¿Quién quiere copular durante 40 días y 40 noches? No la levanten todavía…

Nymphomaniac, película de Lars von Trier.
Nymphomaniac, película de Lars von Trier.

Mario Vargas Llosa, de rabiosa actualidad por su supuesta relación con Isabel Preysler, confesó hace algunos años su admiración por el sapo. Pasen y lean las morbosas razones.

¿Quién quiere copular durante 40 días y 40 noches? No la levanten todavía…

Mario Vargas Llosa, de rabiosa actualidad por su supuesta relación con Isabel Preysler, confesó hace algunos años su admiración por el sapo. Pasen y lean las morbosas razones.

Todos tenemos ídolos, seres más o menos etéreos a los que nos gustaría parecernos. Desde Jesucristo, Mahoma o Buda —en plan espiritual— hasta los afamados ángeles de Victoria’s Secret, por razones más corpóreas. Aunque la teología insista en que los ángeles no tienen sexo, estas angelitas en lencería no solo despiertan todo tipo de fantasías sexuales en los hombres, también una envidia demoníaca que corroe los espejos donde nos observamos el común de las mortales.

También los más ilustres personajes tienen a quien venerar. Hoy saco a la luz el ejemplo de Mario Vargas Llosa, que confesó en una entrevista su admiración por un espécimen que no suele gozar de demasiada popularidad: el sapo. ¿Adivinan el motivo por el que todo un Premio Nobel de Literatura idolatre a tan asquerosa criatura? No pierdan el tiempo imaginando sesudas explicaciones. La razón es simple: según afirmaba el escritor peruano, este bicho es capaz de hacer el amor —o copular, porque no sé yo si los anfibios entienden mucho de amor— durante cuarenta días y cuarenta noches. Sé que ahora a más de uno le estarán haciendo los ojos chiribitas imaginando ser el protagonista de una hazaña de esta índole. Pues no se equivoquen. Lo que Vargas Llosa no se ha parado a pensar —seguramente porque los calentones y el pensar no son compatibles y porque sapiencia no viene de sapo— es que si los humanos hubiéramos sido dotados con esta virtud, a priori muy sugerente, nos encontraríamos con importantes inconvenientes.

En primer lugar, se acabaría lo del socorrido «rollo de una noche». Que para unas horas —o minutos— de fornicio una es capaz de hacer la vista gorda, pero para cuarenta días con sus noches… Vamos, me parece una decisión tan importante como firmar una hipoteca. Yo antes de irme a la cama para pasar tan larga temporada con cualquiera, sin duda pasaría por notario para dejar las condiciones muy claritas y por escrito.

Luego está el problema del tiempo. ¿Quién dispone de cuarenta días completos, aunque sea para gozar como una perra, o mejor dicho, como una sapa? Yo ni cogiendo todas las vacaciones y festivos de un año tendría para tanto. Por lo que, qué quieren que les diga, prefiero echar unos cuantos polvos esporádicos que juntarlos todos en un atracón que ni tiene que ser bueno. Si no, fíjense en las sapas, que satisfechas no sé si estarán, pero de aspecto están arrugadas y con un color verdoso muy poco favorecedor y saludable. Quizá habría que preguntarle a Isabel Preysler, tan estiradita y con tan buen color de piel, qué opina de que su supuesto amante —me remito a las revistas del corazón— tenga como meta ser el rey del sexo tántrico. Porque a ella, que es bien conocida por su buen gusto, lo que le faltaba como colofón a su carrera amorosa era un Premio Nobel, no un macho alfa del sexo. Para eso antes se hubiera ligado a Nacho Vidal…

Otra desventaja de esta práctica sexual extenuante es la necesidad de dormir. Aunque, en este sentido, Vargas Llosa aclaraba que el sapo es capaz de copular mientras duerme. Quizá la próxima vez que alguien llame de madrugada al escritor para comunicarle que le han galardonado con un prestigioso premio, no le pillarán releyendo la novela El reino de este mundo —así dijo encontrarse cuando le anunciaron que iba a ser el Premio Nobel—. Quizá la próxima vez, junto al aparato de Vargas Llosa —al teléfono me refiero— se oiga una voz femenina, con un cierto deje filipino —no confundir con punto filipino—, diciendo: Mario, acepto que te duermas haciendo el amor con la excusa del sapo, pero no aguanto que ni para follar dejes de hablar por teléfono.

Querido don Mario: Como lectora lamentaría profundamente que abandonara su vocación literaria para tratar de asemejarse a semejante semental. No quiera cambiar a nuestro admirado don Mario por súper Mario. Déjelo mejor para una futura reencarnación. Como mujer, le advierto de que muchas no aceptamos al sapo como animal de compañía.

Comentarios