Me vestía como la gente con quien hablaba, comía lo que ellos comían...

La escritora Helena Cosano
La escritora Helena Cosano. / Mundiario

"Me desperté antes del alba. Tenía que escapar. Metí unas cuantas cosas silenciosamente en una bolsa, y me fui". Así arranca este fragmento de un relato de Helena Cosano.

Me vestía como la gente con quien hablaba, comía lo que ellos comían...

Me desperté antes del alba. Tenía que escapar. Metí unas cuantas cosas silenciosamente en una bolsa, y me fui.

Aterricé en Marruecos y decidí quedarme. No tenía planes, ni nada que hacer. Quería cielos amplios y luz. Vi unas cuantas ciudades, comprendí que necesitaba horizontes lejanos y fui al mar, bajé siguiendo la costa hasta la punta de África; vi llanuras, ríos, selvas, crucé fronteras cuya existencia ignoraba, atravesé el desierto, llegué a Oriente Medio, recorrí largas playas, caminé por tierras planas y onduladas, paisajes volcánicos, islas rocosas, pueblos perdidos, sola, en grupo, a pie, en bicicleta, en camello, en taxi, en avión, en camión, a pie, sobre todo a pie, no sé cuanto tiempo ni qué distancia, la libertad consistía en escucharse e improvisar, quedarse en una casita blanca, una tienda, una cabaña, un hotel de cinco estrellas o una caravana, una noche o seis meses, caminar caprichosamente hacia el norte o hacia el sur, hacia los horizontes más lejanos y los cielos más altos, pararse, volver atrás, buscando los espacios sin límites, los rostros más cálidos, los frutos más sabrosos, la luz más generosa.

Necesitaba luz.

Fue un viaje muy, muy largo. Lo recuerdo como otra vida dentro de mi vida. Al principio sólo llevaba esa bolsa de Londres con unas cuantas cosas recogidas al azar, por el camino fui consiguiendo lo que se me antojaba, compré una mochila cómoda y material para pintar, y de nuevo deseé pintar y sentí que eso era la felicidad: estar sola, caminar y pintar.

Me vestía como la gente con quien hablaba, comía lo que ellos comían, dormía donde me invitaban o donde se me ocurría, y gracias a esa maravillosa tarjetita de plástico que me conectaba con mi cuenta bancaria, nunca me faltó de nada.

Londres se desvaneció en la luz como una pesadilla absurda, un extraño paréntesis en mi vida en el que aún ahora me cuesta creer. Recordaba esos años grises como un largo sueño o como una pequeña muerte, y al despertar sentí unas ganas locas de vivir.

El corazón me latía más rápido y más fuerte, mis sentidos se aguzaban cada día más, era consciente de todo a la vez, del cielo, de la tierra, del murmullo de la brisa y del canto de las palmeras, de cada estremecimiento de mi cuerpo, de cada paso, de cada inspiración y expiración, sentía oleadas de energía nueva como cosquillas de placer, imaginaba que la luz que respiraba fluía también en mis venas, podía caminar decenas de kilómetros sin una sombra de cansancio y me gustaba caminar hasta el agotamiento para sentir mejor mi cuerpo, para disfrutar de su respiración seca y profunda, de sus pensamientos fútiles perdiéndose en sensaciones, la tierra caliente y la arena en el viento, la caricia constante del sol, los perfumes voluptuosos del mar. Incluso el peso de la mochila tenia algo excitante y sensual, me imaginaba vagamente que me unía a la tierra, y que sin él habría echado a volar al mínimo soplo de felicidad. @HelenaCosano

(Fragmento del relato “Historia de una obsesión”. Helena Cosano www.helenacosano.es )

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