Erasmus y octubre han mostrado un Gobierno distante de sus propios votantes

El ex ministro de Educación José Ignacio Wert. / Mundiario
El ministro de Educación, José Ignacio Wert.

Notoriamente distintos entre sí, los días 24, 27 y 29 de octubre han evidenciado tensiones importantes, incluso en el PP. A  causa, sobre todo, de un estilo de gobernar ensimismado.

Erasmus y octubre han mostrado un Gobierno distante de sus propios votantes

Lo del día 24-O no ha sido –según voces  gubernamentales- una huelga contra la LOMCE, sino por otros asuntos particulares del profesorado. Contaron tan sólo lo que en su opinión contaba. De no haber otros testigos ni esas cuestiones hacia las que desenfocar la atención, no habrían existido  ni la huelga ni las manifestaciones de aquel día.

En la calle, de hecho, no estaba esa “inmensa mayoría silenciosa” que, según alardea el Gobierno, le respalda. Era imposible que estuvieran físicamente todos los ciudadanos y, además, no estaba casi ninguno de los que hace pocos años clamaban en la calle por  “la libertad de educación” y por otras asuntos “esenciales”. Tampoco parece que estuviera  casi ninguna persona de las que, a los tres días, “se manifestaron” o “concentraron” contra la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo… ¡Aquellas de hace unos pocos años sí que eran manifestaciones! -debió recordar algún añorante.  Una de ellas había sido vista por el propio Rajoy, entonces en la oposición, como “el día más bonito” de su vida política, cosa que ahora mismo no ha podido decir. Contradicciones de la razón de Estado.

Entre los manifestantes del 24-O nadie vio, desde luego, al Sr. WERT  o a alguien de la Conferencia episcopal. Pese a los signos que pueda emitir el Papa Francisco, nadie atestigua haber visto las pancartas de  beneméritas organizaciones empeñadas en educar a gente “selecta”. Ni menos las de los líderes de la omnipresente CEOE, tan interesados en la adecuada y flexible adaptabilidad de todos a sus tiempos… Tampoco se nutrió del colectivo de profesores “responsables”, ni acudió a ella, que se sepa, algún despistado director/a de instituto, digitalizado desde sus comunidad autónoma para contabilizar a quienes hayan tenido arrestos para sucumbir a aquella convocatoria y apandar con el mal de ojo consiguiente. No consta, asimismo –eso sí que lo podría jurar cualquiera, sin falso testimonio-, que en el entorno madrileño de la Sra. Fígar, se hubieran reunido aquella mañana sus fieles para salir a denostar, maldecir o recriminar a los legisladores por algún controvertido artículo de esta LOMCE que fuera a romper algún consenso social o nos retrotrajera a un pasado paleontológico.

Cualquiera que conozca bien el mundo de los primates y las especies en peligro de extinción –como la Sra. Gomendio, avalada por casi doce años en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (1993-2003)-, sabe que todo lo demás no es suficientemente selecto para mostrarle atención. Tal vez podría, eso sí, ser otra vez objeto literario de Swift, en Una modesta proposición, a causa del darwinismo existente en “nuestra España”. Dicho de otro modo, que si ninguna de las fuerzas vivas, ni sus adláteres, estuvo aquel día 24 en la calle, es difícil que haya quedado señalado ese día como nefasto hito contra la reforma educativa que está en marcha: la parte de la ciudadanía protestona contra lo que legislan, les trae al pairo. Sin embargo, lo sucedido el 27 de octubre, en la Plaza de Colón y calles madrileñas adyacentes, les ha exigido una atenta caución ante el latente estado de floración de las manifestaciones fetén que pueden desbordarles. Ha sido incómodo reconocer –con tanta gente amiga mandando- que Fukuyama no tenía razón: las contradicciones continúan haciendo que la historia prosiga.

La cantidad de personas que se hayan manifestado o se hayan ausentado de las aulas el día 24, según la portavoz oficial del MEC andaba por algo más del 20%. No es lo mismo que decir 200.000 personas -como dijeron se habrían juntado en Colón tres días después. Lo asombroso de usar a conveniencia los datos es que impresionan de modo distinto. Las proporciones de participantes que manejaron los sindicatos y otras organizaciones -incluidos CSIF y ANPE-, ha debido hacer pensar a más de uno en cómo se podían aclarar entre sí tantas siglas diferentes. O también, qué suerte tenían ellos en seguir una voz firme y única, fácil de asimilar a la de un Dios único y verdadero. Pero, por otro lado,  y pese a tanta heterogeneidad manifiesta, ¿cómo era posible que todos -padres y niños incluidos- hubieran salido a clamar contra lo que  la Sra. Gomendio había explicado inalterable y reitera todavía WERT: que toda aquella movilización tan sólo era por los cortes de mangas a los profesores y nada más?

Si en el entorno de la Secretaria de Estado creyeran que los profesores de la enseñanza pública tenían tanta y tan variada aceptación ciudadana, seguro que ya los habrían tratado  de otro modo estos dos años pasados. A ellos y a sus alumnos. Hasta hubieran aceptado de buen grado ese 83% de seguimiento -mayor todavía en la universidad-  que, según los sindicatos, tuvo esa huelga del 24.  Esa misma elite gobernante, entretenida en nadar y guardar la ropa, no contaba, desde luego, con ser insultada por sus propios amigos. Hasta que la sentencia del TEDH dejó patente, en Colón, que la presunta voz única de la derecha es ficción en muchos asuntos relevantes y que  no es fácil contentar su pluralidad. Especialmente, a los maximalistas de que también se nutre la solitaria mayoría parlamentaria que sustenta a este Gobierno.

Es decir, que del 24 al 27 de octubre, con sólo tres días de distancia, dos manifestaciones muy distintas han coincidido, sin embargo, en mostrar una creciente variación de los afectos ciudadanos capaz de desbordar el ensimismamiento gubernamental, tanto más inaceptable cuanto más cambia de discurso a conveniencia.

¿Y el 29 de octubre? Es fecha memorable por reincidir en lo mismo. El BOE publicó la Orden MCD/1997/2013, que había firmado WERT el día 24,  en que  cambiaba, a posteriori –comenzado ya el curso-, las reglas de la aportación complementaria del Estado a los estudiantes favorecidos con becas Erasmus en el extranjero. La  decisión, retroactiva, no dejaba de ser un recorte más  a la enseñanza pública, debido a un supuesto reparto social más justo. Incluso en Nuevas generaciones (PP) se han desmarcado de tal ordenancismo improcedente: (http://www.elboletin.com/nacional/86995/wert-consejo-ue-tijeretazo-becas-erasmu.html). En la tarde del cinco de noviembre, la cúpula del PP ha obligado a Wert a rectificar su gesto excesivo. Pero el ministro más mentado de esta legislatura no hace sino seguir una hoja de ruta prefijada. A punto de cerrar el capítulo LOMCE, no es improbable que le paguen con alguna prebenda menos visible su denodado sacrificio  en ir sembrando desafección hacia todos.

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