La no tan delgada línea que separa lo que es información de lo que no lo es

Asunta Basterra Porto
Asunta Basterra Porto

El tratamiento de la información que se da a determinados sucesos especialmente impactantes nos obliga a plantearnos si es este realmente el periodismo que queremos.

La no tan delgada línea que separa lo que es información de lo que no lo es

Estos días puedo ver con más perspectiva todo lo que se publicó del caso de Asunta Basterra, y que cada vez ocupa menos espacio en los medios hasta que vuelvan a aparecer sospechas de una novedad, y seamos de nuevo testigos presenciales de la pugna informativa sobre un suceso, triste y estremecedor, pero en términos periodísticos, un suceso.

Se data en nuestro país el origen de la prensa amarilla en 1888, cuando, en un verano caluroso en Madrid, no había noticias hasta que hubo un asesinato en una conocida familia de la céntrica calle de Fuencarral. La especulación sobre si era culpable el hijo de la difunta o su criada hizo correr ríos de tinta, y el tema ocupaba las tertulias de los cafés madrileños. Mucho ha llovido desde entonces, pero siempre que existe un suceso similar, se despierta el morbo entre los lectores y el hambre de novedades entre los medios de información.

Se habla de crisis del periodismo, acuciada sin duda por la crisis económica y financiera mundial, y también por la aparición de las nuevas tecnologías, de nuevos soportes que conducen a una velocidad vertiginosa a un necesario cambio en la era de la información. Y ello nos exige, pese a las dificultades, a los problemas financieros y a la habitual precariedad de las condiciones, defender el periodismo con más fuerza que nunca.

El periodismo como cuarto poder, el periodismo como manifestación de la libertad de expresión y el periodismo como garante del derecho de los ciudadanos a ser informados. El derecho a la información exige que ésta sea veraz. Y la veracidad y el rigor van unidos siempre. Que un medio se equivoque, es relativamente frecuente y comprensible, por eso tiene la capacidad de rectificar, que, además, ya saben, es de sabios. Pero cuando dos medios se contradicen en una información que ya no es necesaria, ¿qué podemos defender?

¿Son información necesaria los detalles posteriores a un suceso?

Escribo hoy humildemente con espíritu de autocrítica, como periodista y como lectora. No sé porqué, ahora que parece que sobra información, que hasta algunos consideran que estamos “infoxicados”, necesitamos cubrir huecos y portadas con la noticias impactantes que son necesario objeto de conocimiento público, pero que no requieren de una información detallada posterior una vez que se sabe el hecho, y hasta que se declaren las responsabilidades como corresponde conforme a las leyes. ¿Qué es información? Imagino que esa pregunta admite tantas respuestas como tratamientos informativos se le están dando al caso de Asunta Basterra, la niña cuyo cadáver apareció en el concello coruñés de Teo hace tres semanas.

A un amigo mío le tocó cubrir el caso. Cuando empezó periodismo, como yo, y como muchos compañeros, nos imaginábamos que todo era diferente. Parecía que Garganta Profunda era el paradigma de fuente de cualquier periodista llano, y que podríamos destapar escándalos en beneficio de la sociedad de tanta relevancia como el mismísimo Watergate. Pero claro, la realidad no siempre supera a la ficción, y las condiciones laborales de muchos licenciados no se parecen nada a lo que pensábamos al cubrir la hoja de matrícula. Yo lo conozco, y sabía perfectamente que no le apetecía nada cubrir esa información. Que lo hacía únicamente porque desde su medio se lo ordenaron, y como no llueven oportunidades, no le quedaba otro remedio.

Pero qué se puede decir de un suceso, cuando ya hay demasiado dicho. Creo que la información dejó de existir desde el momento en que se dictó el Auto de prisión del Juez Instructor, y es justo en ese momento cuando todas las especulaciones posteriores, desde mi opinión más como lectora que como periodista, sobran. Y sobran precisamente porque ya no informan de nada que no sean posibilidades, de nada pragmático para el compostelano que, naturalmente, cuando aparece el cadáver de una niña se preocupa y quiere saber quién fue. En el primer momento, es una cuestión que afecta a la seguridad ciudadana y creo que su tratamiento en los medios es, no sólo lógico, sino necesario. Pero una vez que se acota la presunta responsabilidad, que se descartan otras investigaciones, ya no creo que sea labor informativa, sino de investigación. Y hasta la sentencia condenatoria o absolutoria no tenemos nada más que informar, salvo que aparezcan nuevos sospechosos.

Doble autocrítica

Para alimentar la macabra distracción sobre qué pudo ser el móvil o porqué pudieron cometer semejante crimen los presuntos responsables, ya tenemos tertulias y otras formas no informativas. Aunque también creo, más como periodista ahora, que la culpa es repartida, no sólo del medio, sino de los lectores que alimentamos la intriga de esas noticias que, precisamente, copan las listas de las más leídas del día.

No sé qué nos atrae, vuelvo como lectora en este desdoblamiento que hago hoy, a seguir leyendo detalles y detalles de una noticia tan horrible, y no entiendo porqué suelen figurar los datos menos informativos como los más vistos en los rankings del periódico correspondiente en Internet.

¿Damos la información, y por eso los lectores la leen? ¿Leemos esas noticias, y por eso los periodistas nos las dan?

La información veraz es la base del derecho a informar
Ante este cruce de culpas que mi amigo, como yo, nos sentimos incapaces de solucionar, sólo puedo recordar que la información veraz es la base del derecho a informar, que los indicios no son pruebas, y que la presunción de inocencia es, aunque a veces cueste por todos los estímulos recibidos, la base de nuestro sistema penal. Y lo es porque ha costado mucho conquistarla, y porque si la libertad de un culpable duele, la prisión de un inocente puede quebrar el mismo sistema. Por eso, además, los dos sabíamos que había que ser doblemente precavidos: para no alimentar un morbo que no favorece a nadie, y para garantizar que es el juez el que dicta sentencia en un juicio real, y no nosotros en uno paralelo.

 

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