A menudo se establece una jerarquía que sitúa al coche por encima del viandante

Paseo de la Castellana, en Madrid / jesuscm [on/off] via Compfight
Desde los burgos medievales hasta las ciudades de finales del s.XX se ha recorrido un largo camino en un proceso de evolución en el que la participación y la presencia del hombre en la comunidad no ha parado de cambiar. Ser un animal gregario ha obligado al individuo unas veces a amoldarse y las más a someterse a las pautas tribuales.
Los distintos modelos sociales, religiosos, económicos y políticos que han operado a lo largo del tiempo y que llamamos progreso, han marcado ese cambio.
En rigor, y eludiendo esloganes de políticos y turoperadores, aquel ideal humanista del Renacimiento que situaba al hombre como centro del mundo no es del agrado de nuestras ciudades.
Echándole un poco de fantasía, al estilo de un relato de ciencia ficción, imagino a la urbe como una suerte de ente traidor que, en simulando cobijarte, te come, se come a sí misma como un uróboro y no para de crecer y crecer, en un proceso imparable y apocalíptico. La oigo con voz robótica confesar su particular cosmovisión al decir que el “omphalos” está en ella misma.
¡Qué horror, si me oyera, seguro que empezaría comiéndose a este conspirador!.
Quizá la caricatura ayude a la reflexión. Y así podamos constatar sin mayor dramatismo que la interminable oferta cultural y de ocio de algunas ciudades sólo la disfrutan los turistas. En otras palabras, los urbanitas cuentan los días que los separan de cada escapada de su urbe.
No me importa decir que he vivido el cambio a peor en la calidad de vida de casi todas las ciudades que conozco y, añado, en la libertad de elección que tuve en otros tiempos.
Seguro que surgen acólitos con sólo mencionar el tormentoso galimatías en que se ha convertido embarcar en un avión para un simple trayecto doméstico, no digamos si el vuelo es internacional, y no mencionemos las molestias de pasar ciertas aduanas aeroportuarias.
La excusa de la “seguridad” es el comodín utilizado para someter al ciudadano al cumplimiento de innumerables trámites que nos resultan tan tediosos como molestos.
Entrar y salir de la ciudad, recorrerla, conocerla, se no hace tarea cada vez más difícil.
En este contexto, llevo el foco a lo que nos es próximo y no puedo menos que expresar el desconcierto que me produce oír a las voces gobernantes mezclar discursos de sostenibilidad medioambiental con una contradictoria sumisión al coche.
Hay una relación directa entre el grado de civismo de una sociedad y en uso que en ésta se le da al automóvil y de cómo se manejan sus conductores. En el país del automóvil por excelencia –los Estados Unidos-, no tienen duda: el dueño de la ciudad es el peatón.
El caso de A Coruña y su Plan de Movilidad
En la ciudad de A Coruña se establece una jerarquía que sitúa al coche por encima del viandante. Por ello, según mi criterio, al documento que se ha presentado no se puede denominar un Plan de Movilidad. A ese Plan le falta el adjetivo “automovilístico”, para que quede claro y no cree falsas expectativas.
Es una pena, porque apaga el entusiasmo ciudadano de vernos amparados por un recién aprobado Plan de Ordenación Urbana que mira hacia el futuro con criterios diferentes a los de su predecesor que ha dejado algunos daños irreparables en la ciudad.
A mi juicio, se debería minimizar al máximo la presencia del coche en la medida de lo posible. Son objetos contaminantes, feos, ruidosos, malolientes; sí, y necesarios, también; pero cuando invaden aceras, pasos de peatones, producen atascos y suenan sus bocinas, se desvelan como un mal necesario.
En su día se perdió la oportunidad de haber conectado los polémicos aparcamientos subterráneos para crear vías soterradas de circulación rodada. Pero no es tarde, ni imposible. Lo que es seguro es que la anunciada ampliación de la avenida de Lavedra -“viga maestra de la ciudad”- acarreará más problemas que ventajas: primero habría que resolver los “cuellos de botella” que tiene en sus extremos y valorar alternativas que permitan unir el territorio que queda segregado a sus márgenes. Lavedra constituye una barrera y complica notablemente toda maniobra de incorporación o salida de la misma. Darle mayor dimensión será consolidar la barrera entre el Este y el Oeste.
Con espíritu constructivo, ciudadano y crítico, propondría conducir por un túnel el tramo en el que Lavedra va elevando su perfil topográfico y dejaría en superficie exclusivamente las conexiones imprescindibles y un anhelado metro ligero silencioso y no contaminante.