Si no te valoras a ti mismo, nunca sabrás que posees los dones del portento

El tesoro de tu propio don.
El tesoro de tu propio don.

Se hizo archi millonaria en un breve periodo de tiempo. Fue la pintora más prestigiosa. Donó dos cuadros al ayuntamiento y con las ganancias, sus vecinos saldaron todas sus deudas.

Si no te valoras a ti mismo, nunca sabrás que posees los dones del portento

Margarita vivía en un viejo caserón del siglo XI a las afueras de un humilde pueblo. Sus habitantes trabajaban casi todos en el campo y algunos, en las empresas de la ciudad de la Comarca. Su ayuntamiento tenía múltiples deudas y no había liquidez económica en sus arcas desde principio de legislatura. Debían mucho dinero y no tenían para invertir en Desarrollo y Tecnología.

Margarita era una señora mayor, que era dueña de la peletería del pueblo. Era muy famosa en toda la Autonomía. Todos, querían comprar sus pieles. Vendía abrigos de visón, guantes de piel y cualquier prenda y accesorio de ese material. Tenía un bolso precioso de ante marrón, que lo vendió la semana anterior por cuatrocientos cincuenta euros. Ella ayudaba mucho a su gente y a sus vecinos, dando grandes subvenciones y ayudas estatales y comarcales.

Su gran casa tenía dos plantas y un sótano, sin embargo, la puerta de bajada a la planta del subsuelo, estaba atascada y no se podía abrir desde que ella tenía uso de razón.

Su abuela le contaba que ahí habían sido escondidos los presos y las personas que querían asesinar por los regimenes desde la Inquisición, donde la gente no creyente en Dios  y los dogmas católicos eran severamente castigada. La Herejía era en otros países motivo de pena de muerte, así que venían a ocultarse en el pequeño trastero subterráneo desde Francia. No había libertad de culto y eran perseguidos. También le contaba su abuelo que habían sido escondidas personas de las Guerras Mundiales y de la Guerra Civil, sobre todo, homosexuales que iban a detener para fusilar.

Se resguardaban durante temporadas largas hasta poder huir, algunos se quedaban viviendo ahí durante años. Los antepasados de Margarita, les bajaban la comida, muda limpia y tenían un barreño para poder asearse. La puerta era de madera maciza, parecía un adorno de la propia pared y así no estar a la vista. Nadie sospechaba ni en el pasado ni en el presente que era una entrada a un enorme zulo subterráneo.

Todos los resguardados en el sótano, escribían sus vivencias, los datos e información histórica y de los ejércitos que tenían los países, por si acaso, fuesen asesinados, que lo supiesen de alguna forma. El manuscrito lo vio su bisabuela, madre de su abuela, poco antes de su muerte. Es la última vez que se vio. La puerta estaba atrancada por dentro con algún material pesado. Era imposible poder empujarla y de derribar la tranca.

Un día de temporal, estalló una gran tormenta. Margarita se estaba duchando cuando de improviso, se paró el chorro de la ducha. Se había roto una cañería interna. El ruido del goteo de agua procedía de la habitación subterránea. Llamó a su vecino, un viejo militar de aire. Le explicó lo sucedido y éste llamó al mecánico del ferrocarril. Trajo una grúa pequeña, de las que prensan los hierros para los trenes y con ayuda de ella, el profesional y el exmilitar, consiguieron derribar la puerta.

Margarita, entonces, llamó al fontanero de emergencias y arregló la fuga de agua. La cambió cuatro cañerías. La factura ascendía muchísimo por ser un trabajo de urgencia. Total, cinco mil con cincuenta y un euros. Sacó ella dinero de un bote que tenía guardado y exclamó al profesional:

-  Me parece un poco caro por cuatro cañerías.

-  Son las diez de la noche y está diluviando, señora -  contestó muy enojado el fontanero.

De improviso, sonó un trueno fuertemente y se fue la luz de todo el pueblo y alrededores. Margarita encendió unos cuantos candelabros con velas y dio una pequeña linternita que tenía a cada visitante.

-  Yo ya tengo una, señora -  le apuntó el fontanero -  la uso siempre para ver los contadores de agua internos, pero muy agradecido.

-  La mía -  contestó el vecino -  te la devolveré en cuanto vuelva la luz. Gracias, Marga.

Marga era como la conocían cariñosamente, todos sus familiares, allegados y amigos. Es el diminutivo de Margarita. Ella era viuda y no tenía hijos. El único familiar que la quedaba era una prima segunda en Barcelona. Su marido murió cuando ella tan solo tenía treinta años. Se quedó completamente sola, se sentía huérfana del amor de su vida y se sumió en una profunda depresión. De él, heredó la tienda de pieles. La sacó adelante con mucho sacrifico. Para salir psicológicamente adelante, el cura que estaba antes en la Iglesia del centro del pueblo, en una  confesión, la aconsejó que hiciera alguna actividad, lo que realmente le gustase realizar. Se inició en unas clases de pintura, a ella le encantaba dibujar. Desde entonces, pintaba, como hobby, unos cuadros y bocetos que guardaba en la guardilla superior de su caserón.

