La vida en nuestra Arca de Noé

Arca de Noé.
Arca de Noé.
Dios cumple sus promesas, pero tiene mucha imaginación y, no sé qué habrá pasado, pero aquí estamos, cada uno dentro de su arca.
La vida en nuestra Arca de Noé

La Biblia, en el Génesis, dice que Yahveh, cansado de la violencia y la maldad de los hombres, decidió hacerlos desaparecer de la Tierra y les envió un diluvio. Universal. Pero se apiadó de un humilde siervo, Noé, a quien mandó construir un arca para meter ahí a toda su familia y a unos cuantos animales. Noé obedeció. Llovió torrencialmente durante cuarenta días y cuarenta noches.  Estuvieron encerrados otros ciento cincuenta, hasta que tocaron tierra.  Cuando se animaron a salir, Yahveh les prometió que no enviaría más diluvios de agua y, como muestra, puso el arco iris en el cielo.

Dios cumple sus promesas, pero tiene mucha imaginación y, no sé qué habrá pasado, pero aquí estamos, cada uno dentro de su arca, algunos solos, otros con su familia, esperando que pasen los cuarenta días y las cuarenta noches, más los otros ciento cincuenta para poder tocar tierra.

En el transcurso de  estos miles de años, el hombre que, como Lucifer, siempre está compitiendo con Dios y se la veía venir,  se ocupó de inventar y desarrollar la tecnología. Fue así que esta vez el encierro nos encontró  con algunas ventajas de las que carecieron Noé y su familia.

Mucho tiempo después de que Borges escribiera, allá por 1949,  “El Aleph”, los científicos inventaron un aparato desde donde se puede ver la totalidad del Universo, simultáneamente. O algo que se le parece bastante. Cada habitante de la casa cuenta con su propio Aleph, desde donde puede conversar con su primo que está en Australia, o con su hijo que está estudiando en Inglaterra, también con la madre que vive a la vuelta pero no puede reunirse con ella. A veces con todos a la vez. Y baila zumba con una profesora caribeña, y hace yoga en el Instituto Namaste, sin salir de su casa. Después le dice a su amiga: “Te vi ayer en la clase de zumba, cuando quieras, hacemos videollamada y tomamos un café”. Y cada uno en su arca, comparten ese momento.

Muchos viajan, como Xavier Maistre, que en 1794, castigado por un duelo, fue condenado a un arresto domiciliario de cuarenta y dos días ( mágicamente se repite la decena) y decide escribir “Viaje alrededor de mi cuarto”. Caminando en zigzag o diagonal, nunca en línea recta, recorre el mundo: “Desde la última estrella situada más allá de la vía láctea hasta los confines del Universo, paseo a lo largo y a lo ancho, con toda tranquilidad, pues carezco por igual de tiempo y de espacio”.

Pero no alcanza con eso, el hombre necesita más. Su invento le abre las puertas a relaciones virtuales. Muchos ya tienen su Samantha, como Theodore, en la película “Her” de Spike Janza. Ella lo convence de que “el pasado es una historia que nos contamos nosotros”, y él entrega su soledad a la mejor historia de amor. Con el lenguaje se puede acariciar, besar, tomarse de las manos, revolverse el pelo, tener los mejores diálogos, compartir música, películas, y hasta hacer el amor.

Las palabras construyen y destruyen, como la vida.

Tal vez, como Theodore y Noé nos resulte difícil salir al mundo no virtual. Quizá nos convenza el arco iris. @mundiario

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