Es tan tentador poder hibernar en diciembre, donde la felicidad es obligación, disfraz y sentencia

Me gustaría encerrarme en su cueva, escapar de los adornos, de las canciones y las malditas luces callejeras...
La cueva del monstruo sin memoria es oscura e incierta. En ella puedes encontrar tesoros, y también regresar vacía, herida, e incluso muerta.
Es tan tentador poder refugiarse en diciembre, donde la felicidad es obligación, disfraz y sentencia. Me atraen sus tinieblas y su sufrimiento, me atrae su tortura y su lastimoso silencio. Me gustaría encerrarme en ella, escapar de los adornos, de las canciones y de las malditas luces callejeras.
No quiero sentirme diferente, ni sola, ni extraña. No quiero sentirme insignificante, ni extranjera, ni olvidada.
¡Hibérname! ¡Congélame! ¡Qué su egoísmo me envenene! ¡Qué me haga dormir hasta enero! o mejor: ¡Qué me haga dormir para siempre! No necesito que me hable, ni tampoco entenderle, sólo deseo sentir su decadencia, su fría y cruel presencia. Prefiero la compañía del monstruo, que la de hipócritas sin ninguna clemencia.
No quiero guirnaldas, ni abetos, ni velas, ni lastimosas quimeras. No quiero cenas suculentas, ni regalos, ni sonrisas falsas, ni gentiles maneras… Sólo quiero su dolor, que me atrape, que me muerda, que haga desaparecer para siempre mi maldita conciencia.