Monólogo del emperador

Soy el mejor / empire-and-revolution.blogspot.com
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Parece que el calor del verano miamense le ha aguzado la creatividad a mi amigo Obdulio, porque hoy me ha traído un texto que no tiene desperdicio. Cualquier semejanza con la realidad casi que es pura coincidencia.

El emperador se levantó de su diván, miró por un segundo a la emperatriz, aún dormida, tomó la última uva que quedaba en la bandeja de metal y comenzó a mordisquearla. Comenzó a mordisquear la bandeja, porque detestaba las uvas. A continuación, se acercó al amplio ventanal, contempló la ciudad durante unos instantes y, luego de varios mordiscos más, habló:

“¡Qué atrevidos son! Así que me quieren hacer un proceso de destitución. ¡Habrase visto semejante insulto! ¿A quién se le ocurre? ¿Es que no han visto el excelente trabajo que he hecho hasta ahora? La economía está en su mejor momento, todo el mundo tiene trabajo y los impuestos están por el suelo. He reducido el crimen y la inmigración ilegal. He contratado a los mejores para los puestos principales y mi gobierno es un ejemplo de estabilidad. Es verdad que no he podido construir el muro que nos librará de las tribus sureñas, pero les he puesto la cosa tan difícil en la frontera que ya ni quieren venir para acá. He remachado tanto mi versión de la verdad que todo lo que digan mis enemigos en mi contra de inmediato se convierte en mentira. ¡Soy un genio, el emperador más grande de la historia! De eso no hay duda. ¡Y así y todo me quieren destituir! ¡Están locos…! Si me destituyen, los mercados se vendrán abajo, la pobreza y el hambre nos invadirán y habrá revueltas incontrolables en las calles. Llegará el diluvio, habrá inundaciones nunca antes vistas, todos los volcanes entrarán en erupción, habrá eclipses de luna permanentes, el sol dejará de alumbrar, los marcianos nos invadirán…”

Y, en la medida que enumeraba los males que el imperio sufriría si era destituido, el emperador se fue empequeñeciendo poco a poco, hasta que la bandeja se le escurrió de sus blancas manitas y cayó al suelo con un estruendo metálico. El estrépito fue tal que la emperatriz se despertó sobresaltada. Y cuentan que lo único que la doña alcanzó a ver fue un mini-emperador, más pequeño que una uva, gesticulando y gritando con vocecita chillona, antes de disiparse totalmente y, en un instante sublime, desaparecer en el aire tibio del palacio.  @mundiario

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