El aumento de la esperanza de vida es un triunfo social que no debería cuestionarse
El envejecimiento de la población obliga a los sistemas a adaptarse / Gerard Girbes Berges via Compfight
Los cambios sociales y demográficos que se están produciendo en la sociedad actual derivan en cambios en los requerimientos demandados a los sistemas de atención públicos. El envejecimiento de la población y la evolución del prototipo de enfermedades predominantes, de agudas a crónicas, obliga a los sistemas a adaptarse para seguir ofreciendo unos cuidados adecuados y eficientes al tiempo que se mantenga la sostenibilidad de los mismos. Estas nuevas demandas van a exigir cambios en la mayoría de los atributos que componen el sistema, desde el papel que se va a dar al paciente, a las actividades que deben desempeñar los profesionales sanitarios, sin olvidarnos de cambios en las políticas sanitarias y en la gobernanza de las mismas.
La esperanza de vida de la población española ha aumentado
notablemente en las últimas décadas, siendo en la actualidad de 81,87
años de media para ambos sexos (78,87 años para los hombres y 84,82
para las mujeres; INE 2010). En nuestro país, de los 45 millones de
habitantes censados en 2010 pasaremos a los 50 millones en el 2015, y
en 2050 se alcanzará un máximo de 53 millones; en ese mismo periodo
el porcentaje de población de 65 y más años pasará de un 16,8% a
suponer un 30,8% respecto al conjunto de la población, ocupando
España para entonces la cuarta plaza en el ranking de los países más
envejecidos del mundo.
Con el afán de trabajar en la búsqueda de un futuro sanitario sostenible
y realista, el paciente asumirá una mayor responsabilidad en la gestión
de su propia salud y deberá cuidar su comportamiento, hábitos de vida,
dieta, cumplimiento farmacoterapéutico y otra serie de prácticas que
hasta ahora se veían comprometidas únicamente con los profesionales
sanitarios de la atención primaria de salud. Para ello, la segmentación
de pacientes va a ser clave en un entorno donde se pasa de tratar una
enfermedad a tratar a un paciente, para maximizar el beneficio
potencial de una estrategia terapéutica para cada individuo. El valor
real de estas soluciones terapéuticas no solo se deberá demostrar en
estudios clínicos, sino también en condiciones prácticas del día a día. La
gestión del cuidado del paciente va a ser una corresponsabilidad entre
todos los actores que además deberán estar dispuestos a compartir
riesgos.
Este cambio de rol de los pacientes requiere modificaciones en la
relación con los profesionales de la salud y con los políticos. En el primer
caso, los profesionales tendrán que adaptarse a diferentes modelos de
pacientes, que podrán adoptar desde comportamientos pasivos,
propios del modelo de relación tradicional, a otros más activos, que
pueden incluir la decisión de participar en el proceso de toma de
decisiones clínicas o la petición de segundas opiniones médicas. En el
segundo caso, los políticos y decisores en salud tendrán que favorecer
una mayor democratización de los sistemas sanitarios mediante la
provisión de información veraz sobre su funcionamiento y los resultados
obtenidos, mediante la promoción de la elección y el establecimiento
de mecanismos formales de participación.
Este proceso de envejecimiento de la población y la consecuente
ganancia de empoderamiento por parte del paciente, comportará un
importante reto para las sociedades que avanzan hacia un nuevo
modelo sanitario, como se ha denominado a nivel europeo el Horizonte
2020.
Pero no obstante, como antagonismo al temor generalizado de que el
envejecimiento provocará la desestabilización del estado de bienestar,
no debemos de olvidar que el aumento de la esperanza de vida es un
triunfo en resultado de salud de las sociedades desarrolladas y como tal
debe plantearse y no cuestionarse.