Se quitó su chándal y se terminó de duchar bajo la tenue luz de las velas. Su caldera era de gas y aún funcionaba.

Al día siguiente, ella y la sobrina de su mejor amiga, abrieron los restos del portón derribado que separa el sótano de la planta baja y descendieron por una escalera de piedra. Los escalones estaban casi todos rotos.

-  Baja con cuidado hija -  le dijo Margarita a la joven -  no te vayas a caer y mira bien donde pones el pie que están los peldaños de la escalera partidos. 

Llegaron las dos mujeres al suelo del habitáculo. Era muy espacioso. Había cuatro camas antiguas, una bañera tipo barreño, una mesita con un jarrón para el agua del baño y un escritorio. Sobre éste, estaba cerrado el tan nombrado manuscrito. Estaba todo lleno de polvo, tenía todo como diez centímetros de suciedad. Por suerte, el libro testamentario donde apuntaban y escriban los notarios, estaba cubierto por una sábana ya completamente negruzca por el paso de varios centenarios.

Descubrieron el enorme testamento y, sin abrirlo, lo subieron arriba. Lo apoyaron en una de las mesas escritorio que tenía Marga. Llamaron a los historiadores que estaban investigando unas cuevas de la montaña que habían sido descubiertas. En sus manos, tenían un auténtico legado...

Los historiados analizaron el manuscrito, lo expusieron en el museo de Historia de Madrid. Vinieron científicos a investigar el sótano. La gran casa de nuestra protagonista salió en numerosos reportajes y ella fue entrevistada para miles de programas, incluido los telediarios de todas las cadenas.

En los escritos del legado, apuntaban que en el caserón donde vivía Margarita, había un tesoro que valía mucho. Estaba narrado en uno de los pasajes de éste un presagio que había escrito un poeta anticristiano en el siglo XVIII:

“Terminando el siglo veinte,

  el secreto esta resguardado a buen recaudo,

 en el casarón, donde el manuscrito esté presente,

 en algún lugar, el más insólito escondite, ahí estará guardado

 un preciado tesoro, muy valioso mas  esté ausente,

 aunque se encuentre, y no se sepa cuál es el real legado”.

En otro pasaje de este mismo autor ponía otro augurio:

“Las claves son los puntos cardinales

 que traza y marca el mapa.

 El ángel de los inocentes

 que nos esconde y evita nuestra cruel estampa

 lo tiene bien escondido, ella es mujer y siempre lleva claveles”.

Margarita siempre llevaba claveles a la Iglesia para adorar y rezar a la Virgen. Había sido siempre una tradición en su familia desde tiempos inmemorables. Todos, en el pueblo, lo sabían. Los llevaba los viernes y los domingos.

Los historiadores preguntaron a sus vecinos, si sabían quién era el ángel que llevaba las flores. Todo el mundo se dio cuenta que se referían a su amiga y vecina Marga.

Llegaron al caserón y Margarita abrió el portón. Entraron y le hicieron varias preguntas al respecto:

-  Haga memoria, doña Margarita – la rogaron los investigadores -  ¿le hablaron alguna vez  su madre o su abuela de algún lugar secreto donde poder guardar joyas o enseres preciados?

-  Ahora que me lo dice -  argumentó Marga -  mi abuela siempre me habló de un cofrecito que tenía de sus seres antepasados que guardaba debajo de su cama.

-  ¿Sigue en pie la habitación de su abuela? -  preguntó otro de los historiadores.

-  Sí – afirmó la dueña del caserón -  está intacta, tal cual la dejó tras su muerte. Acompáñenme.

Siguieron los tres hombres a la propietaria subiendo las escaleras que separan ambas plantas y se adentraron en uno de los cuartos del fondo.

-  Es aquí – comentó Margarita -  por favor, arrodíllense ustedes para mirar debajo del camastro. Yo ya estoy muy vieja.

Uno de ellos se arrodilló en el polvoriento suelo y, efectivamente, se encontró debajo de la antigua cama, el cofrecito mencionado. Lo sacó y se sacudió el polvo de las rodilleras de su pantalón vaquero.

Bajaron, de nuevo, a la planta baja y abrieron muy entusiasmados el minúsculo baúl y sacaron un deteriorado y viejo mapa. Era un mapa que llevaba a una fosa común de gente enterrada que había sido asesinada injustamente. Ese cementerio clandestino, fue ya descubierto hacía casi veinticinco años. Sin embargo, si encontraron esos puntos cardinales que se exponía en los pasajes del manuscrito analizado. Éstos eran:

Cuatro Noroeste, tres Sudoeste, tres Sudeste y cuatro Nordeste. Esta regla de marcación se repetía en todos los puntos marcados, de tal forma que siempre regresaban al punto de partida. Es decir, sobre el paso que se había iniciado al contar con las direcciones.

