Hábitos de lectura en los años treinta, ¿se ha incrementado nuestra avidez lectora?

Librería. / Pixabay
Librería. / Pixabay

Curiosa entrevista a un ingenioso librero de la emblemática Cuesta Moyano de Madrid que ofrece aspectos muy curiosos acerca de las costumbres de lectores y escritores, así como de los “menús literarios” de aquellos convulsos años.

Hábitos de lectura en los años treinta, ¿se ha incrementado nuestra avidez lectora?

Cuando llega el verano muchos españoles dicen recuperar el hábito de lectura. Como consecuencia, un sinfín de publicaciones “iluminan” sus páginas de sugerentes recomendaciones, imprescindibles dicen, para pasar una “placentera y relajante” tarde de verano. Sin embargo, desde estas líneas quisiéramos a propósito de esta recurrente circunstancia mostrar una curiosa entrevista a un ingenioso librero de la emblemática Cuesta Moyano de Madrid. Se trata de una secular conversación publicada en el pretérito Mundo Gráfico (enero de 1930), que ofrece aspectos muy curiosos acerca de las costumbres de lectores y escritores, así como de los “menús literarios” de aquellos convulsos años. Comprobaremos que la lectura de un buen ejemplar no ocupaba al igual que en la actualidad, una de las prioridades de los españoles. También constataremos los autores favoritos y los ilustres literatos que se acercaban a comprar a este emblemático paseo próximo al Museo del Prado.

Reproducimos a continuación el texto, esperamos les resulte un ejercicio interesante y divertido:

— ¿Se hace negocio? (El librero tarda en responder. Pasea previamente una mirada sobre los mostradores atestados de libros, y al fin contesta con quejumbrosa entonación).

— No se vende nada. Por aquí apenas pasa nadie. Y ¡A ver! Se vende poco en cualquier sitio, con que si además nos escondemos. (El entrevistado hace referencia al reciente y polémico cambio de ubicación practicado por el Ayuntamiento al conjunto de casetas. Los libreros se mostraban a favor de mantener su anterior emplazamiento en el Paseo de Prado, junto al Jardín Botánico)

— ¿Cree usted que situada la feria en otro lugar mejoraría el negocio? 

– Lo que creo es que no es negocio esto de andar metido en asuntos de “libreraría”. Aún así claro que en otro sitio se vendería más… Pero muy poco más, porque la gente no tiene afición a leer.

Un comprador nos interrumpe.

— “¿Cuánto quiere por esta novela?

—10 céntimos… Tenga, es una novela corta. Esto es lo único que vendemos… ¿Y para esto no vale la pena pasarse aquí el día?

Otra vez vienen a interrumpirnos. Ahora es un muchacho que trae un paquete para vender.

— ¿A ver que da por esto? (Interroga mientras va deshaciendo el envoltorio)

— ¿Qué es?

— Una aritmética de 1894 para el ingreso en la Academia de Infantería, y una edición económica de Novelas Ejemplares de Cervantes.

Una rápida ojeada basta al librero para cotizar las obras. 

— No me sirve.

El muchacho recoge el paquete en silencio y se retira.

— Éste ha recorrido ya todos los puestos desde la esquina de abajo. Y ya se puede recorrer todo Madrid que no le dará nadie ni un real. Pues casi todo lo que nos traen es así. Para un Galdós, un Baroja o un Valle que nos traigan hay 100 cosas sin salidas posibles.

Sobre los autores que venden, el más solicitado es Blasco Ibáñez. Pero lo cierto es que cuando un autor se muere es cuando se vende mejor, hasta que se olvida. Los libros de Blasco han subido mucho de precio, y se piden como los de ningún autor. Luego Pedro Mata, Fernando Flórez, Valle Inclán y Baroja… Con Don Pío ocurre algo singular, y es que se vende mejor de “lance” que de nuevo. En cambio con Eduardo Zamacois sucede todo lo contrario. Publica Zamacois un libro, y como Don Eduardo, además de ser un gran novelista, tiene buena prensa, los periódicos le dedican gran espacio. Los críticos preparan el éxito y se vende la obra. Pero luego aquí nos traen los ejemplares, los tomamos a buen precio y envejecen en las estanterías. Por cierto,  Azorín compra mucho, más de lo que le compran a él. También se venden las obras de Insúa y poco más. De Benavente nos ofrecen poco y nos piden poco también, algo que suele ocurrir con todos los autores de teatro.

— No me habla usted de autores jóvenes.

— Yo no sé para qué escriben los jóvenes. ¡Ganas de perder el tiempo y el dinero! Ni con un 80% de descuento se coloca. Ahora creo que han salido algunos nuevos que están bien… Jardiel Poncela que es de los más humoristas… y 3 ó 4 más… Me han dicho que son muchachos que valen, que llegarán a destacar, pero hasta que lleguen no quiero nada de ellos ya que no conviene arriesgarse en esto de los libros.

Interrogado sobre el perfil de los compradores, contesta el librero. “Los jóvenes y los viejos son los que vienen con más frecuencia. La gente de edad madura no suele detenerse ante los libros. Y concluye: Claro que le digo que la clientela, sea cual sea la edad siempre es muy escasa, porque eso que usted llama negocio es una ruina. Las personas más conocidas que nos visitan son Pío Baroja, Azorín, José Francés y Sánchez Heredero” 

El librero prosigue con sus vivencias. Sobre las dedicatorias impresas en los volúmenes advierte que les dan casi “tantos disgustos como los representantes de la moral gubernativa. Hay muchos que cuando traen a vender los libros les han arrancado previamente la hoja en que estampó su firma el autor. Pero otros se cuidan de ese detalle y dejan las dedicatorias y tenemos que andar con cuidado, porque a veces el autor viene aquí, encuentra su autógrafo y se indigna con el librero como si el librero tuviera la culpa”.

Interpelado por los precios…“No puedo señalarle exactamente a cómo pagamos, porque eso depende más del precio, del nombre del autor y del título de la obra. Blasco Ibáñez le pagamos ahora hasta una veinticinco. Los demás autores de fácil venta, a peseta. La corriente es que pagamos la cuarta parte del valor del libro y vendemos a la mitad de precio. Pero ya le digo que eso varía según los casos”.

Asimismo, apunta el librero profundamente molesto que “la persecución de la pornografía” les causa muchos perjuicios. “Y no porque tengamos ese género, sino porque generalmente los encargados de esa persecución tienen en la pornografía una idea muy vaga y confusa. Hubo un día en que un agente estuvo empeñado en recoger “La Maja Desnuda” de Blasco Ibáñez y en otro la obstinación era llevarse todas las obras de Felipe Trigo” Le advierto a usted que lo pornográfico no nos interesa, porque no le interesa al público… Eso ya pasó de moda”

Para finalizar una petición:  “Hay que abaratar y sacar el libro a la calle. Es decir, hay que hacer todo lo contrario de lo que se hace ahora. La difusión del libro no es asunto que en realidad preocupe a nadie, ni siquiera a los mismos autores ni a los libreros. ¿Nos nos ve aquí apartados, olvidados? Pues tenga presente que hemos levantado muchos libros que ya estaban perdidos en las otras librerías por… El librero, al llegar aquí baja la voz y casi al oído nos dice: “Por desidia o por ineptitud de los otros libreros”.

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