Llega la 76ª edición del Festival de Cine de Cannes, la prima donna de los festivales de cine

Cerrar los ojos. / Academia de Cine
Cerrar los ojos. / Academia de Cine

Y llega la proyección de la última obra de Víctor Erice, Cerrar los ojos. Hace 31 años que este genial director español estrenó su último largometraje, El sol del membrillo.

Llega la 76ª edición del Festival de Cine de Cannes, la prima donna de los festivales de cine

Para los cinéfilos, los amantes del cine y toda la tropa de este pelaje, la semana que comienza es importante: iniciará su andadura la 76ª edición del prestigioso Festival de Cine de Cannes –del 16 al 27 de mayo–, probablemente la prima donna de los festivales de cine, aun siendo el de Venecia el más longevo y aunque en otra onda y condición, festivales patrios como el de San Sebastián o la entrañable SEMINCI de Valladolid no pueden dejarse perder de vista. 

En cada edición, los que andamos un pelín abducidos por el mundo del cine, prestamos atención a qué películas, qué cineastas, acudirán a ese escaparate de la Costa Azul para sorprendernos, emocionarnos o decepcionarnos con sus nuevas obras. 

Este mayo del 2023 no podía ser menos y ya corren murmullos de impaciencia y expectación al saber que a Cannes acudirán a presentar sus trabajos recién horneados, figuras como Martin Scorsese, Nanni Moretti, Ken Loach, Wes Anderson, Takeshi Kitano, Wim Wenders e incluso nuestro reivindicado Almodóvar con un mediometraje. 

Pero aún con nombres de semejante talla, con un Festival de tal enjundia, realmente, la ilusión que me ha movido a escribir este artículo no ha sido eso. 

Víctor Erice está de vuelta

Mi expectación; mi emoción por ver comenzar esta nueva edición de Cannes, la podría resumir, asumiendo las lógicas críticas que ello supone, en que en esta edición podremos ser partícipes de un pequeño milagro: la proyección de la última obra de Víctor Erice, Cerrar los ojos. La milagrería laica viene a cuento porque hace 31 años que este genial director español estrenó su último largometraje, El sol del membrillo.

Pero ¿realmente es tan importante que este señor de Vizcaya, con 82 años a sus espaldas, nos venga a presentar su última película?, ¿es de verdad esto un acontecimiento, teniendo en cuenta que dispone de una filmografía paupérrima en cuanto al número de largometrajes (tres). ¿A qué tanta pompa y circunstancia?

La respuesta a estas preguntas son el alma de este escrito. No desde la erudición y conocimiento de Erice, de los que hay muchos y verdaderos expertos que la han explicado de una manera excelente. Sinceramente, sólo quería intentar responder esas cuestiones desde la piel de un humilde y miserable acólito de la secta de admiradores del cine de VÍctor Erice. 

Un tesoro para compartir

Eso supone intentar exponer qué han supuesto para mí películas como El espíritu de la colmena, El sur o proyectos, en forma de guión como La promesa de Shanghai.  Ya digo, no desde la voz de un experto de su obra que pretende aportar sus conocimientos, que estoy lejos de ser, sino desde la necesidad y la emoción de alguien que ha descubierto un tesoro y cree imprescindible compartirlo con amigos y aún con gentes no conocidas con la idea de que ese tesoro pueda y sea divulgado.

Con esto trato de decir que no pretendo hacer aquí un análisis para el que no estoy capacitado sino hacer proselitismo de un autor y una obra, para aquel que no ha tenido aún la oportunidad de conocerla y quizás con suerte, despertar su interés en hacerlo. Con ese objetivo alcanzado, me daría por plenamente satisfecho. 

De hecho, es oportuno citar la respuesta de Martín de Riquer, el gran experto cervantino, cuando le preguntaron qué le diría a la gente que todavía no ha leído El Quijote. El erudito respondió que toda esa gente le daba una gran envidia y les diría que aprovechen esa enorme suerte que tienen de poder leerlo por primera vez, cosa que él, ya no podría hacer.

Para mí, que he visto varias veces estas películas, también es una envidia comprobar que alguien lo hará por vez primera. Que lo llegue a hacer, sería en verdad, lo más provechoso de toda esta industria.

El espíritu de la colmena

El primer largometraje de Víctor Erice, en 1973, fue El espíritu de la colmena. Ambientada en un pueblo de la España franquista de los años cuarenta y narrada a través de los ojos de una niña, Ana (el debut en el cine de Ana Torrent). 

En esa España inhóspita; en ese mundo infantil, irrumpirá la proyección de la película Frankestein, el clásico de terror de James Whale, que conmoverá a Ana y su hermana Isabel y las hará conectar a través de ese monstruo cinematográfico en blanco y negro con ese otro “monstruo” real que surge de esa dura y triste realidad de la postguerra civil española, que también parecía pintada en blanco y negro.  

Cine dentro del cine; realidad y ficción de la mano, serán algunas de las constantes del cine de Víctor Erice.

