¿Los holandeses beben, fuman y fornican por la cara?

Jeroen Dijsselbloem en mayo de 2012. / Wikipedia
Jeroen Dijsselbloem en mayo de 2012. / Wikipedia

Esa es la pregunta que me estoy haciendo desde que he leído las declaraciones de Jeroen Dijsselbloem, Presidente del Eurogrupo, reprochando el despilfarro en licor y mujeres de los pedigüeños habitantes del sur de Europa.

¿Los holandeses beben, fuman y fornican por la cara?

No sabía yo que las espectaculares damas que exponen toda su sensualidad, sus encantos, la tentadora y prometedora cita con su piel tras los escaparates del célebre y celebrado "Red Ligth" de Armsterdan, no cobran por sus inestimables servicios prestados. Tampoco me imaginaba que Heineken, "posiblemente la mejor cerveza del mundo", se repartía entre el personal de los Países Bajos sin el mínimo coste a los asiduos y agraciados consumidores súbditos de los reyes de Holanda, la verdad. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que los "porros" y demás productos derivados, junto a otros variados elixires de la felicidad, claro, se distribuyesen en los Coffe Shop por gentileza del Estado. Tampoco es que me conste de repente, naturalmente. Pero lo he deducido tras la contundente filipica sobre el derroche en "licor y mujeres" que le ha dedicado a los pueblos del sur Jeroen Dijsselbloem, Ministro de Finanzas holandés y flamante Presidente de eso que llaman el Eurogrupo, que por una parte dudo para que sirve, por otra yo que sé y por otra qué quieres que te diga.

Europa: ni la ha unido Dios, ni impiden que se separe los hombres

Lejos de darme inmediatamente por aludido, como le ha ocurrido a impetuosos europarlamentarios de todo origen y condición genuinamente españoles, o sea, con ese elevado índice de susceptibilidad typical Spanish, he aprovechado la profunda reflexión de tan insigne intelectual neerlandés para dedicarle unos minutos al turbulento pasado, el confuso presente y el impredecible futuro que, a mis escasas luces, le aguarda a esa quimera a la que llamamos Europa, miradla, que parte con la gran desventaja de que no la ha unido Dios, lleva siglos separada por el hombre y ni en sus mejores momentos ha conseguido que los espejismos de unión, monetaria, fiscal, legislativa, etc, hiciese la fuerza. Vamos, como para compartir el ingenuo eurooptimismo de Rajoy, oye.

Del lejano CISMA al inminente BREXIT

Veníamos de un Cisma y vamos a iniciar un Brexit. Hemos hecho guerras de cien años, de treinta, de religiones, de independencias, contra dictadores, fratricidas como la española, frías a ambos lados del Muro de Berlín, calientes como la de los Balcanes y, francamente, ladys and gentlemen, hemos firmado más paces sobre papeles mojados, que hipotecas con trampas en la letra pequeña que nunca nos leen los ilustres notarios. Hemos firmado, desde aquel dichoso de Roma, hace ya seis décadas, hasta el más reciente de Lisboa, a cuyo artículo 50 se acoge Miss Theresa May para mandar a Bruselas y sus eurócratas a tomar por donde la espalda pierde su noble nombre, un tratado tras otro con el afán de acabar perteneciendo a un club en el que, al final, cada uno de sus miembros y de los pueblos a los que representan deberían haber salido rumiando en voz baja lo que Groucho Marx se atrevió a expresar en voz alta: "nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a un tipo como yo"

Si, si. Como ese holandés errante que ha puesto a los europeos del sur a caer de un burro; como esos hijos de la Gran Bretaña que han llegado a la conclusión de que más vale seguir solos que mal acompañados; como Ángela Merkel, a imagen y semejanza de un Dios que, no solo aprieta, como el tradicional, sino que además ahoga; como ese exótico Olimpo de Bruselas que se pasa la vida amenazando con multas, ¡con multas, tío!, ¡es que es muy fuerte!, a países miembros endeudados hasta las cejas y que no tienen donde caerse presupuestariamente muertos.

Con todos los muros de Europa construiríamos dos murallas chinas

¿Y nosotros, los humanistas, los renacentistas, los superguay habitantes del Viejo Continente nos rasgamos las vestiduras con el dichoso muro de Trump? Pero si somos especialistas en la materia, hombre. Dividimos esto entre reformistas y contrareformistas, entre este y oeste, entre bárbaros y romanos, entre razas superiores y judíos, entre civilizados pueblos del norte y casquivanos pueblos del sur. Aquí, en la Europa en la que tantos tenemos puestas nuestras complacencias, los daneses, los suecos, los británicos, incluso algún país del este, que ¡manda carallo!, se fiaba tan poco de la moneda única que han mantenido la Corona, la Libra, la Liva búlgara, el Forinto Húngaro, la Kuna croata, el Esloti polaco. Ya sé, ya sé que impresionan más los muros sólidos, como aquel de Berlín de infausto recuerdo, pero ¿acaso el Canal de La Mancha no es un impenetrable muro líquido? ¿No existen prejuicios culturales, sociológicos, educativos, productivo-laborales, profesional-currículares, de controles de calidad, de garantías democráticas, como inexpugnables muros gaseosos, intangibles, levantados con adoquines sin fechas de caducidad?

¿Por qué le llamamos ofensa a lo que nos da envidia?

Me avergüenza reconocer que las palabras del locuaz Presidente del Eurogrupo no me han ofendido. Sencillamente, me han dado envidia, no sé si sana o insana, la verdad. Porque este señor, Dijsselbloem, o como coño se llame, sabe que sus compatriotas beben como si se estuviese acabando la birra en el mundo, se lían un porro hasta con las cenizas de sus difuntos, dicho sea con todos los respetos y, encima, han convertido el permanente trasvase de pieles entre hombres y mujeres en un asunto de interés turístico global. Pero, claro, por lo visto, oído y convertido en reproche para los despilfarradores pueblos del sur, llega uno a la conclusión de que a los euroholandeses les sale por la cara mientras que a los eurolatinos nos sale por un ojo de la cara. Y, francamente, a eso no hay derecho, Mariano. No sé si hablar con Pablo Iglesias, tan diligente el hombre para decir oportunamente lo que quiere escuchar el personal, para que incluya en su programa social el licor y la fornicación gratuitos. O sea, como debe ocurrir en esos países avanzados, con esos Ministros de Finanzas que se toman tan a pecho y con tanta minuciosidad, je, la solidaridad.

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