¿Las drogas pueden influir de manera decisiva en la creatividad literaria?

Arte lsd. / cannabis magazine
Arte lsd. / cannabis magazine

Sentimiento de dolor y de dicha –como la propia droga- de cientos de escritores y poetas que, con la razón aparentemente embobada por la droga, fueron sin embargo creadores magistrales.

¿Las drogas pueden influir de manera decisiva en la creatividad literaria?

Hubo (y sigue habiendo, aunque menos) muchos casos, nadie puede negar que las drogas psicopáticas pueden influir  de manera decisiva en la creatividad literaria. Si bien, la mayoría de las veces todo se paga con la propia muerte, por dulce que resulte alcanzar la gloria de la creación literaria. Cabe decir que, si solamente se tratara de casos aislados… Pero solo el espacio destinado a este artículo se quedaría escaso al plantear un tan sinnúmero de escritores y poetas, habituales consumidores de esta o aquella droga, con la sola intención de escribir una prosa brillante y los mejores argumentos para la obra maestra.

Así, el escritor Phili K. Dick, mientras tomaba anfetaminas, llegó a escribir hasta 65 páginas de su primero y genial libro. David Foster Wallace, bajo los efectos de sustancias antidepresivas, escribió su mejor obra. En la creación literaria de Jean Cocteau, el opio fue fiel compañera de sus mejores trabajos. Y la extraordinaria novela El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, se escribió bajo los efectos de la cocaína. Y me detengo aquí un momento para subrayar que en el caso del gran Thomas Pynchon, el consumo cannabis influyó de manera sorprendente en lo eficaces resultados de su obra literaria.

Nadie puede negar que las drogas psicopáticas pueden influir  de manera decisiva en la creatividad literaria. Si bien, la mayoría de las veces todo se paga con la propia muerte, por dulce que resulte alcanzar la gloria de la creación literaria.                                                              

Llegado a este punto, y sin miedo a hallar en mi memoria mayoría de creadores que han vivido parte de sus vidas ligados a las drogas duras, la gente del mundillo literario son los que más han consumido sustancias opiáceas, seguidos seguramente de artistas de las artes plásticas, cantantes, etcétera. ¿Y por qué, entre los creadores de arte, son los escritores los más numerosos?

Los poetas -bohemia la mayoría de las veces, solo en su juventud- van ligados a la charla, amantes de pequeños tertulias en torno a unas copas de vino…  Hay casos conocidos: Valle-Inclán, Rubén Darío, Roberh Hofmann)… Quizá porque sea uno de los gremios de la humanidad que más ha sufrido, pero no por los efectos del propio arte, ni por el tirón del opio o la morfina, ocaso solamente sea por causa del alcohol. Pues la narrativa y la poesía han dado muchas y buenas ideas para salvar el mundo, aunque nunca para salvarse ellos.

En fin. Lo cierto es que de estos asuntos carecemos hoy de porcentajes, o de escalas comparativas, con las que el tema de las drogas queda ya muy lejos en el tiempo… Quizá por eso, conquistadores y aventureros por antonomasia, los ingleses conocían al dedillo los opiáceos y toda clase de alucinógenos habidos y por haber.

El gran Thomas de  Quincey (1785-1859)  habla de sí mismo en el primer tomo de su biografía  Confesiones de un comedor de opio. En la existencia de las propias drogas, y en todos los sus consumidores, el libro de Quincey tiene un comienzo  feliz y un final desolador.

“Lo tomé y en una hora, ¡santo cielo, que revulsión! ¡Qué apocalipsis de mi mundo interior! ¡Que abismo se había abierto ante mí: un abismo de divinos goces repentinamente revelados”. Tras ocho años de exagerado consumo escribe: “Desde hace tiempo el opio no fundaba su imperio en los brazos del placer, sino que mantenía sus dominios únicamente a casusa de las torturas asociadas a los intentos de adjurar de él”. Ah, son palabras que cobran fuerza frente al destino.

Baudelaire (el poeta maldito, tras experimentar una gran exaltación, y esta le hace escribir lo siguiente: “Nadie se extrañará de que un pensamiento último, supremo, brote del cerebro del soñador: Me he convertido en Dios”.

Y al final acaba diciendo: “Añadiré que el hachis impulsa al individuo a mirar sin cesar, precipitándose hacia el abismo donde contempla su rostro de Narciso”.

Rimbaud, Teófilo Gautier, Aldous Huxley y Jean-Paul Sastre (ay, La Náusea); y más recientemente Jack Kerouac (1922-1969)… también hicieron de las suyas.  Solo que por suerte, hace de eso ya algún tiempo.

Nosotros, los literatos de pueblo (semejante a los poetas de Cela en La colmena), hemos tenido un perfil más bien bohemio. Más de trasnochadores, de esa clase de gente buena, que pega el codo al mostrador, que ríe o llora, que maldice…, incluso rompiendo ciertas normas sociales. De vuelta a casa, con la hebra de tabaco del último cigarrillo del día pegada al labio. Y un hatillo de esperanza, para seguir malviviendo.

                                                              

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