¿Se resignan los españoles ante la crisis a ser tan solo un número, un voto...?

La libertad también está en no aceptar.
La libertad también está en no aceptar.
"Hemos aprendido a decir a todo que sí, a mascar la realidad como quien consume un chicle, que a pesar de no ofrecer sabor, lo mantienes en la boca y le das vueltas aun sabiéndolo frío".
¿Se resignan los españoles ante la crisis a ser tan solo un número, un voto...?

Hemos aprendido a decir a todo que sí, a mascar la realidad como quien consume un chicle, que a pesar de no ofrecer sabor, lo mantienes en la boca y le das vueltas aun sabiéndolo frío, hasta cuando ya cuesta morderlo, y permanece completamente duro, como si de alguna forma nuestro propio cuerpo hubiera permanecido igual durante mucho tiempo, al antojo de una boca gigante.

Y así, impasibles, de muela en muela, sin emoción certera, asumiendo lo que ocurra sin opción de cambio, observando la vida sin aristas afiladas, ni desniveles comprometidos, repitiendo el mismo mecanismo de defensa dentro de una ofensiva encubierta, atrapados, jodidos y, probablemente, con ganas de joder.

Intuyéndonos únicos, pero con alguna tara, sin mucha imaginación, la que se encargaron de castrarnos al nacer. Dormidos como lo hace la inquietud de una peste; e insomnes, fingidos y ficticios como alguien amañado por mañas afectadas por otras bocas más grandes aún. Como un reflejo dentro de la resonancia muda de una "tragadera" sin ventanas, donde descifrar y traducir cada intención, es un abuso hacia nosotros mismos. Y la idéntica existencia aburrida e inapetente repitiéndose cada minuto, porque es lo que hacen los demás.

Fabricados en serie, marionetas del absurdo; sin billete a nunca, ni parada en jamás; apocados por la desidia y encogidos por el abandono. Con la cara borrada por las lágrimas de nuestra propia pena, hubiéramos aprendido a llorar por la boca si pudiéramos, y tragar lágrimas en vez de saliva para poder vomitarlas después de ingerirlas.

Los días son perfilados como una torre inalcanzable para la vista, las semanas un laberinto dentro de un túnel donde esperar unas manos que te sacudan fuerte, que te ayuden, los meses escalones interminables de arenas movedizas donde no te sostiene nada; los años son nuestra edad, tantos como respiremos, tantos como nuestro corazón golpee a ritmo de “abre la puerta”. La que nunca abrimos, por miedo, por el maldito miedo, hasta que mañana, en ese futuro tan lejano y próximo al mismo tiempo, cuando cumplamos 83 o más, y el dibujo de nuestra cara en el espejo del arrepentimiento nos sentencie para descubrirnos quién no fuimos, ni podremos ser ya jamás… porque nos resignamos cada día a ser tan solo un número, un voto… nada.

Comentarios