-  Recae siempre sobre mí el último punto – se quejó el jefe de los historiadores – así no puedo moverme. Ni tan siquiera un paso.

-  Dame los dos presagios del poeta oculto -  sugirió el segundo de abordo.

Los cogió y los recitó en voz alta:

“Terminando el siglo veinte,

  el secreto esta resguardado a buen recaudo,

 en el casarón, donde el  manuscrito esté presente,

 en algún lugar, el más insólito escondite, ahí estará guardado

 un preciado tesoro, muy valioso mas  esté ausente,

 aunque se encuentre, y no se sepa cuál es el real legado”.

“Las claves son los puntos cardinales

 que traza y marca el mapa.

 El ángel de los inocentes

 que nos esconde y evita nuestra cruel estampa

 lo tiene bien escondido, ella es mujer y siempre lleva claveles”.

Lo repitió hasta cinco veces, mientras todos lo analizaban muy pensativamente. De improviso, el becario exclamó:

-  ¡Ya está! ¡Ya lo tengo!... ¡El tesoro es la propia mujer, la dueña del caserón!

-  ¿A qué te refieres exactamente? -  preguntó extrañado su superior.

-  A que el tesoro es Doña Margarita -  contestó el de las prácticas-  ¿Qué sabe usted hacer, Margarita? ¿Tiene usted algún don?

-  Yo no valgo mucho, hijo -  contestó Margarita.

-  ¿Pero tiene usted algún hobby? -  insistió el joven -  en los proverbios alegan que es algo que recae sobre usted. Alguna afición que tiene y se devalúa a usted misma.

-  Explícate -  le sugirió su mandamás.

- Sí. Miren. En las frases -  citó el aprendiz al pie de la letra -  “un preciado tesoro, muy valioso mas  esté ausente, aunque se encuentre, y no se sepa cuál es el real legado”. Como ella es la que lleva los claveles y el tesoro está ausente, pero real, puesto que es Doña Margarita y como tiene complejo de inferioridad...

-  Doña Margarita -  se animó a preguntar el historiador al mando -  ¿a qué dedica usted su tiempo libre?

-  A pintar. Dibujo cuadros y bocetos, pero no creo que valgan mucho. Los guardo en mi desván que tengo arriba.

-  Vamos a subir a verlos – contestó muy alegre el historiador -  ya sabe usted que hay muchas personas que tienen un don, pero que sienten inferiores y se piensan que no valen nada.

Mostró toda su obra. Quedaron maravillados los tres investigadores de la historia y dijeron:

-  ¡Doña Margarita! No sabe usted la obra de arte que tiene aquí guardada. Mejor que los grandes maestros de la pintura.

-  ¿De verdad? -  los preguntó muy sorprendida Marga -  pues hijos míos, yo eso no lo veo, son simplemente pinturillas. Las hago para evadirme de mis problemas y tener una escapatoria. No soy profesional.

-  ¡Pero por favor, Doña Margarita! -  exclamó el jefe -  Esto es un auténtico legado de arte. Debe usted de quererse más a sí misma. Ya sabe que la valoración del público viene de la propia confianza hacia nosotros mismos. Deje que llame a un crítico de arte.

-   Bueno, está bien – asintió Margarita.

Vino el especialista en arte y evaluó cada obra. Se la expusieron en el museo de Arte Thyssen-Bornemisza, llevándose las mejores críticas de todas las revistas de arte y ganando muchos premios. Las obras de Margarita fueron cotizando al alza a mediada que fue siendo conocida en todo el mundo. Al final, consiguió una exposición de seis meses en el museo de Arte Metropolitan, de Nuevo York.

Se hizo archi millonaria en un breve periodo de tiempo. Fue la pintora más prestigiosa. Donó dos cuadros al ayuntamiento de su pueblo y con las ganancias, sus vecinos saldaron todas sus deudas. Hicieron un gran parque con una preciosa fuente de piedra donde manaba agua, al que llamaron “Doña Margarita”.

Su legado artístico, tras su muerte fue donado a la sobrina de su mejor amiga, Rita. Ella seguía exponiendo los cuadros en varios museos nacionales e internacionales. En el testamento de nuestra protagonista, Rita fue la única beneficiaria de todo, incluida la tienda de pieles.

Su prima segunda fue, meses antes de su fallecimiento, a visitarla en el hospital donde estaba ingresada.

-  Después de tanto tiempo. ¡Qué barbaridad! -  se quejó muy triste Marga.

-  Mira, Margarita -  inició su familiar -  desde hace algún tiempo mi marido no trabaja, quisiera... ya sabes...

-  ¡Fuera! ¡Fuera! -  la gritó Margarita con fuerza - ¡Rita! Echa a esta mujer de mi habitación.

Y Rita fue para nuestra Margarita siempre, como la hija que nunca tuvo. La acompañó durante toda su vida hasta el último segundo de su respiro. Murió feliz y tranquila.

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