Alice Oswald o la poesía que explora la naturaleza como una entidad mítica

Alice Oswald, poeta./ The Telegraph
Alice Oswald, poeta. / The Telegraph

Cuando te acercas a la poesía de Oswald experimentas el vértigo de estar leyendo una poesía inspirada en su valor mítico y chamánico.

Alice Oswald o la poesía que explora la naturaleza como una entidad mítica

Me acerco a Hatchard´s, la librería más antigua de Inglaterra,a unos pocos metros de Picadilly Circus, y busco poesía inglesa. Una bibliófila de las que regentan aquel templo sagrado, que Virginia Woolf cita en su Señora Dalloway, me recomienda los libros de Alice Oswald.

Me adentro en Woods etc. y en A sleepwalk on the severn, publicados por FF, y el lector tiene la sensación de estar ante una poesía que rebasa la pura anécdota para ofrecernos pensamientos de gran calado que afectan directamente al porqué de estar aquí, en este preciso momento, y no en otro lugar, o simplemente al porqué de estar vivos.

Hay varias obsesiones en la poesía de Oswald; una es el tiempo, el tiempo que describe los inexorables cambios de la naturaleza y de su relación con nosotros. Y otra de sus obsesiones es esa búsqueda de lo mítico, no solo en la propia naturaleza, sino también en lo cotidiano. No se puede negar la herencia de T.S. Eliot en una poesía donde ese tiempo no se describe como una categoría imaginada por el ser humano, sino como un ser propio que nos amenaza, nos desfigura, pero que también nos enseña a reconocer  qué enigmas existen tras las aguas, entre los arbustos, entre las gentes, en el corazón de un bosque: "I´m asleep I think. Either that or dead. There´s that light again. What a drink it is. What a little dish of milk to be offered to someone waking in the dark drinkless. am i naked. my stomach´s full of gas. I can´t remember what I´m looking for but I´ve found shoes and skirts and ribbons here". (The sleepwalk on the severn, pág. 13).

Su mezcla de componentes míticos y paganos nos devuelven a un lirismo chamánico, ancestral, donde la palabra por sí misma tiene una fuerza evocadora que no necesita de excesos ornamentales ni de una intensidad impuesta por el artificio.

Al contrario, el lenguaje de Oswald es renovador por sí mismo porque su autenticidad radica en el cuerpo del poema, en su sustantividad, en la fuerza de sus nombres y de lo que connotan. Esa presencia continua de la naturaleza responde al carácter existencial de una poesía que no tiene pretensiones, sino cuya espontaneidad aparente arraiga en definir al ser humano como criatura extraña en una realidad que la sobrepasa, por mucho que se empecine en dominarla: "I remember walking once into increasing woods, muy hearing like a widening wound. first your voice and then the rustling ceasing. the last glow of rain dead in the ground" (Woods etc., pág. 7)

No se puede dominar el tiempo, ni las acciones, ni el paisaje. Son una ilusión. Son una escritura. Son una maldición al mismo tiempo que una bendición. Son sencillamente escenarios que nos confunden y que nos fascinan en el sentido más nocivo del término. Solo queda esperar en la escritura, rehacer el mundo una y otra vez a través de la percepción de nuestros sentidos, participar de ese fluir que nos condena a la desaparición. Pero quizá algo así no sea tan malo: "She finds hundreds of washed up sticks And dead fish smells And backings and forthings Of water borrowing her being but no moon" (A sleepwalk on the severn, pág.23). @mundiario

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