“Sólo desde la fragilidad acontece la maravilla”, afirma la escritora Esther Peñas

Portada de poemario./ Chamán Ediciones
Portada de poemario./ Chamán Ediciones

Para Esther Peñas, la poesía es un acontecimiento sagrado, y resalta que lo sagrado es la respuesta, el asombro, nunca la pregunta. Tampoco el centro.

“Sólo desde la fragilidad acontece la maravilla”, afirma la escritora Esther Peñas

Para Esther Peñas, la poesía es un acontecimiento sagrado, y resalta que lo sagrado es la respuesta, el asombro, nunca la pregunta. Tampoco el centro.

La poesía de Esther Peñas es absolutamente torrencial y, además, tiene sus propios hitos y tensiones. Al menos así la he percibido yo leyendo El paso que se habita (Chamán Ediciones, Albacete, 2018). Me he acoplado a su paso apresurado, como quien se desliza por altos toboganes, dejándome llevar por una inmensidad de imágenes turbadoras e intensas que conforman una pulsión extrema, como si cada poema quisiera encontrar su final en el siguiente o, sencillamente, no finalizar nunca. Porque aquí cada palabra es una piedra lanzada al agua que, al tocar fondo, produce una catarsis.  Así es su poética. Ahí reside su creatividad. ¿No es la poesía un río inagotable, una sucesión de ondas expansivas?

Esther Peñas nació en Madrid en 1975. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y Doctora por el Departamento de Literatura. Realizó un Máster de Teología en la Universidad de San Pablo CEU. Ha publicado los libros de poemas De este ungido modo (Premio Cervantes, 2002) y Penumbra, ambos en la editorial Devenir. Fue incluida en una recopilación de jóvenes poetas, Los jueves poéticos (Editorial Hiperión) Publicó, asimismo, Hazversidades poéticas (Editorial Cuadernos del Laberinto). Colabora en una compilación de textos solidarios, Desde otro punto de vista, publicado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Ha coordinado la edición Trovadores del silencio (Calambur). Además, es autora de varios libros de entrevistas, tres novelas y una novela corta.

En la actualidad, dirige el departamento Digital de FSC Inserta, la consultoría de Recursos Humanos de Fundación ONCE e imparte talleres de escritura creativa.   

--Esther, llama la atención que este nuevo poemario tuyo no vaya introducido por un prólogo o una nota de edición al uso sino por un poema de María Negroni: Saluda.

--Contemplo los prólogos como una manera de convocar a alguien a un territorio concreto (el poemario) porque guarda vínculos, íntimos o manifiestos, con los versos que lo componen. Una manera de compartir (lo) de manera física. La fórmula del Saluda, que se empleaba antiguamente, siempre me resultó hermosa; cuando la Negroni me envió algunos poemas inéditos, el que sirve de pórtico a este paso que se habita me pareció que abrigaba una clarísima conexión con el poemario, al tiempo que me permitía hacer explícita mi admiración para con esta inmensa poeta argentina, María Negroni.

--Escribes una poesía chamánica, hipnótica. Me trae recuerdos de Carlos Oroza, por ejemplo. ¿Alguna vez has leído a este poeta oral? ¿Qué fuentes te abastecen?

--Gracias por lo que dices, ambos adjetivos me son queridos. Este paso que se habita está escrito en condiciones físicas un tanto extremas, con un nivel de conciencia bastante rebajado y, por supuesto, sin intención alguna de estar haciendo algo útil. De ahí, me parece, el carácter hipnótico, un tanto alucinado.

¿Cómo no conocer al único español miembro oficial de la generación beat? Oroza, un delicioso raro, al modo en que clasificaba Darío a los raros, es fascinante. He leído sus poemas, desperdigados, insolentes, dandis… y comparto con él la idea de que la poesía adquiere plenitud leída, y desde luego conduce a otras latitudes anímicas diferentes que si se lee.

