¿Están condenados a entenderse PSOE y Unidos Podemos?

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se estrechan la mano
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se estrechan la mano.

Con los resultados arrojados, el PSOE y Unidos Podemos tienen la obligación de llevar a buen puerto sus negociaciones si quieren evitar un nuevo gobierno de Rajoy, opina este autor.
 

¿Están condenados a entenderse PSOE y Unidos Podemos?

"Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza”
Antonio Machado  


El descalabro electoral de PSOE y Unidos Podemos no se debe estrictamente a los resultados obtenidos, sino a las sensaciones y divisiones internas que éstos han propiciado. Los sondeos, casi sin excepción, le otorgaban a la formación de Pablo Iglesias la suficiente capacidad como para formar gobierno con un PSOE que se intuía mermado y a merced. Sin embargo, todas estas hipótesis que colocaban a Unidos Podemos en una posición privilegiada dentro del panorama político nacional y aseveraban el fulminante hundimiento del PSOE no tardaron en desmoronarse. En el sentido aritmético de la cuestión, desde las pasadas elecciones de diciembre, el PSOE ha perdido cinco escaños y Unidos Podemos ha cosechado los mismos parlamentarios que cuando las formaciones de Iglesias y Garzón acudieron a las urnas hace seis meses por separado.

No es la cantidad de escaños y votos perdidos el principal quebradero de cabeza del PSOE, sino la tendencia negativa desde que Zapatero, cuyos errores difuminaron una buena gestión en su primera legislatura, abandonara el poder. En ocho años, el Partido Socialista ha perdido la nada desdeñable cantidad de seis millones de apoyos y más de ochenta parlamentarios. La indefinición ideológica, la ausencia de un líder que no genere desavenencias en el seno del partido y la fragmentación interna de la formación son los motivos por los que el equipo de Pedro Sánchez ha visto menguadas sus aspiraciones.

Desde que Zapatero se aferró a la vía neoliberal, el PSOE ha navegado a la deriva y ha fracasado en el intento de definir su identidad. Ni Rubalcaba ni Pedro Sánchez parecen haber conseguido encauzar un proyecto sólido y comprometido con las clases populares, y en estos últimos años su relevancia política se ha ido diluyendo, lo que inevitablemente ha conducido al PSOE a la oposición. Pedro Sánchez, la última apuesta socialista, cuenta con mayor habilidad comunicativa que sus antecesores, pero su mensaje ofensivo contra Unidos Podemos le ha pasado factura. Incluso la misma noche de las elecciones, tras consumarse el peor registro histórico del PSOE, Sánchez no dudó en cargar las tintas contra Iglesias, cuando lo más conveniente era comenzar a tender puentes.

Iglesias, que se destapó hace un par de años como un gran estratega, tampoco corrió con mayor fortuna. En busca del apoyo del votante socialista, el líder de Podemos moderó su discurso, se refirió al sistema socialdemócrata en buenos términos y alabó el liderazgo de Zapatero. Por otra parte, la confluencia con Izquierda Unida no surtió el efecto deseado y provocó la abstención de sus votantes más desconfiados. El acuerdo con la formación de Alberto Garzón estaba diseñado en torno a una serie de prioridades y directrices básicas, lo que implícitamente conllevaba ciertas renuncias.

Todo ello, en suma, propició que quienes no estaban dispuestos a transigir con aquellas medidas abandonaran el barco. A estas alturas, el único consuelo de Iglesias es que los votantes que perdió el 26J no se han ido al PSOE, sino que mayoritariamente han optado por abstenerse. Recuperar el voto prófugo, por tanto, depende de trazar una estrategia conjunta y eficaz que consiga seducir a indecisos y reacios.

En las próximas semanas, Podemos deberá hacer a autocrítica y proceder a una amplia reestructuración de su modelo. Ejecutar, en definitiva, un análisis concienzudo acerca de los elementos que lo llevaron a triunfar sin paliativos en diciembre y que lo condujeron a perder un millón de votos en junio. También deberá enfrascarse en la no menos compleja tarea de persuadir a la militancia reticente, como son los casos de Errejón o Llamazares. Y en última instancia, tanto el PSOE como Unidos Podemos tienen la obligación de entenderse, de ponerse de acuerdo, si quieren evitar otro gobierno de Mariano Rajoy, con todo lo que ello conlleva.

El escenario actual, fatídico si nos referimos a la izquierda, señala a Rajoy como el candidato que más enteros gana para ser investido. Acostumbrado a no dar un paso al frente, porque hasta ahora no lo había necesitado, Rajoy deberá variar su estrategia y sentarse a hablar de proyectos y no de favores mutuos con sus afines ideológicos. El fracaso electoral de Ciudadanos le allana sustancialmente el terreno al PP, porque con la representación parlamentaria que sacó la formación de Rivera no puede exigir excesivas condiciones. No le será complejo al Partido Popular, por tanto, cautivar con fuegos artificiales a Ciudadanos sin asegurar regeneración ni medidas anticorrupción para combatir la podredumbre de su partido. Tampoco parece que el resto de fuerzas tengan intención de avalar ese hipotético pacto de derechas. Con este escenario, el dilema que se le presenta al PSOE no es de sencilla resolución: deberá escoger entre apoyar la investidura de Rajoy, condenar a los ciudadanos a unas terceras elecciones o sellar un acuerdo de mínimos con Unidos Podemos y los partidos nacionalistas sin peticiones desorbitadas. No parece, tampoco, que le vaya a salir barata la decisión a Pedro Sánchez.

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