¿Reinventa Sánchez la ciencia política al margen de toda moral?

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Sánchez e Iglesias, la nueva teoría del pacto.
La conducta o el comportamiento es un elemento esencial para definir en nuestros días la ciencia política. Sánchez supera al mismísimo Maquiavelo a la hora de estimar irrelevante la moral.
¿Reinventa Sánchez la ciencia política al margen de toda moral?

No creo yo que Pedro Sánchez haya leído nunca a Norberto Bobbio, ni que figure en su equipaje ni el sentido del Estado ni los fundamentos de la Ciencia Política. De que ignora la historia de España, de la literatura española y la de su partido, ha dado ya muestras diversas a través de sus meteduras de pata (“el divorcio lo trajo el PSOE, Machado era de Soria o España no pudo firmar el acta de San Francisco, de constitución de las Naciones Unidas porque era una dictadura”) entre otras sandeces. Pero a pesar de todo, va a contribuir a la Ciencia Política con la nueva teoría del pacto, que podríamos decir, así como el del “Sí, pero no, pero depende, pero lo que haga falta para seguir en el poder”. Sánchez sobrepasa y mejora el relativismo, desprovisto de toda moral del que es maestro el mismísimo Maquiavelo.

Hasta ahora, la Ciencia Política, a partir de la observación de la realidad, nutrida por el Derecho, la Sociología y la Economía, nos enseñaba a analizar los comportamientos de los actores políticos al servicio del interés del conjunto de la sociedad. No era necesariamente para esta ciencia la moral y determinante factor esencial, aunque sí se espera que lo sea de la conducta individual de los hombres. O eso decían los socialistas históricos.

Bobbio nos enseña que la expresión Ciencia Política puede ser tomada en sentido amplio, de conjunto, o estricto. En conjunto es el estudio del pensamiento y los hechos políticos desde el mundo antiguo hasta el presente y cómo, en cada momento, los hombres se han organizado y buscado el modo mejor de solucionar sus problemas. En nuestros días, siempre según don Norberto, el campo de estudio se reduce, mediante métodos científicos, y esa Ciencia tiene como objeto analizar la conducta de los ciudadanos y de los actores políticos que rigen la sociedad, y no siempre de modo y método democrático, como ocurre en nuestro tiempo. Pero se supone que el objetivo debe ser, en todo caso, el bien común.

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Dos viejos socialistas contra los pactos de Sánchez.

Debemos a David Easton una aproximación nada teórica para que la gente sencilla comprenda que es la vida política, que él sitúa dentro de un sistema de conducta o comportamiento, basado en el análisis y la reflexión. Pero llegó el doctor Pedro Sánchez a decirnos que el comportamiento no se rige por una pauta, sino que, en menos de una semana, se puede cambiar de tal modo que lo que ayer le sacaba el sueño, como una pesadilla, se convierte en parte esencial de su propio ser político, base de sus actos y sentido de su conducta. El comportamiento se rige por la regla de lo variables y no se asienta, como vemos en su caso, en la reflexión y la congruencia.

Lo esencial de la doctrina de Sánchez es el puro verbalismo, sin contenido, apoyado o colgado de una etiqueta de valor interpretable, en este caso, “el progresismo”. Y ahí se queda. Pero vayamos al comportamiento: Sin tener un programa elaborado, y sobre una especia de abrazo sentimental con el mismo al que unos días atrás consideraba su pesadilla como parte de su gobierno, el doctor Sánchez permite que su consocio, ayer detestado, pida y negocia ministerios, vicepresidencias, cuotas de poder, al margen obviamente de las necesidades y conveniencias de otorgar a quien esa cuota del reparto sobre la mesa del Estado mismo. Y todo esto, acompañado de esa escena dantesca de poner al gobierno posible de la nación en manos de la decisión final de quienes quieren destruirla como tal, quienes colocan sobre el tapete de los tahúres, condiciones imposibles, como son en este caso la amnistía a los sediciosos y el referéndum de una parte del vecindario del Estado para decidir el futuro del Estado mismo.

Y ya hemos visto las reacciones de júbilo del ex consejero de Exteriores Raül Romeva, condenado a doce años de prisión por sedición, que cree que el preacuerdo entre PSOE y Unidas Podemos "es una oportunidad para el independentismo" y ha añadido que el PSOE debe aceptar las condiciones que se le imponen: libertad de los políticos presos, amnistía, por tanto, diálogo de igual a igual entre gobiernos y referéndum de independencia Y por si queda dudas, el exconsejero de Exteriores ha apuntado que "la consolidación de la República catalana", que considera "irreversible" e inevitable, "pasa por establecer vínculos de complicidad y solidaridad con todas aquellas personas que en el Estado o en el resto de Europa, defienden estos principios".

Y, por si fuera poco, hasta el secretario general de la organización del PSOE en Cataluña, Miguel Iceta, echa a la timba su cuarto de espadas y pone sobre el tapete que el PSC pedirá reconocer Cataluña como una nación y España como un país plurinacional. en el congreso que se celebrará entre el 13 y el 15 de diciembre. Y obviamente, eso exigirá la reforma de la Constitución, asunto éste que por lo visto se considera superable.

Sánchez cuenta mansamente una masa de militantes del que fuera partido socialista, ayer de acuerdo con sus pesadillas, y ahora volcados a favor de su pacto con el entonces detestado Iglesias, compañero de viaje perfecto, que también bendicen personajes como Zapatero o el multimillonario Bono. La escasa base crítica dentro del PSOE está, no obstante, reaccionando, aunque tarde. No obstante, como expresó nítidamente Alfonso Guerra, el PSOE debe intentar un pacto con los partidos constitucionalistas y pretender un gobierno que represente a la inmensa mayoría de los españoles. Ese “pacto de Estado”, como el que se celebran en otros países en circunstancias históricas, llega un poco tarde. Y en ello tienen la misma responsabilidad por su cerrajón inicial el PP y Ciudadanos. @mundiario

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