Los 'Harlem shake' del bloguero cómico Filthy Frank o el triunfo de la estupidez

Prueba suprema de la irresponsabilidad que supone ser cómplice de su distribución es la frase con la que arranca todo Harlem Shake: “Con los terroristas”, advierte el autor de este análisis.
Los 'Harlem shake' del bloguero cómico Filthy Frank o el triunfo de la estupidez

Lo he visto varias veces con el fin de documentarme para escribir este artículo y mi perplejidad ha ido in crescendo, hasta el punto de que temo cargar las tintas sin analizar con suficiente distancia el fenómeno de los ‘Harlem Shake’. El vídeo original de esta iniciativa con motivación viral está a punto de alcanzar los 25 millones de visionados en Youtube, aunque todos los Harlem Shake que se han realizado desde hace apenas tres meses suman más de 1.000 millones de visitas. Una cifra increíble para tamaña estupidez.

El bloguero cómico Filthy Frank es el padre de esta moda. El 30 de enero de este mismo año lanzó un vídeo que reproducía uno de sus gags. La madre son los productores Dj Baauer y Jeo Art, autores del tema de música electrónica “Harlem Shake”, en el que reproducen con modificaciones las voces del cantante de reggaetón Héctor el Father y del grupo Plastic Little. Con estos progenitores no es de extrañar que el vástago haya salido revoltoso.

Prueba suprema de la irresponsabilidad que supone ser cómplice de su distribución es la frase con la que arranca todo Harlem Shake: “Con los terroristas”. Se inicia entonces la escena, cuyo primer protagonista es una persona, a menudo enmascarada (tal vez por un atisbo de vergüenza), que baila en solitario durante 15 segundos rodeado por varios figurantes que no le prestan atención, como si estuviesen inmovilizados. Se produce un cambio de ritmo en la música y el grupo comienza a realizar movimientos estrambóticos e inconexos durante otros 15 segundos. Cuanta menos ropa vistan los bailarines o más excéntrica sea mayor será el éxito del vídeo, cuya única ventaja es que todo se resuelve en menos de un minuto.

La ocurrencia no pasaría a mayores sin el concurso de las redes sociales y los medios de comunicación. No seré yo quien se atreva a juzgar lo que cada cual distribuye a través de sus canales personales. Allá él, su conciencia y la huella que deja. Pero sí deseo apelar a la responsabilidad de los medios.

Bien es cierto que la estulticia es uno de los rasgos de nuestro tiempo. Un pecado de lesa cultura al que la televisión contribuye de forma generosa con el hegemónico argumento del entretenimiento. Sin embargo, la difusión de estas piezas constituye un ejercicio de irresponsabilidad social por tres razones: la primera, porque compartir por compartir no es un valor en sí mismo; de hecho, el término ‘viralizar’ proviene de virus y, que yo sepa, hasta la fecha nadie quería tenerlos y mucho menos transmitirlos. La segunda, porque saturar las ondas con documentos sin mensaje solo contribuye a generar ruido, lo cual dificulta los procesos de comunicación. Y la tercera, porque la ausencia de substancia sepulta bajo una capa de superficialidad a una sociedad que ya peca con demasiada frecuencia de falta de profundidad.

Mi sociólogo de cabecera, Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Humanidades en 2010, sostiene que ante el déficit de alternativas o la desesperanza muchos jóvenes se refugian en relaciones virtuales que más que líquidas resultan gaseosas; como tales se evaporan a menudo junto con las ilusiones y los proyectos. Si a la virtualidad unimos una superficialidad contagiosa estaremos construyendo un mundo fatuo, poco sólido y desde luego muy poco edificante.

Los medios de comunicación  -y nosotros mismos en tanto que también somos medios de nuestro propio mensaje-  no debemos contribuir a la propagación de la estupidez. El mejor Harlem Shake que podemos diseñar es un baile colectivo, armónico en sus movimientos, cuya música no produzca agitación, sino reflexión, y la letra nos invite a la difusión de los principios que hacen posible la convivencia.

Sobra oferta de entretenimiento individual  y falta sentido colectivo.

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*Artículo publicado en el número de mayo de la revista de APD.

Nota del autor: Me veo obligado a incluir el vídeo original como documentación, aunque así contribuya a su distribución, algo que me duele en el alma. Toda acción provoca una reacción…

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