El profesor Keating de El Club de los poetas muertos es un modelo de fracaso

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El Club de los Poetas Muertos.

Rubalcaba y algunos aznaristas nos han hecho que creer que todos los problemas de la educación se arreglan con creatividad y motivando a los alumnos.

El profesor Keating de El Club de los poetas muertos es un modelo de fracaso

Rubalcaba y algunos aznaristas nos han hecho creer que todos los problemas de la educación se arreglan con creatividad y motivando a los alumnos.

 

En las redes sociales y en televisión, se ha recordado a Robin Williams por su papel del profesor Keating en El Club de los poetas muertos. La LOGSE y las posteriores reformas se han llenado de psicopedagogos y docentes que simulan reír como el señor Keating, que siguen los métodos del Señor Keating y que evaluan como el señor Keating. Así nos va. En esa benévola intención del director Peter Weir por rendir un tributo a la creatividad de la poesía y a la sana rebeldía del adolescente, la aparición del profesor Keating en pantalla coloca al Club de los poetas muertos en la misma categoría de películas como Psicosis o El silencio de los corderos. Hannibal Lecter es el Padre Patera al lado del maestro de Literatura.

Muchas aulas de nuestro país están llenas de apasionados profesores Keating, cegados por el santa sanctórum del constructivismo, por los mapas conceptuales y por su ilusionante filiación a los aforismos de Paulo Coelho. Como el señor Keating, niegan la realidad de las cosas y creen en su propia mentira mientras el abandono escolar es sangrante. Los mismos intelectuales que han escrito sobre las proezas del profesor Keating, tras la muerte del actor que lo encarnaba, son los mismos que se empeñan en llevar a sus hijos a colegios privados porque reconocen que la letra con sangre entra y no es bueno que las elites se contaminen de futuros bohemios, afiliados a PODEMOS y repartidores del Telepizza.

Porque la sociedad es tan hipócrita como ese señor Keating que no muestra ni un solo ápice de autocrítica cuando se suicida uno de sus alumnos, cuando es incapaz de intuir que las cosas se le están yendo de las manos, pues no hay nada más peligroso en este mundo que un adolescente ame desesperadamente la literatura. Nuestras aulas fracasan porque Rubalcaba y algunos aznaristas creyeron en la filosofía del señor Keating. Porque la Administración usa toda clase de artimañas para que eso suceda mientras la prole de consejeros y altos cargos está matriculada en internados del norte de Europa.

Tuve como compañero a un profesor de Filosofía que mandaba abrazar árboles a los alumnos una vez por semana. Los padres no protestaban porque todos sus hijos eran calificados con un diez en cada evaluación. Los alumnos elegían siempre la optativa de Historia en la PAU, ya que sabían que jamás aprobarían una prueba sobre Descartes después de un año abrazando árboles, jugando a la pelota en el pasillo y debatiendo sobre la paz en el mundo. Ningún alumno es gilipollas. Me cuentan que actualmente ese profesor es inspector.

Conozco a muchos docentes que aplican nuevas metodologías en sus aulas, que son además pacientes y comprensivos con sus alumnos, que estiman las opiniones del grupo y que dedican horas de su vida familiar a formarse para ser más creativos en su enseñanza. Pero a cambio encuentran gamberrismo, burocracia inútil, una tele que regurgita y escupe, padres y madres derrotados, alumnos deprimidos y una Administración que, con tal de ganar votos, echa por tierra a los funcionarios de carrera a la mínima oportunidad. Esa realidad no la conoce el profesor Keating que, después de cagarla bien (pero bien), vuelve al hogar como un genio incomprendido y lleno de bondad cristiana porque, en el fondo, es un iluminado como cualquier yihadista con metralleta y piensa que el mundo está contra él.

Un profesor no cambia el mundo. Porque el mundo es insolente por naturaleza. Porque la depredación sostiene la cadena trófica y tanto los neoliberales como los socialistas saben bien que, para controlar el cotarro, tienen que mandar profesores Keating a la pública, mientras, en la concertada y en la privada, prosperan los hijos del pujolismo con el brío y el caché que dan el uniforme y el Día de la Familia.

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