Gestión de ciudades: caos político

Ciudad de México. / Mundiario
Ciudad de México. / Mundiario
Es difícil establecer culpas o fechar con precisión los factores que dieron origen a la anarquía actual, pero lo que no es difícil es escuchar opiniones de la gente acerca de que nuestras ciudades son territorios ingobernables. 
Gestión de ciudades: caos político

De acuerdo con cifras del INEGI, alrededor de 78% de la población vivimos en ciudades. Destaca la zona metropolitana del Valle de México con alrededor de 22 millones de habitantes seguida por las ciudades de Tijuana, León y Puebla. Todas ellas tienen un denominador común: el caos que implica para sus habitantes vivir en esos territorios donde predominan y magnifican los problemas derivados de altas concentraciones humanas: hacinamiento, contaminación, escazes de agua, transporte público, vivienda, inseguridad, por mencionar solo los más evidentes.

Es cierto que ninguna o casi ninguna zona metropolitana en el mundo creció con orden y planeación, en todas existe un ingrediente importante de anarquía y necesidad que obligó a que las manchas urbanas crecieran sin esos componentes y una vez instalados los contingentes humanos procedió la urbanización y dotación de servicio públicos básicos. Resulta lamentable que en nuestro país hayan crecido zonas residenciales periféricas que no contemplan los elementos mínimo necesarios para generar cohesión social (instalaciones deportivas, culturales, recreativas, áreas verdes) y solo se construyan hileras interminables de viviendas que, en corto plazo, presentan problemas de inseguridad, conflicto vecinal y adicciones.

En ese contexto es difícil establecer culpas o fechar con precisión los factores que dieron origen a la anarquía actual, por lo que no es difícil escuchar opiniones de la gente acerca de que nuestras ciudades son territorios ingobernables. Nada más falso.

De igual forma, desde hace varios lustros que las batallas electorales se libran en las ciudades. Todavía en el decenio de 1990 existía el fenómeno del “voto verde”, ese universo de electores que vivían en comunidades rurales y que eran cautivas del entonces partido oficial, el PRI, y cargaban con el triunfo a ese partido, aunque hoy día ese fenómeno no solo es inexistente sino que además no representa el peso político que tuvo hasta esa década. Hoy día los votos se buscan y encuentran en las zonas urbanas, donde la del Valle de México es la más efervescente justo por su tamaño y la volatilidad de su electorado. Por ejemplo, los municipios del otrora “corredor azul” (Atizapan, Cuatitlán Izcalli, Naucalpan y Tlalnepantla) han mudado de color en sus gobiernos de manera continua, elección tras elección, en buena medida como efecto de la correcta o incorrecta gestión de sus Ayuntamientos, es decir, es claro que al menos a nivel municipal las elecciones tienen un alto componente de efectividad en la gestión pública como elemento de triunfo o derrota electoral, así como por supuesto de percepción ciudadana.

La Ciudad de México en ese sentido es la que domina la atención nacional por su tamaño, importancia económica, por ser sede de los poderes federales pero también por su gobierno local. Ha sido el laboratorio de diversas políticas de la izquierda mexicana agrupada en el PRD y ahora en Morena, unas progresistas como la legalización del aborto y el reconocimiento a la diversidad sexual, pero también por la nota diaria que generan sus problemas más visibles: la inseguridad y la movilidad.

La línea 12 del metro es hoy día la piedra de toque de la gestión de la ciudad y el asunto que desnudó una verdad que no siempre nos gusta observar: la complejidad irresoluble de los problemas de la ciudad sigue tan presente desde 1997 que llegaron los gobiernos de izquierda y que con el accidente del metro golpeó de frente todo lo que hoy representa el slogan de la “Cuarta Transformación”. Y digo slogan porque está claro que no hay un proyecto sólido ni ordenado sobre lo que significa esa transformación.

El accidente fue producto de la cotidiana costumbre de los gobiernos mexicanos de hacer de la obra pública el corazón de sus gestiones y fuente de ingresos para ese sector pero también generador de corrupción, elemento que deriva en que las obras tengan una dudosa planeación, utilidad y deficiente construcción. Está claro que lo que hay detrás del lamentable accidente nunca será público, no conviene para el proyecto del Presidente que se haga público porque además de que involucra a sus dos principales delfines para la sucesión de 2024, también revela algo doloroso para nuestra democracia: sin importar quién gane una elección, la efectividad de los gobiernos en México es de muy dudosa calidad y los problemas públicos no se resuelven, parece que al contrario, se magnifican.

El city management en nuestro país sigue la ruta del caos político, es decir, no hemos podido resolver y distinguir algo que es básico y trascendente para el Estado: la separación de la política y la administración. Una guía la dirección de la otra pero la gestión pública debe contener un grado importante de autonomía so riesgo de derivar en rotundos fracasos y necesidad constante de reformas y replanteamientos que hacen que los problemas que pretende atender nunca se resuelvan. Hoy día y como resultado del accidente del metro queda y debe quedar claro que las elecciones se ganan con efectividad en el ejercicio del poder y de la actuación e intervención público gubernamental, no sólo con transferencias económicas directas que, de igual forma, perpetúan los problemas que dicen y pretenden resolver. @mundiario

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