Todo ese mundo claustrofóbico, esa colmena, esa gran prisión de la España de entonces, se logra traspasar sólo a través de los ojos de una niña, a la que envidiamos los que vemos la película, porque es la única, junto a su hermana, que logra evadirse de esa dura realidad. El resto de los adultos, de forma especial para los desafectos al régimen, sólo lo podrían hacer quizás, aprovechando los sueños nocturnos, hasta que, al abrir los ojos al día siguiente, volvía a aparecer ante ellos aquella España tenebrosa y cruel de los años cuarenta.

El sur

El Sur es una película de 1983 diez años después de la primera, pero en que todavía se respira un ambiente parecido. Así, en ella, Erice nos muestra una familia que vive en un pueblo del norte de España, en pleno franquismo, en los años cincuenta. 

El padre, Agustín, se fue del Sur hace muchos años sin haber vuelto nunca y tiene una aura misteriosa y mágica (es médico, pero también zahorí) que atrae y llena de misterios la imaginación de su hija Estrella, que intenta rastrear su vida y pasado en base a retazos que encuentra e imagina. Esa niña crecerá, atenta a su padre y sus problemas interiores con los que lucha solo y se irá tejiendo un hilo, una relación preciosa entre padre e hija que con pequeños momentos trascendentales como la aparición casi fantasmal del padre en la iglesia;  en la fiesta de la comunión de la niña,  la escena en que ambos bailan el pasodoble “En er mundo”, o  la conversación fundamental que mantienen, ya con ella adolescente, y en que también suena entre bastidores ese mismo pasodoble y que al padre le hace rememorar aquellos momentos felices con su hija pequeña, que ya han desaparecido. 

Esa presencia del Sur en la historia, un Sur evocado y recreado, nunca visto, sino sólo a través de unas postales antiguas y de la presencia efímera de dos personajes importantes que vienen desde allí para la comunión de Estrella: Milagros y la madre de Agustín y que, sobre todo a través del personaje y del trabajo de una espléndida Rafaela Aparicio, traen a la historia y a la película ese aire del Sur.

Sin pretender desmenuzar la historia sino queriendo abrir el apetito de lanzarse a verla, sólo comentar ese guion circular que hace acabar la historia con la escena del inicio, con el hilo conductor de ese péndulo casi mágico del padre de Estrella y que le dejará al final bajo su almohada, en una manera de intentar mantener ese lazo bello y sutil entre ellos. 

Llega a parecer increíble que esta película magistral, fuera a ser en la idea original, la primera parte de dos películas. En la segunda parte, Estrella, habría viajado y conocido ese Sur. Aun sin saberlo, no se echa en falta viendo la película existente, lo que da una idea de su grandeza y de lo que podría haber sido la obra completa.

El embrujo de Shanghai

Si El Sur no fue todo lo que pudo ser al estar concebida como dos partes, hay, sin embargo, otra película que pudo ser y no fue. 

La adaptación de la novela de Juan Marsé: El embrujo de Shanghai fue finalmente llevada al cine por Fernando Trueba en 2002. Una película mediocre en lo que lo más sobresaliente era la recreación del maravilloso personaje del Capitán Blay, interpretado por un enorme (¿cuándo no?) Fernando Fernán-Gómez. 

Pero este era el final de una historia que había empezado con el encuentro entre Marsé y Erice. Inicialmente se le propuso al director, la adaptación de la novela y estuvo largo tiempo trabajando en ella, comentando sus ideas y dudas con Marsé y realizando varios borradores de guion, el último de los cuales, en palabras del propio Marsé, era mejor que su novela. No hubo final feliz. Por motivos y tramas que aquí no vienen al caso, pero ajenas a Erice, se decidió por parte del productor, que la realización de la película debía hacerla Trueba, que quiso elaborar su propia adaptación de la novela, alejada de la versión de Erice. 

Aunque ya nunca pudimos ver en la pantalla el guion de Víctor Erice, éste lo publicó y afortunadamente es posible leerlo. 

No puede haber algo más recomendable que leer la novela de Marsé y a continuación poder leer la adaptación de Erice en forma de guion, con el nombre de La promesa de Shanghai, en el que el director logra atrapar todo ese imaginario de Marsé, sin renunciar al tamiz de una escritura cinematográfica que en vez de desvirtuarlo, lo realza y lo eleva de una manera poco común.

Esperando a Erice...

No queriendo alargar más el relato, no comentaré su último largometraje El sol del membrillo de 1992, u otras participaciones en películas corales con grandes directores del cine contemporáneo. Así, al hilo de ese espíritu del Sur, me quedo esperando a Erice, no a la manera beckettiana, sino, cómodamente esperanzado en que quizás nos pueda aportar otra pieza, que, sólo con que estuviera a la altura de su obra previa, sería sin duda una nueva obra maestra. 

Pienso que es superfluo preguntar qué ha pasado en treinta años para que Erice no haya podido volver a hacer hasta ahora una nueva película. Creo más pertinente, confrontar a todos aquellos que aún no conocen el cine de Víctor Erice, para que no pasen otros treinta años, sin que sigan sin descubrir la grandeza que se esconde en las películas de este genio, español por más señas. @mundiario

Comentarios