El golpe de efecto de Sánchez pone en peligro la unidad de su partido, según El País
Lo más criticable de este anuncio teatral es que añade problemas a la búsqueda de una solución estable para España, que es lo que importa a los ciudadanos, señala el diario de Prisa, que cuestiona el liderazgo de Sánchez.
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, se vio obligado a aceptar la celebración de un congreso del partido en mayo, en contra de su criterio de retrasarlo todo lo posible, y decidió responder a sus críticos con un golpe efectista: la consulta a la militancia socialista sobre un posible pacto de investidura. Para el diario El País, se entiende mal que la consulta sea no vinculante, si tan importante es como garantía de lo pactado. Tampoco se espera al PSOE en el terreno del asamblearismo ni en la imitación de Podemos, que convoca consultas con censos y resultados dudosos, siempre muy controladas por una dirección de estilo leninista. Pero lo que roza lo irreal es ponerse a discutir los detalles de la ratificación de un pacto cuya negociación ni siquiera ha comenzado, indica el diario de Prisa.
Lo más criticable de este anuncio teatral es que añade problemas a la búsqueda de una solución estable para España, que es lo que importa a los ciudadanos, señala El País, que cuestiona el liderazgo de Sánchez. Lo explica así: esa tendencia de acudir a las bases cuando el dirigente tiene problemas es recurso de políticos mediocres y de organizaciones populistas, no de un partido serio y comprometido en la gobernabilidad de España.
Con los resultados del 20-D, la gobernabilidad solo puede resolverse de dos maneras: o el PP se abstiene a la hora de votar a un presidente que no salga de sus filas o el PSOE hace lo propio respecto a un jefe del Ejecutivo de otro partido, explica El País. En previsión de ese escenario, el expresidente Felipe González ha advertido que el PSOE y el PP no deberían impedir que el otro gobierne, si cada uno es incapaz de hacerlo por sí mismo. Por más vueltas que se le dé, el futuro poder ejecutivo depende de que uno de los dos acepte abstenerse en la investidura. Si ninguno da el paso, ambos habrán de reconocer su impotencia y pedir a los electores que arreglen lo que ellos se muestran incapaces de resolver.