El monstruo educativo campa a sus anchas

San Ignacio de Loyola.
San Ignacio de Loyola.

Son innumerables los cuentos contra España que enseñan en la mayor parte de las aulas catalanas, muchas las manipuladas lecciones de historia que reciben los alumnos de aquella comunidad histórica.

El monstruo educativo campa a sus anchas

“Se mata al Rey y a los policías malos”, así concluye, según informaba el diario El Mundo, un supuesto cuento para niños de no más de siete años, representado en uno de los colegios que tienen los jesuitas en Barcelona.

Son innumerables los cuentos contra España que enseñan en la mayor parte de las aulas catalanas, muchas las manipuladas lecciones de historia que reciben los alumnos de aquella comunidad histórica. Responde a un plan milimétricamente programado por el nacionalismo fanático, desarrollado durante estos años con la venia ciega de distintos gobiernos de la democracia. Todos lo sabían. Todos pactaban. Todos creían tener controlado el crecimiento de la serpiente.

A nadie hasta ahora parecía importarle que en numerosos colegios de Cataluña se vulnere la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Constitución, la LOMCE, La Ley de Protección de Datos, la Ley de Protección del Derecho al Honor o la Ley de Enjuiciamiento Civil.

Ha tenido que producirse el levantamiento secesionista para que el Ministerio de Educación haga oír sus lamentos y, lo que es más grave, declare su incapacidad. Lo ha dicho el propio titular de la cartera, Ignacio Méndez de Vigo: “Cualquier ministro depende de los consejeros de Educación para hacer cumplir la ley. El Gobierno actúa, pero tiene un límite”. ¡Manda perejiles! ¿Se considera imposibilitado el Gobierno para evitar que la infancia y la juventud de una región crezca sometida al engaño, al odio hacia el Estado democrático que ampara sus libertades, a la confrontación y al veneno del reduccionismo nacionalista? Inexplicable e irresponsable, consecuencia también de la entrega gratuita a los gobiernos regionales de las competencias en materia de Educación, que, dada su trascendencia, nunca debieron salir, al menos no del todo y sin control, del Gobierno de España, que es el Gobierno de todos.

El resultado no puede ser más caótico: ¡diecisiete comunidades autónomas y diecisiete sistemas educativos distintos! Y alguno de ellos, como el catalán, permisivo para que algún envilecido profesor independentista inocule en los niños barbaries como la cometida en el barcelonés colegio de la Compañía de Jesús, se supone que a espaldas de San Ignacio de Loyola. Sentir indignación es sentir poco. El monstruo educativo campa a sus anchas, pero el Ministerio de Educación dice que no puede hacer más. Increíble, pero cierto.

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