La crisis no es como la Moira de Homero, un ser fantasmal y ajeno

Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno español.
Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno español. La crisis tiene rostro y apellido, pero no los suyos...

Hablar así de la crisis es como decir que las instituciones están corruptas, pero los políticos no. Se llama pensamiento mágico y es natural en los niños pero patológico en los adultos.

La crisis no es como la Moira de Homero, un ser fantasmal y ajeno

Cada 10 de septiembre se "celebra" el Día Internacional para la Prevención del Suicidio, más presente que nunca debido a la Gran Recesión. Con toda la prudencia exigible, lo cierto es que los niveles de suicidio por motivos económicos han aumentado en España.

"Los suicidios, ni mencionarlos". Esa era una norma tácita que los periodistas españoles cumplimos durante décadas. Una, para evitar el contagio. Y dos, porque el suicidio no se toma solo como una rendición personal, sino como el fracaso de toda sociedad que afirme buscar la felicidad de sus miembros. Es el caso de las democracias burguesas, basadas en la idea ilustrada del Progreso, noción descascarillada con la que igual se clonan ovejas que se arrasa Irak.

La culpable de que aumenten los suicidios es la crisis, concluimos con rotundidad. Y es verdad, pero la crisis no es como la Moira de Homero, un ser fantasmal y ajeno que traza el destino inmutable del hombre.

Hablar así de la crisis es como decir que las instituciones están corruptas, pero los políticos no. Se llama pensamiento mágico y es natural en los niños pero patológico en los adultos. Por ejemplo, que los Aznar crean que por repetir muchas veces "My taylor is rich" vendrá Shakespeare a poseerlos como poseyó el Espíritu Santo a los apóstoles y les regaló el don de lenguas es pensamiento mágico.

La crisis tiene rostro y apellido, pero no los suyos, sino los de Rajoy o los de Mato, los de Wert o los de Montoro, los de Guindos o los de Báñez, autores del dolor y la frustración y, en consecuencia, de las depresiones y los trastornos de ansiedad que el aumento de la pobreza trae consigo. Y la pobreza viene de políticas de austeridad emprendidas por quienes, por propia iniciativa o en compañía de otros, quieren dejar lo público al nivel del yerno calzonazos de una serie de Telecinco.

"La austeridad mata", advierten expertos en política sanitaria, colegios profesionales, sociedades médicas, usuarios, sindicatos, médicos de atención primaria y hasta la OMS, que ya es advertir, siendo un organismo de la muy enérgica y acreditada ONU [risas aquí]. Y mata con suicidios, con alcoholismo y con enfermedades coronarias por razones económicas.

En España, la austeridad mata porque Mato recorta con la complicidad de las consejerías de Sanidad afines y tras el salvaje ensayo catalán; Mato mete –o es cómplice de meter– tijera en prevención, en educación sanitaria, en camas, en profesionales, en medicamentos, en quirófanos y, al ritmo que vamos, en población… Quizá de tanto recorte venga tanta bolsa de confeti para los cumpleaños familiares.

Es cierto que a nuestros gobernantes les ha tocado en suerte un limón, pero en vez de hacer una limonada para todos, nos azotan las espaldas y nos rocían las heridas con el zumo, como si fuéramos galeotes. Esa imagen se encarna en una juventud extremadamente vulnerable porque, al faltarle el trabajo, le falta lo que un empleo trae consigo: significado de la propia existencia, contenido vital, satisfacción, autoestima y, lógicamente, ingresos, que en su definición ideal suponen independencia y gobierno sobre el propio rumbo. Y hablamos sólo de jóvenes porque, cruelmente, son símbolo de esperanza y futuro.

El hecho es que las enfermedades mentales encabezan la lista en cuanto a carga económica en la Unión Europea; y las pérdidas que provocan equivalen al 4% de su PIB. El 40 % del gasto que acarrean se refiere no a costes sanitarios directos, sino a pérdidas de productividad y bajas laborales. Pues bien, los programas de salud mental figuran entre las primeras víctimas de las políticas de austeridad. No sólo se abandona a una población ya enferma, sino que se condena a los que llegan al límite de sus ahorros y de su resistencia a la depresión, la ansiedad, el alcoholismo y, en última instancia, a la desesperación.

No, no es la crisis la que vuelve loca y mata a la ciudadanía, sino las políticas de austeridad a favor de la salud de la Bolsa y de los tahúres que juegan en ella. Los que nos gobiernan –aquí en España, digo– son muy antiguos –no hay más que mirarles los peinados–, tanto que se han ido más allá de Adam Smith en su liberalismo y se han pasado tres pueblos las leyes darwinistas de la supervivencia del más fuerte. Por eso no puedo imaginármelos más que como malevos de tango, cubiertos con visera y antifaz, que me amenazan así: "¡Che, loco, la Bolsa o la vida!"

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