Respecto a mis fuentes… aparte de la mencionada Negroni, Menchu Gutiérrez, Chantal Maillard, Rafael Soler, Gamoneda, Isabel González, Julio Monteverde, Valente, Llansol, Juarroz, Larrea, Cortázar, Inés Mendoza, Olga Orozco, Blanca Varela…

--¿“Han de ser las manos” en “este pequeño reino de la fiebre”?

--Las manos han de trabajar el dolor, el dolor ha de cobrar fisicidad para poder ser sanado. Hay que tocar el dolor, no queda otra, entregarse a él, para que este pequeño reino de la fiebre vuelva a ser fecundo y no nos atrape en su melancolía.

--La figura de dios, un dios con minúscula, demasiado humano, está muy presente en El paso que se habita. He subrayado estos dos versos: “Cuando despierta/ el dios parece otro hombre”.

--El poemario no deja de ser también una reflexión sobre lo sagrado; desde ahí, es un poemario que no cree, sabe. Para mí lo sagrado es la respuesta, el asombro, nunca la pregunta. Tampoco el centro.

--Igualmente destaco la paradoja de estos dos versos que, a mi parecer, constituyen una poética: “No sucede nada distinto/ pero acontece el prodigio”.

--El prodigio está ahí mismo, esperando ser hallado. El prodigio es un vaso comunicante, el fulgor de una analogía, la ferocidad de afinidades electivas en las que nos reconocemos, un azar que, siquiera por un instante, hace que el mundo se complete.  Hay que tener una predisposición de ánimo para el encuentro con el prodigio, y no ir en su busca, mucho menos disponerle de un perímetro previo. Hay que dejar que se manifieste, estar atento, permitir que nos traspase. Desde ahí surge esa poética: una convencida voluntad del estar en el mundo del lado del prodigio.

--Mediante la piedra, “pulmón seguro”, se construyen puentes y se alzan torres. ¿Se forja así, como diría Sylvia Plath, “un alma entre los intensos dolores de parto”?

--El dolor es parte de la vida, no un enemigo de ella, del mismo modo que la luz y la oscuridad o la bondad y la maldad son dos momentos de la misma cosa, y que nos situemos en uno u otro lado es cuestión de ángulo. Aceptar eso hace más sencillo todo. Pero hay una cualidad volitiva, la alegría, que no la felicidad, que reivindico una y otra vez como compañía y fuego indispensable.

--Con la rotundidad y la avenencia de los versos que cierran El paso que se habita, dejas espacios abiertos para la reflexión…

--Bueno, eso es fantástico, al fin y al cabo, el poema no es más que una hendidura. Lo que cada cual encuentre al otro lado espero que resuene, que le vibre de por dentro, que se le incorpore en piel. Más una intuición que una reflexión se persigue.

--En Periodista Digital, declaraste hace unos años que “vivimos en un tiempo en que las prisas marcan todo”.  ¿La poesía también está siendo afectada por la urgencia y la inmediatez?

--La prisa, hija bastarda de la sociedad de consumo, desacraliza lo importante. Me pregunto qué hace con el tiempo esa gente que tiene tanta prisa. Perder el tiempo resulta una manera imprescindible de estar en el mundo, entregarse a la épica de lo inútil, de lo improductivo. Hasta del ocio han hecho mercancía. Por eso me resulta ineludible reivindicar lo lúdico, que no tiene otro propósito que el juego en sí mismo. La prisa nos impide estar en la celebración. Y si uno no celebra, si uno no está presente en lo que está viviendo, ¿para qué vivir? El sistema capitalista también trata de vampirizar la poesía, y desde ahí intenta de imponer el consumo de cierta clase de poesía: la de cadáveres de versos sistematizados. Esto lo explica de un modo hermosísimo Lurdes Martínez en ‘Los inspirados al borde mar’.

--¿Cómo seguir “buscando abrigo en lo inhóspito”?    

--Colocándose en el claro del bosque, allí donde el urogallo, sabiendo que uno ha de exponerse hasta el extremo. Sólo desde la fragilidad absoluta se cumple el designio y acontece la maravilla. Sólo así es posible estar celebrando. 

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