La infanta Cristina de Borbón no se considera engañada por Urdangarín

Urdangarin y su mujer, la infanta Cristina.
Urdangarin y su mujer, la infanta Cristina.

El juez Castro o la acusación particular debieron formular a la hija del Rey una pregunta clave para conocer el alcance de la posible complicidad entre la pareja.

La infanta Cristina de Borbón no se considera engañada por Urdangarín
 
El juez Castro o la acusación particular debieron formular a la hija del Rey una pregunta clave para conocer el alcance de la posible complicidad entre la pareja.
 

Mi compañera casual en el autobús era una señora pasada la frontera de los setenta años. Acomodada en esa vieja profesión de sus mundos, sin prisa por llegar a la siguiente esquina del futuro, pero con la sabiduría de la experiencia redondeando cuantas frases iba construyendo para darme o quitarme la razón en la conversación, también casual, que habíamos trabado. Y uno de los temas, en el histórico sábado 8 de marzo, fue la declaración de la infanta Cristina de Borbón y Grecia ante el juez Castro.

-Se puede ser tonta por amor –dijo-, pero si insiste, además de idiota se declara cómplice.

La clave siguió conmigo mucho más allá de la parada, que nos separó hasta la próxima casualidad, y persistió tras sumergirme por la noche en todos los detalles publicados de la declaración borbónica.

No sé si el juez Castro o la acusación particular han preguntado a doña Cristina si se considera engañada por su marido. La formulación de esa pregunta y su contestación serían claves reveladoras -acusatorias o liberadoras-, de la realidad vivida por la famosa pareja en todo este enredo cortesano. Si la infanta se considera engañada por Iñaki Urdangarín podría estar a un paso del perdón popular y, tal vez, de lavar la imputación judicial y, en alguna medida, la sospecha delictiva. Pero si no se siente engañada y sigue colgada de su brazo amado, le va a costar mucho borrar del imaginario popular su posible complicidad, aunque la justicia firme la absolución mejor construida del mundo.

En algunas ocasiones del pasado tuve la oportunidad de estar cerca de esta infanta y en el plano corto me pareció una chica inteligente, discreta, amable y responsable. El tropiezo amoroso y los enredos económicos pueden desmontar esa imagen, pero me niego a considerar cierto que haya vivido en la ceguera amorosa, con un pillo de guante blanco sin descubrirlo. Y me niego a dar crédito al amor ciego como eximente en un proceso judicial. Estoy por pensar que el abuso de los privilegios se les ha escapado de las manos, y pienso que, una vez más, la cruda realidad nos sale al paso para señalar el anacronismo de las monarquías hereditarias vivas en nuestro tiempo.

Llegados aquí, no puedo por menos que volver a escuchar la frase de mi padre, republicano y socialista, cuando al comienzo de la década de los ochenta le argumenté que la nueva restauración borbónica, en la figura de Juan Carlos I, debíamos considerarla como un mal menor y que ser juancarlistas después del 23-F no nos apartaba un ápice del pensamiento republicano, pero nos acercaba al futuro en paz. Simplemente me respondió:

-No te engañes, hijo. La cabra siempre tira al monte.

Si hubiera vivido para conocer este 8 de febrero histórico, me lo habría recordado de viva voz y le habría dado la razón a la señora del autobús.

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