señalo a ese avión del cielo, acostada en la tumbona. ¿A dónde irá? Quizá esté cargado de turistas, felices visitantes del planeta… El sol ya es como más débil, más habitual. Ya no me sorprenden el amanecer o la telefonía móvil, todo puede aparecer.

Apenas tengo historias del rural para contar, pues no he vuelto a la aldea en años. Quizá la familia guarde secretos, que sólo una niña puede oír, pues no entendí. Pero, creo yo, la tradición se va con sus almas, y el alma sólo habla cuando hay amor. Creo yo fui como un cachorro cariñoso, y ahora pasan y pasan peregrinos, mientras no sé qué es lo que hay en Santiago ni por qué somos princesas… @mundiario

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