Los poemas de Álvaro Giménez expresan la decadencia moral de la clase media

Albanta y el secreto de los Raramuri, de Álvaro Giménez García.
Álvaro Giménez García, protagonista. / Mundiario

Los poemas de Álvaro Giménez García mezclan un sobrio humorismo con la nostalgia como forma de protesta ante una realidad social en la que la clase media está derrotada.

Los poemas de Álvaro Giménez expresan la decadencia moral de la clase media

Los poemas de Álvaro Giménez García mezclan un sobrio humorismo con la nostalgia como forma de protesta ante una realidad social en la que la clase media está derrotada.

 

Una de las recientes voces de la poesía española que comienza a revelarse por un humorismo sobrio y por una necesidad de reivindicar la nostalgia como forma de protesta es la del creador Álvaro Giménez García. Su silenciosa trayectoria creativa en revistas nacionales e internacionales como Letralia, El coloquio de los perros o Realidad literal reafirman, junto a numerosos premios, una nueva escritura personal que emerge dentro de un heterodoxo escenario de corrientes poéticas.

Álvaro Giménez García nace en Almoradí (Alicante), en 1974, y es Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua Castellana y Literatura de Secundaria. En todas sus publicaciones y premios se constata una influencia notable de los novísimos y un estilo aparente espontáneo en sus verso libre, pero que juega con el valor semántico que las propias costumbres ejercen en el individuo de clase media hasta someterlo.

Influencias cinematográficas y de canciones pop, y una necesidad de convertir la ironía en un ejercicio de reflexión sociológica caracterizan a su poesía que, en pocos años, ha cosechado varios premios y reconocimientos nacionales. Ha publicado en la editorial Neopàtria su primera novela juvenil, Albanta y el secreto de los raramuri, que reseñamos en Mundiario hace unas semanas.

  Aquí presentamos uno de sus últimos poemas galardonados, "Adorando al enemigo".


 

Adoro a las mujeres de los parques.

Son esas de edad mediana y mediocre

que como figurantes de un decorado público

llenan con sus cuerpos los huecos

que el verde de la vegetación deja a su alrededor.

Adoro a esas mujeres

envueltas en espumosos pantalones

de marcas francesas e italianas

dibujadas por brillantes tachuelas,

y que cuidan con celo distraído

a sus vandálicos retoños que usan

y abusan del mobiliario público.

Adoro a esas mujeres,

duchas en el presente posesivo

y en los nombres disminuidos

por sufijos chics y repipis

(mi Luisito no me come,

mi Pedrito no me duerme).

Adoro a esas mujeres

que mientras se sonríen,

toman nota de los defectos ajenos,

analizando de alto en bajo a la otra,

que es tan amiga como enemiga.

“Me faltan algunos odios todavía.

Estoy seguro de que existen.”

Adoro a esas mujeres,

que ya no saben si salen de casa

para dar una vuelta por el parque,

o salen del parque

para dar una vuelta por casa.

Adoro a esas mujeres,

diques de la evolución femenina

que salvaguardan, miman y pulen

las palabras, gestos y tics de sus madres,

abuelas y

bisabuelas.

Adoro a esas mujeres

que celebran cumpleaños infantiles

con sonrisa dibujada,

y los convierten en eventos sociales

de niños que desconocen

lo que significa evento

y lo que será social.

Adoro a esas mujeres,

porque mientras ellas sigan así,

yo

seguiré siendo el candente paño de lágrimas

donde sus maridos,

víctimas de la soledad matrimonial,

puedan enjugar sus penas

y satisfacer esas necesidades

que un abúlico parque,

un lejano día,

les arrebató.

 

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