Las muchas crisis de la economía y la política

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. RR SS.
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. RR SS.
Todo apunta a una próxima crisis profunda en México y con esa combinación más que mortal para cualquier sistema político: crisis económica (inflación, bajo crecimiento) y político autoritaria.
Las muchas crisis de la economía y la política

A finales del decenio de 1980, Gabriel Zaid publicó La Economia Presidencial, un ensayo donde describe con claridad la relevancia que tiene en cualquier país la gestión del dinero público, a grado tal que puede considerarse al gobierno como la principal empresa de una nación.

En México la gestión económica pasó de un desempeño excepcional bajo la guía de Antonio Ortíz Mena, periodo conocido como el desarrollo estabilizador (1950-1970), modelo económico basado en la sustitución de importaciones con la finalidad de fomentar e incentivar el desarrollo de la industria nacional. El modelo suponía que al cerrar las fronteras a productos extranjeros, era posible generar una industria nacional, que además se desarrollara a grado tal que surtiera la demanda interna y pudiera competir con las extranjeras, generar empleos calificados y una vez logrado, comenzar la apertura a fin de que la producción nacional fuera más competitiva.

Durante ese periodo la economía mexicana fue tan exitosa que incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) realizaba préstamos en pesos mexicanos. El problema fue que esos grandes objetivos no se lograron del todo. Los productos nacionales nunca llegaron a tener calidad de competencia internacional ni se aperturó a tiempo la economía. El deterioro del modelo comenzó con Díaz Ordaz pero fue profundo con Luis Echeverría Álvarez (LEA) y su Secretario de Hacienda, futuro presidente, José López Portillo (JLP), abogado con ínfulas de filósofo que de economía no demostró mucha competencia pues en 1976 ocurrió una de las muchas y dramáticas devaluaciones del peso frente al dólar.

El periodo transicional entre el modelo de sustitución de importaciones y el neoliberal (1968 – 1982) transitó y concluyó con una de las peores crisis económicas de la historia reciente no sin su respectiva crisis política e inestabilidad social: guerrilla urbana, manifestaciones masivas, y la cereza en el pastel del desastre en septiembre de 1985 con el sismo que destruyó media Ciudad de México.

De 1982 a 2018 ocurrió el periodo denominado neoliberal, donde el rostro del Estado y el Gobierno pasó de lo social y político, a lo económico y técnico. El modelo implantado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (CSG 1988 - 1994) modificó muchas de las áreas antes intocables e incluso tabúes: el campo mexicano, la relación Iglesia – Estado, la unión económica con Norteamérica, la estrategia PRI-PAN para aprobar las muchas reformas. Los resultados del modelo los tenemos a la vista: pobreza, violencia y delincuencia, desigualdad cada vez mayor, debilitamiento de la institucionalidad política y social, autoridad y poder políticos minados y dispersos, corrupción rampante oculta bajo la idea de que hacer política es sinónimo de hacer negocios.

Bajo ese panorama tan desolador, el actual presidente en su peregrinar por el país en una campaña de cerca de 20 años de duración consiguió la presidencia y con ello, la sustitución de una élite política por otra que reclama por la imposibilidad que tuvo de de tener el poder y decidir el rumbo del país durante el periodo neoliberal y que ahora bajo la difusa idea de Cuarta Transformación implanta no una transformación histórica sino un ajuste con continuidad.

El periodo que inició en 2018 con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA, con una clara referencia simbólica hacia una de las imágenes religiosas más socorridas por la cultura popular) tiene diversas aristas que pueden resumirse en lo que en el mundo del análisis político denomina transición hacia al autoritarismo, en yuxtaposición de conceptos de lo que durante los decenios de 1970 a 1990 se denominó la transición del autoritarismo a la democracia.

Esa transición fue muy larga, costosa y que consumió las vidas de al menos tres generaciones en una vorágine de crisis–estabilidad–crisis es decir, para quienes nacieron en las décadas de 1960 a 1980 la constante en sus vidas ha sido la crisis: política, de la economía, social, de la violencia y la delincuencia, de la ruptura institucional.

El triunfo de MORENA en 2018 fue un sueño de esperanza, un voto de enojo y castigo para toda esa clase política que hacia negocios con el ropaje de la política y que en su desmedida ambición condenó a la pobreza a más de 60% de la población. La transformación prometida es entendida como el fin de ese régimen de corrupción por uno de honestidad pero con unos detalles muy curiosos. El primero y más paradójico es que la política económica no solo se mantiene bajo los mismos principios que los del periodo neoliberal sino que además es más agresiva en al menos, un aspecto: la austeridad gubernamental y el adelgazamiento del aparato gubernamental.

El segundo aspecto tiene que ver con el sistema político. Al día de hoy, las reglas que existieron desde la década de 1970 siguen presentes y aunque se han ajustado para permitir mayor competencia electoral, equidad en las campañas y garantía de judicialización independiente del sistema electoral, el monopolio de la política y los cargos de elección popular sigue en manos de la élite. Amén de que el sistema electoral mantiene esa profunda cualidad de inequidad: sin importar el total de votos de quien gane la elección, el partido triunfante se queda con todo el pastel y los partidos perdedores se quedan sin nada. Bueno, con sus prerrogativas que por cierto no son pocas y consumen casi la mitad del presupuesto que se etiqueta (¡vaya trampa de comunicación política!) bajo el rubro “Instituto Nacional Electoral”.

Un último aspecto es el que tiene que ver con el riesgo más apremiante de nuestra actualidad política: la seducción autoritaria (así lo denomina Anne Applebaum). Todas esas medidas que son tan criticadas por la oposición pero principalmente por la prensa y la sociedad civil: la destrucción de los sistemas educativo y científico, la continua guerra verbal contra la prensa y el periodismo, la amenaza cada día mayor de acabar con las instituciones que permitieron el tránsito del autoritarismo hacia la democracia: el INE, el TEPJF, los órganos autónomos, los pesos y contrapesos en general.

Pero lo más preocupante es que esa tentación por (re)concentrar el poder en la caprichosa figura presidencial no tiene oposición real. Los partidos que antes ostentaron la mayoría, hoy son casi marginales pero no solo eso, además no muestran el mínimo signo de inteligencia política para comunicar y contrarrestar lo dicho y hecho por el Presidente. Todo apunta a una próxima crisis (¡otra!) profunda y con esa combinación más que mortal para cualquier sistema político: crisis económica (inflación, bajo crecimiento) y político autoritaria. Algo muy parecido a lo que ya vivimos en la década de 1970 y que condujo al desastroso año 1982 y la década perdida. @mundiario

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