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Los vecinos sospechaban que se había marchado con su amante, pero callaban

Amor descalzo, de Eduard Victoria.
Amor descalzo, de Eduard Victoria.

Los vecinos seguían cuchicheando en la lujosa urbanización; estaban seguros de su infidelidad. Y estaban en lo cierto... pero quizá la historia no es como ellos creen...

Los vecinos sospechaban que se había marchado con su amante, pero callaban

Los vecinos sospechaban que ella se había marchado con su amante, ése que venía a veces a verla entre semana, cuando su marido estaba trabajando, pero nadie se atrevía a preguntar porque no querían herir los sentimientos del mejor de los vecinos: era un hombre con un importante puesto de trabajo, servicial y encantador, que siempre tenía una sonrisa disponible para cualquiera que se cruzara en su camino.

- Papá, ¿cuándo va a volver mamá? – le preguntaba su hija pequeña entre sollozos porque la echaba de menos –

- Ha decidido abandonarnos, cariño, pero no llores, siempre tendrás a papá para cuidarte, quererte y arroparte por las noches.

El primogénito, de sólo trece años, le miraba receloso, no lo podía creer, su madre siempre había sido atenta y cariñosa con ellos, pero si lo decía su padre, así debía de ser, por lo que decidió no mediar palabra sobre ese asunto.

Los vecinos seguían cuchicheando en la lujosa urbanización; estaban seguros de su infidelidad.

Y estaban en lo cierto:

Su marido era el padre ideal y un compañero perfecto, pero vivía atado a su trabajo con unos nudos marineros imposibles, a los que ella se aferraba, intentándolos desatar, pero no se veía capaz, ya le sangraban los dedos. Estaba herida y Raúl le curaba las heridas, ni siquiera lo quería, pero le dedicaba tiempo, lo que le hacía sentirse mejor.

Desde que ella se fue, él arropaba a sus hijos, les decía cuánto los quería y se iba sonriendo. Al cabo de un rato de soledad, su hijo lo veía ir hacia la sauna. Él pensaba, mientras miraba a su padre desde la ventana, que se tenía que sentir muy solo por la noche cuando ellos ya estaban en cama y así, cavilando, se quedaba dormido.

El cabeza de familia caminaba hasta la caseta de la sauna a través del jardín, abría la cerradura, encendía la tenue luz y, seguidamente, le hacía lo peor que se le ocurría a Raúl, que estaba malherido en aquel suelo húmedo. Hoy tocaba meterle el pie derecho en aceite hirviendo, contra lo que el chico no podía hacer nada, ya que estaba atado de pies y manos y amordazado. Igual que ella, pero, en su caso, ni un rasguño siquiera.

- ¿Ves lo que has conseguido, mi amor? Tú así lo has querido… Tiene que pagar haber roto nuestro matrimonio. Va a morir por tu culpa, mi vida, lentamente. Y después…ya pensaremos qué pasa contigo.

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