Pequeña flor (Petite fleur)

Petite Fleur. Productora
Petite Fleur. / Productora

Es una comedia negrísima, absurda, deforme, anárquica y salvaje. Pero increíblemente verosímil. 

Pequeña flor (Petite fleur)

Pequeña flor es una coproducción: Francia-Argentina-España-Bélgica llevada al cine por el director Santiago Mitre y guionada por él y Mariano Llinás. Se basaron -con mucha libertad- en la novela del escritor argentino Iosi Havilio. Inauguró en abril la 23ª edición del BAFICI y se estrenó en los principales cines de Argentina el 23 de junio pasado. 

Me senté en la butaca con el prejuicio de que una película siempre es inferior a la obra literaria. Es importante tener en cuenta que Iosi es quien me ha abierto la cabeza para reescribir mis novelas haciéndome atrever a lo impensable, a trasponer convenciones, y el miedo al ridículo. Me enseñó a caminar por la cornisa sin vértigo. Mi admiración por su libertad le puso muchas piedras en contra a mi predisposición para el director de la peli. 

Pequeña flor, de Iosi Havilio
Pequeña flor, de Iosi Havilio. / Mundiario

 
Lo primero que me impactó fue que el narrador fuera la víctima: Jean Claude (interpretado por Meluil Paupaud). De golpe, Mitre ya había subido mil puntos. Esos detalles que a veces se nos escapan a los escritores y que cambian por completo la óptica del relato.

Porque en la novela de Havilio el narrador, en primera persona, es el protagonista, José. Y nos da a conocer sus sentimientos, qué es lo que lo motiva, sus miedos, sus conductas. En la peli, Daniel Hendler, actor uruguayo (José) no explica nada. Simplemente, con escasez de gestos y palabras, entendemos qué es lo que lo mueve a matar. 

Es lo que Iosi nos enseña en las clínicas literarias: dejar que el personaje actúe. Mitre lo logra de una manera tan espectacular cada vez que José mata, o tiene intención de hacerlo, que estamos con él. Sí, por favor mátalo, se lo merece.

Cuando José va por primera vez a la casa de su vecino para pedirle prestada una pala está abrumado por su depresión. Desempleado, percibe que su mujer, Lucie (Vimala Pons), vuelve a trabajar en la editorial porque no le queda otra. Se transforma en un antihéroe amo de casa y ejemplar padre de su pequeña hija, Antonia. Uno de esos héroes que le habría gustado atrapar para sus cuentos a Armando Murias Ibias.

En la novela de Iosi, que se desarrolla en Buenos Aires y no en una ciudad mediocre del Macizo Central francés, Jean Claude se llama Guillermo. El narrador no se ocupa de describirlo, nos deja a los lectores la libertad de hacerlo. Pero claro, al verlo en la peli, apenas se abre la puerta, con su robe rosada, su bigote diminuto, su look excéntrico, y su aire de dandy que da cátedra de jazz y buen vino, nos ponemos inmediatamente en el lugar del disminuido José, con su baby-call en la mano escuchando si su hija se despierta y este estúpido que no para de hablarle de pelotudeces, de corregirle su pronunciación en francés y bailar seductoramente al ritmo de Petite fleur, de Sidney Bechet. Se jacta de  sus costosos vinos, derrochándolos si una copa se rompe. Queremos matarlo. Eso es justamente lo que hace José: le clava la pala en la garganta. Bien hecho, siente el espectador. 

Comedia negrísima

Es una comedia negrísima, absurda, deforme, anárquica y salvaje. Pero increíblemente verosímil. 

Empieza con un parto en la casa de la pareja. Lucie no está dotada para la maternidad. Lo sabemos desde el principio. Putea en cada contracción, maldice ese momento, y con la bebé no hay códigos en común. Antonia es mucho más feliz con su papá y la vida transcurre en una rutina tolerable. Aunque Lucie está cada vez más abrumada y José con la autoestima en baja. 

Otra diferencia con la novela es el idioma. En el film predomina el francés porque es el país donde viven. A José le cuesta integrarse porque no se esfuerza por hablarlo. Ella habla un argentino con acento pero impecable porque se conocieron cuando ella vivió en Rosario.

Mitre muestra a una Lucie medio pibe: caga y se tira pedos delante de su marido. Se masturba sin pudor cuando no queda satisfecha con su acto sexual. O aunque quede. Su look es andrógino, desprejuiciado, y su maternidad deja mucho que desear.

Ese rol maternal —o paternal— lo desempeña José a la perfección, pero una vez que mata, se despierta en él una perversión que enriquece su instinto sexual. Petite morte = gran muerte. Cuando ve a su vecino radiante manejando su súper sport a los pocos días de haberlo liquidado, supera la culpa, el terror de ir preso y todas sus consecuencias. Entonces, vuelve a asesinarlo todos los jueves. Una vez que Lucie regresa de trabajar, va a visitarlo,  se repite el mismo show del jazz, el vino y las muertes. Después de ese ritual vuelve a su casa,  la pareja deja a Antonia con una baby sitter, van a cenar y pasan la mejor noche de amor de la semana. 

Todo esto contado por la voz de Jean Claude que se sabe asesinado una y mil veces con las formas más creativas. ¿Dónde está Jean Claude? ¿Es Dios que puede entrar en la conciencia de José? Todo es posible en esta sátira negra, con elementos fantásticos en los que nos sentimos cómodos a pesar de ser una historia desconcertante, provocadora e irritante.

Una de las escenas finales en las que Jean Claude y José bailan al ritmo del jazz una danza de la muerte es lo más apoteótico de la película.

Pequeña flor coquetea con la Nouvelle Vague en clave gore, casi excesiva, llegando a ser cómica por momentos. 

En la novela hay mucha más conexión literaria. Abunda Tolstoi y su Resurrección y la introduce Fogwil con su "Tal vez, la gente no se muera nunca. Quizás al morir le llega el nombre de la muerte y mientras sigue rebotando la idea de la muerte contra el signo y la noción de la muerte, la vida continúa en suspenso". 

En el final del libro nos quedamos con una gran incógnita. En la peli todo cierra en esa pareja que busca superar su crisis atreviéndose a romper la barrera de lo fantástico. @mundiario

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