Esto no da más de sí: Europa ha de modificar de una vez su política económica

Angela Merkel recibe un beso de Mariano Rajoy.
Angela Merkel recibe un beso de Mariano Rajoy.

El BCE, Francia e Italia intentan presionar a una Alemania terca hasta el delirio, mientras el presidente del Gobierno español sigue apoyando irresponsablemente a la canciller Angela Merkel.

Esto no da más de sí: Europa ha de modificar de una vez su política económica

El BCE, Francia e Italia intentan presionar a una Alemania terca hasta el delirio, mientras el presidente del Gobierno español sigue apoyando irresponsablemente a la canciller Angela Merkel.

La economía europea está a punto de reventar por tercera vez en siete años. La inercia de todos los ciclos económicos más los continuos empujones del Banco Central Europeo nos habían hecho creer que el crecimiento se encontraba al acecho pero las últimas previsiones adelantan un panorama sombrío a más no poder.

Políticas de demanda o de oferta 

Tradicionalmente, las recesiones se atacaban bien con las llamadas políticas de demanda agregada o bien con estrategias de oferta. Las recetas para el estímulo de la demanda se refieren a la reducción de los tipos de interés, a la expansión monetaria, la disminución de los impuestos, la caída del tipo de cambio o el recurso a la inversión pública.

Los economistas con preferencia hacia políticas de oferta, vinculados frecuentemente al pensamiento neoliberal, procuraban favorecer la producción mediante la rebaja de los tributos empresariales y los costes salariales, y la desregulación comercial. Se esperaba de esta manera que el fomento de la oferta redundase en unos menores precios lo que propiciaría un mayor consumo. Como medidas complementarias, había que reducir el peso del Estado mediante privatizaciones y recortes en servicios públicos y pensiones.

Para entender la reacción de la Unión Europea ante la crisis actual, es preciso recordar la aversión de Alemania a políticas de estímulo al entender que una presión sobre la demanda agregada implicaría un alza artificial de producción y empleo con el consiguiente efecto sobre los precios. Sabido es que desde la Segunda Guerra Mundial, Alemania ha desarrollado una visceral aversión contra la inflación. Así pues, Alemania exigió un segundo paracaídas: admitiría cierta relajación monetaria siempre y cuando se aplicasen preferentemente políticas de oferta.

En síntesis, Europa reaccionó con una combinación de medidas de oferta (recortes salariales y de beneficios sociales) y de demanda (bajos tipos de interés), a lo que se añadió un intensivo recorte del gasto público dirigido a controlar el déficit. El resultado ha sido un completo fiasco y ello por tres motivos: el elevado desempleo que no ha hecho más que crecer, la alta deuda privada que apenas se ha corregido por falta de inflación y, precisamente, la disminución de las rentas salariales que se acaban de mencionar. Por fin, reacciona el BCE con un paquete de medidas expansivas que, quizás, lleguen demasiado tarde.

La hora de la política

La situación es de tal emergencia que poco a poco se ha ido alcanzando una especie de consenso soterrado en favor de un cambio radical de política en Europa que estimule el depauperado consumo interno. La presión de Valls y Renzo sobre Alemania se ha explicitado en la última Cumbre ante la impasibilidad de Merkel y la complicidad de Rajoy, cuya posición actual resulta poco menos que incomprensible.

Rajoy ha seguido a pies juntillas las recetas de Merkel aún cuando su aplicación a España haya supuesto un efecto devastador. Recordemos una vez más que el problema de la economía española no es el gasto público (44,8% sobre PIB en 2013 frente al 49,8% de la Eurozona) sino de ingresos públicos (37,8% frente al 46,8%). Y sin embargo, el gobierno de Rajoy ha reducido 3 puntos el gasto mientras que ha aumentado unos exiguos 0,6 puntos los ingresos. Por otra parte, el desempleo continúa en cifras insoportables, la deuda a punto de llegar al 100% del PIB y las desigualdades sociales a la cabeza de Europa.

España y Europa tendrían que cambiar el rumbo al menos en tres direcciones: aumento de la progresividad fiscal (lo contrario de lo realizado por el gobierno de Rajoy), con rebajas notables de los tramos de menores ingresos y aumentos de los tramos altos y las rentas del capital; segundo, profundizar en la expansión monetaria, seguir inyectando liquidez asegurándose que ésta llega a consumidores e inversores; y tercero, inversión pública. Lo malo es que entre los países UE, tan solo Alemania (deuda del 78,4% sobre PIB), Suecia (40,6%) y algunos países del Este de Europa presenta una deuda pública holgada para programas suficientes de inversión.

Es la hora de la política, sí. Veremos el papel que juega el presidente español en los próximos meses. Si se mantiene impertérrito al lado de su colega de ideología o se asocia a aquellos que postulan un giro en favor del crecimiento y el empleo.

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